DEPORTES
DEFENSOR CAMPEON

Un cielo pintado de violeta

El mismo día en que el club se consagró en Uruguay, Jaime Roos, su hincha más famoso, presentó el libro sobre su vida. Recuerdos de un amor que se hizo canción.

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De cinco. Roos, en la tapa de su disco Mediocampo, de 1984. Posó con la camiseta de Fénix como una alegoría de los tiempos que vivía el país, que estaba renaciendo tras la dictadura. Y también por su momento personal luego de su larga estadía en Europa. | cedoc

La primera vez que Defensor Sporting salió campeón del fútbol uruguayo, Jaime Roos vivía en París. Fue el 25 de julio de 1976. Ese día, con los festejos en el estadio Franzini, del Parque Rodó, luego de un 2-1 ante Rentistas, se cortó la hegemonía histórica de Nacional y Peñarol, que se alternaban los campeonatos desde 1932. Los goles pueden verse hoy en YouTube, con una curiosidad: el que relató toda la temporada de ese equipo fue Víctor Hugo Morales.

Mientras eso pasaba, del otro lado del mundo, Jaime –que vivía de changas, apenas tenía diez canciones en su repertorio y tocaba para cincuenta personas en conciertos que daban pérdidas– no estaba ni enterado de que su club había logrado el título. Lo supo días después por una carta que le mandó su padre, René, con una prueba contundente: un recorte de diario que titulaba lo que parecía imposible: “¡La historia quedó de rodillas: Defensor campeón!”.

En el libro El montevideano, de la historiadora Milita Alfaro, el músico cuenta que ahí mismo, con esa página en la mano, empezó a imaginar y a garabatear la letra de lo que más tarde fue Cometa de la farola. “Quería escribir una canción menos camisetera y más poética de lo que supuestamente podía ser”, recuerda Jaime, “y me vino al pecho, no a la mente sino al pecho, la imagen de un niño remontando una cometa que, por esta vez, no era de Peñarol ni de Nacional sino que era violeta”. Once años más tarde, Defensor designó esa canción como su tercer himno oficial, detrás del fundacional y de uno murguero de la década del 60.

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Dale más piola. El último domingo, Defensor Sporting venció 2-1 a Fénix y salió campeón del Apertura de Uruguay. Casi en el mismo momento, el músico presentaba en Buenos Aires, en la Feria del Libro, que finalizó ese día, el trabajo que Alfaro realizó sobre su vida y obra. Para concretar El montevideano, Alfaro y Roos se juntaron durante más de dos años.

En el libro, como en la vida y en el recorrido musical de Roos, el fútbol es un tema recurrente. Porque aunque su cenit haya sido Cuando juega Uruguay, aquella canción himno sobre la Celeste, casi todos los discos de Roos tienen a la pelota en algún lugar, ya sea central o periférico. La tapa de Mediocampo (1984), en la que Roos posa con la camiseta de Fénix en el Centenario, es una muestra de eso. Alfaro cuenta que, por aquellos días, Jaime se cansó de explicar que no era hincha de ese club, y que había usado su escudo de forma alegórica: el ave que renace de las cenizas simbolizaba, también, el renacer del país luego de la dictadura y su renacer personal después de los años en Europa.

“En un país tan ateo como el Uruguay, el fútbol es como el reemplazo de cierta mitología que no provee la religión. Las grandes hazañas no son las de Aquiles peleando contra Ayax, sino la tarde aquella en que el Pardo Abbadie se la jopeó por arriba de la cabeza a no sé quién y le dio el centro a Spencer, que la metió en el ángulo, en aquella jugada maravillosa, imposible, cuando nadie la esperaba. Por eso digo que, para mí, el fútbol es la mitología griega de los uruguayos”, le había dicho Roos a Alfaro en 1987, en un primer libro-entrevista que se tituló El sonido de la calle y que resultó, en definitiva, el prólogo de esta obra colosal, de casi 500 páginas, que se presentó en estos días.

Roos casi no dio entrevistas. Dice que está reposando. Pero Defensor siempre le saca alguna palabra, por más que quiera guardárselas. “Tenemos un gran equipo. Estoy muy feliz, pero el campeonato del 76 es legendario e incomparable”, le dice a PERFIL desde Montevideo, su ciudad. Aquella que imaginó con cometas violetas pintadas en algún cielo azul.