El nuevo director de la Biblioteca Nacional, Juan Sasturain, tiene un sentido de la cultura popular poco habitual en el cargo. Lector empedernido, futbolero, escritor y periodista, su nombramiento causó positiva repercusión en el ambiente literario. Lo celebraron desde la escritora Claudia Piñeiro hasta pequeños editores y lectores en general. Su elección significa además un espacio ganado para la literatura futbolera, todavía minimizada por ciertos sectores, lo que se contradice con su creciente presencia en el mercado editorial gracias a libros de autores de primer nivel.
Sasturain integra ese selecto grupo de futboleros que tiene (en tiempo presente) como máximos exponentes a Osvaldo Soriano y a Roberto Fontanarrosa. Sasturain creció jugando al fútbol en las calles de Coronel Dorrego, aunque nació en 1945 en Gonzales Chaves. Se hizo de Boca por herencia paterna. A los cuatro años su padre le regaló una camiseta boquense que aún conserva. “De ésas de piqué, muy berreta, con el escote en V”, recordó en una entrevista para el libro La palabra hecha pelota. Creció como jugador del Independiente de Dorrego, con el que fue campeón de la liga local. A mediados de los 60 vino a estudiar Letras a Buenos Aires y se probó en San Lorenzo, Independiente y Lanús. No quedó y se tomó en serio los partidos que se hacían en Ciudad Universitaria. Una rotura de ligamentos que arrastraba desde Dorrego y que le diagnosticaron como esguince lo fue alejando de las canchas. Siguió jugando con una rodillera, pero no mucho más. Todavía le dura el dolor hasta cuando baja de un colectivo. “Tengo que bajar a contrapié. Por suerte me quedan esos reflejos”, dijo.
Lector empedernido de policiales, en los 70 fue marcado por la Triple A cuando trabajaba como docente universitario. Fue corrector en Clarín mientras escribía sus primeras novelas y comentaba libros en La Opinión. Después pasó a Humor, donde sus textos eran dibujados por el gran Fontanarrosa. Tremenda dupla. Entonces escribir sobre fútbol no era habitual. De esa época es “Sebreli, vos andá al arco”, una respuesta al ensayo Fútbol y masas. La intelectualidad no toleraba la literatura de la pelota.
Cuando Sasturain recuerda los años 80 de dictadura y Malvinas se le nota cierto dolor. Los sobrevivió en la revista Billiken y después la rompió como director de otro clásico del periodismo gráfico: la revista Fierro. En los 90, y para su sorpresa, lo convocaron para integrar Líbero, el suplemento deportivo de Página/12. Era su primera vez a tiempo completo en una redacción. Y ya más acá en el tiempo incursionó en la televisión para difundir la buena literatura a través del programa Ver para leer.
“Del fútbol no te curás nunca”, argumentó; y definió la relación con sus hijos a través de lo que llama “bostería”: “Ser de Boca es la única imposición que tuvieron”.
Sasturain tiene la suficiente cercanía con el fútbol como para apasionarse y la necesaria prudencia como para reconocer las virtudes del rival. No odia a River y destaca la forma de pensar de Marcelo Gallardo. Para entenderlo pueden leer su texto “Sobre la gallardía”, incluido en Wing de metegol, su libro de puro fútbol. Por esas páginas desfilan el Burrito Ortega, Batistuta, Riquelme, Francescoli, Burruchaga y, claro, Maradona.
El día del arquero es otra joya. Ni hablar de Picado grueso, que entregó a la editorial deportiva Al Arco cuando recién comenzaba y la firma de Sasturain le daba fuerza en esos primeros pasos. “Le dijimos que nos gustaría que hiciera algo con nosotros y nos regaló un libro entero”, celebraron sus directores, Marcos Cezer y Julio Boccalatte, cuando se supo que dirigiría la Biblioteca Nacional. Impuso la costumbre de que cada cuatro años, cuando se juega un Mundial, se agregue un capítulo a La patria transpirada, su libro sobre la Selección que tuvo un antecedente en La Argentina en los mundiales, escrito junto al periodista Daniel Arcucci.
Sasturain no deja de escribir novelas y cuentos. Manual de perdedores 1, Manual de perdedores 2, Arena en los zapatos, Los sentidos del agua, Zenitram, La mujer ducha, Parecido SA, El caso Yotivenko, El último Hammett o la serie de Perramus, la historieta con Alberto Breccia, son apenas algunos de sus muchos títulos.
En La vida clásica escribió que solemos recordar “dónde estábamos o qué hacíamos cuando murió Lennon, con quién miramos por televisión el pie timorato de Armstrong en la Luna, a quién abrazamos el día del gol de Diego contra los ingleses”. Los argentinos futboleros que aman las buenas historias recordarán también, y desde ahora, que uno de los suyos llegó a la cima de la Biblioteca Nacional.