DEPORTES
de la gloria al dolor

Tres minutos

River ganaba y era campeón de América. Pero sobre el final, todo se derrumbo de la manera mas inesperada.

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Dos caras. Los jugadores del Flamengo celebran la Copa que el club no ganaba desde 1981. Atrás, el dolor de River. | Telam

Si en el fútbol o en la vida existiera un Ministerio del Tiempo para establecer a qué distancia está la gloria de la tristeza más profunda, la final de la Copa Libertadores de ayer en Lima podría ser una medida: tres minutos. River ganaba la Copa por segunda vez consecutiva, la ganaba con argumentos más o menos sólidos (muy sólidos en el primer tiempo, más blandos en el segundo) pero en dos jugadas, en tres minutos, en 180 segundos, se le derrumbó todo un plan perfecto. Todo: la quinta copa de su historia, la tercera de Gallardo, la consolidación de este ciclo exitoso e histórico, el hito de ganar la primera final única de la Libertadores, la homologación luego de la superfinal de Madrid del 9 de diciembre de 2018. Todo eso, de repente, se rompió con los goles de Gabigol. Uno a dos minutos del final. El otro, en el descuento, cuando no había más tiempo para nada.

¿Qué pasó? Es difícil explicarlo. Mucho más, escribirlo. No hay una palabra  que pueda condensar ese cóctel de angustia que sentían los hinchas que viajaron tres días y medio en micros desde el Monumental hasta Lima. O de los que fueron en avión. O de los que miraban atónitos un televisor con ganas de romperlo. O de llorar. O de anular estos tres minutos de angustia y desazón. Anularlos y volver hacia atrás, como cuando apretamos rewing en el control remoto durante una película en Netflix: ir hacia atrás y congelar el momento en que el equipo de Gallardo dominaba el partido y neutralizaba a ese Flamengo dinámico y explosivo –como pasó en el primer tiempo– o hasta cuando aguantaba atrás y apostaba a los contraataques –como pasó en el segundo tiempo–.

Pero el Ministerio del Tiempo no existe y el control remoto es para las películas, no para los partidos de fútbol. Lo que sí existe son los momentos en que las historias cambian, donde se tallan los recuerdos que perduran para siempre. Ahí estará, seguramente, la jugada donde empezó a caerse el muro, el primer mazazo: cuando Bruno Henrique apila a tres jugadores en el vértice del área grande, destruye la línea defensiva y Gabigol la toca abajo del arco. Y después, el segundo mazazo, la caída inesperada: ese rechazo sin compromiso desde la defensa de Flamengo que dos malos despejes de Pinola –que había hecho un partidazo que nadie recordará– convirtieron en una asistencia para que Gabigol, otra vez, festejara, se sacara su remera, la colgara de sus manos como si fuera una soga y tuviera todo un continente ahí, a su merced, en esa postal que ahora recorre redes sociales, portales web, programas televisivos y estas páginas.

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