Cuando ya pensaba que el punto que se traía de Paraná no estaba tal mal, Vidal cambió el destino: metió un zapatazo desde la mitad de la cancha que ubicó al Rojo por primera vez en zona de ascenso.
Las estadísticas son elocuentes: si Independiente pelea con Crucero del Norte un lugar en la zona de ascenso después de un arranque que parecía tener destino de B Metro es porque Omar De Felippe metió mano y cambió lo que tenía que cambiar. Desde la llegada del entrenador, el equipo mejoró en lo físico, ganó solidez en el fondo, se ordenó y tomo conciencia de cómo tenía que jugar en la B. Pero los cambios más tangibles, esos que se ven, que quedan en la retina, tienen que ver con la recuperación de dos jugadores que daban pena: el Rolfi Montenegro y Julián Velázquez. Y más allá que anoche en Paraná no brillaron, que el cero a cero con Patronato por momentos pareció un premio para el Rojo, en el balance de fin de año se impone el rescate de esos dos jugadores que son fundamentales para la ambición de Primera.
En las últimas fechas Montenegro se pareció más al Rolfi que se cansó de vender camisetas rojas que al capitán intrascendente del plantel que descendió. Abandonó la intrascendencia del pase corto en el círculo central para ganar metros, arriesgar más y lastimar. Es, de hecho, el goleador del equipo: convirtió ocho tantos, y en el triunfo con Ferro y el empate con Talleres marcó dos. Además, es el único que estuvo presente en las 21 fechas de esta primera ronda.
La curva de Velázquez es idéntica: las primeras fechas en el ascenso solo provocaban nostalgia por aquel central implacable, con personalidad y futuro de selección. Pero poco a poco cambió inseguridad por confianza, dudas por certezas, y se volvió a ganar un lugar indiscutido entre los titulares. Los dos goles que Independiente le convirtió a Instituto la fecha pasada nacieron en pelotas que anticipó Velázquez en el fondo.
A la lista de méritos de De Felippe habría que agregar a Vidal, que se impuso sobre las contrataciones “estrella” de Razzotti y Alderete.
El golazo, inesperado hasta para los propios compañeros, le dio tres puntos al Rojo, lo ubicó tercero en la zona de ascenso y confirmó que la número cinco es de él. Queda para la estadística que el Ruso Rodríguez alcanzó los 756 minutos sin recibir goles, cifra que marcó un record en la categoría.