La historia detrás de la decisión de llevar la definición de la Copa Libertadores del otro lado del Atlántico tuvo tantas aristas como una de esas novelas que de tan bizarras no se puede dejar de verlas. La definición que nadie tenía entre las posibles soluciones surgió de un llamado telefónico que cambió el destino de una final que será recordada por todo lo extrafutbolístico y por las desprolijidades del caso. Pero, ¿qué llevó al presidente de la Conmebol a tomar la decisión de que el Santiago Bernabéu sea la sede? Porque lo único que hay que tener claro es que fue el propio Alejandro Domínguez el que tomó la decisión de sacar el partido de Argentina.
Desde el momento en que salió del Monumental, Domínguez fue el principal impulsor de que el partido se iba a definir once contra once. Lo dejó en claro el sábado luego de los incidentes, lo repitió el domingo después de pedir igualdad de condiciones pautadas en ese poco serio “pacto de caballeros” que hablaba de una sola piedra y que sirvió para el enojo de D’Onofrio acerca de la falta de palabra de Angelici. “En la Conmebol que presido, el fútbol no se gana con piedras ni agresiones. Lo ganan los jugadores en la cancha”, dijo el paraguayo en una carta el lunes y dejó claro qué camino iba a tomar el destino.
La reunión del martes con los presidentes de Boca y River no fue nada de lo pacífica que dijo Domínguez en la floja conferencia de prensa en la que anunció que el partido sería disputado el 8 o el 9 de diciembre, a la espera de una Unidad Disciplinaria que mostró una escasa autarquía. El 3-0 de la votación no hizo más que confirmar las sospechas de que el partido se iba a jugar más allá del análisis de las pruebas que Boca presentó pidiendo la descalificación de su rival. Angelici fue a Asunción sabiendo que tenía que ir hasta las últimas consecuencias porque cualquier duda iba a abrir un resquicio a la Conmebol y a River. Por eso, como Domínguez advirtió que ninguno de los dos clubes había cedido un centímetro en su postura, tomó una decisión “salomónica”. Castigó a River sacándolo del Monumental y a Boca haciéndolo jugar el partido. ¿Los hinchas? Eso no importa cuando los billetes están de por medio.
Operación Madrid. Las primeras ciudades que se nombraron fueron Medellín y Asunción, ambas descartadas porque llevar la final a un país sudamericano expondría aún más al gobierno argentino de su amigo Mauricio Macri. En ese panorama, todos los caminos –y los petrodólares– conducían a la capital de Qatar, Doha. Tan avanzado estaba todo que hasta se dio a conocer “extraoficialmente” la millonaria suma de dinero que se repartirían entre ambos clubes para aceptar jugar en el Khalifa International Stadium. ¿Qué cambió? Que el presidente de la Conmebol no quiso que lo extradeportivo, que lo había llevado a sacar la Superfinal de Argentina, fuera visto como una posibilidad de negocio. Tarde, pero mientras los contratos con los qataríes iban y venían, Domínguez seguía jugando a las escondidas. La empresa que es dueña de la transmisión televisiva quería a toda costa que la sede fuera Miami. Pero primero por el presidente de la US Soccer, Carlos Cordeiro, y segundo por el enojo de Domínguez por cómo lo trataban en los programas de esa cadena de TV, la balanza se inclinó por el “no”. Y ahí el presidente Domínguez levantó el teléfono y le preguntó a su amigo Florentino Pérez si le parecía una locura recibir el partido en el Bernabéu. Luego del sí del presidente del Real Madrid, la idea pasó a ser una realidad, a pesar de que su reglamento le impide “entregar” la Copa Libertadores fuera del territorio sudamericano. En Paraguay entienden que es una situación excepcional.
Luego vinieron los llamados a la Real Federación Española, al presidente de la UEFA y a la FIFA. El “OK” de Gianni Infantino, presidente de la FIFA, ni bien pisó suelo argentino para llegar a la cumbre del G20 hizo que Madrid se convirtiera en una realidad. No importó que los qataríes no dieran el brazo a torcer y, gracias al reciente patrocinio firmado el 31 de octubre con su aerolínea de bandera (Qatar Airways), ofrecieran París como última opción. El Banco Nacional de Qatar es el auspiciante principal del PSG y el presidente del club es Nasser Al-Khalaifi, el máximo ejecutivo de Qatar Sports Investments, la compañía que decide las inversiones del emirato en el deporte.
Algunos mencionan un guiño de Domínguez a Mediapro, empresa que tendrá los derechos televisivos del torneo continental a partir del año próximo y que es la encargada de llevar a cabo Real Madrid TV. Un Real Madrid que de repente recibirá la final más larga del mundo. Una final en la que se habló más de presentaciones judiciales, abogados y dólares que de fútbol. Un fútbol que se encargó de dejarnos en claro que cada vez tiene menos de deporte y más de negocio.
Infantino: “Siempre hay que jugar”
“Siempre se tiene que jugar. La pelota no se puede parar”. Gianni Infantino, presidente de la FIFA, apoyó la decisión de la Conmebol de jugar la superfinal en el estadio Santiago Bernabéu, que, en su opinión –no compartida por los argentinos–, es “también un poquito Sudamérica”.
“Todos tenemos que aprender le-cciones de lo que sucedió. Y asegurarnos de que haya un antes y un después”, agregó en conferencia de prensa en Costa Salguero, tras participar de una reunión con los líderes del G20. “Me fui muy triste el sábado. Pero después de unos días empiezas a pensar otra opción. Haremos que sea de verdad una fiesta del fútbol sudamericano. Sin embargo, ayer por la tarde, en una entrevista con EFE, dejó la puerta abierta: “Hay asuntos legales de los dos clubes, que quieren cosas distintas. Tienen el derecho de reclamar”.