Eliminado de Europa, Lionel Messi se escabulló en soledad del césped del Olímpico de Roma. En esa caminata por el túnel, el rosarino ya lo sabía: solamente siete encuentros lo separan del Mundial de Rusia. Mientras se dispone a colocar el trofeo de la Liga en su vitrina, Barcelona debe afrontar dos compromisos resaltados con rojo en el calendario: el 21 de abril definirá la Copa del Rey ante Sevilla, y el 6 de mayo recibirá al Real Madrid en un Camp Nou herido. Para Messi, todo lo demás es tiempo muerto hasta llegar a Ezeiza.
Si juega los siete partidos que restan en la temporada, acumulará 55 juegos oficiales con su club en el año futbolístico, dos menos que en la previa de Brasil. Ningún otro argentino del plantel habrá recorrido un camino tan largo. Es improbable que tenga asistencia perfecta. Líder del Barcelona, ya elige en qué momentos aparece en el campo de juego. Ernesto Valverde lo admitió en la previa del Roma-Barcelona: “Messi se regula solo”, dijo. El rosarino vive estos días con una sola misión: llegar magnífico a Rusia. Lo manifestó en noviembre, cuando no participó del amistoso contra Nigeria: “Necesito cuidarme para llegar bien al Mundial”.
Federico Fazio es el único con un lugar firme entre los convocados que todavía sobrevive en la carnicería europea, y Jorge Sampaoli toma la escasez de futbolistas en competencia como una buena noticia. Tanto el derrumbe del imperio catalán en Roma como las eliminaciones de Manchester City, Juventus y Sevilla permiten que la planificación del cuerpo técnico se desarrolle sin inconvenientes. El proyecto ya está diseñado. Cuando acaben los campeonatos, los jugadores se van a tomar vacaciones. Ese descanso es prioritario para el entrenador. Liberados y frescos, se encontrarán en el predio de la AFA desde el 18 de mayo, se mudarán a Barcelona en los primeros días de junio, y finalmente se instalarán en el Bronnitsy Training Centre, el búnker a pocos kilómetros de Moscú, para enfocarse en Islandia.
“Esto es bueno porque hay más tiempo para trabajar”, dice Fernando Signorini, preparador físico del cuerpo técnico de Diego Maradona en Sudáfrica 2010. Todos los seleccionadores valoran los días previos al Mundial. Es el momento sagrado donde forjan el equipo. Para la última Copa del Mundo, Alejandro Sabella había hecho la tarea con antelación. El equipo se moldeó en las Eliminatorias. Estuvieron tres semanas encerrados en Ezeiza. Ajustaron detalles y consolidaron el grupo humano. No hicieron grandes avances futbolísticos. Maradona, en cambio, necesitaba de ese lapso. El plan era alejar a los jugadores de la vorágine y concentrar en Alemania durante doce días. La idea se rompió por el amistoso que debieron jugar contra Canadá. Sampaoli tiene casi cuatro semanas con el plantel a disposición para marcarle la idea a fuego: requiere ese intervalo como un maestro que debe preparar a sus discípulos para el desafío deportivo de sus vidas.
El batazo anímico que recibió su alumno estrella el último martes no inquieta al técnico. Quiere que Messi esté relajado, sin más cargas emotivas ni tensiones que las que ya le significan ser la atracción de una Copa del Mundo. A Signorini tampoco le preocupa: “Es uno de esos felinos que se lamen las heridas hasta que ven una gacela y salen corriendo a cazarla. Messi es un animal competitivo”.
A diferencia de Signorini y Sampaoli, Claudio Gugnali, ladero de Sabella en la proeza de Brasil, cree que la eliminación puede perjudicarlo: “Le gusta jugar siempre, y más en los partidos decisivos. Es tan voraz que no mide las consecuencias: no se da cuenta de que va a estar descansado en el Mundial, sino que se lamenta por lo que se pierde”, opina. Gugnali entiende que la receta para recuperarlo es darle aire: “Hay que dejarlo solo, no cargosearlo. Leo se repone solo”.
La única vez que Messi disputó un Mundial con la medalla de campeón de Europa en el cuello fue en 2006. Todavía era un niño prodigio sin un rol notable en Barcelona. Cuatro años más tarde, ya en la cima, cayó en semifinales contra el Inter de José Mourinho. En 2014 tampoco atravesó el muro de los cuartos de final. Aquella edición fue de Angel Di María. El ex Rosario Central desenredó la final entre Real Madrid y Atlético Madrid para levantar la Décima. “Llegó muy cansado pero feliz, con el ánimo por las nubes. El problema fue que tuvo pocos días para estar con su familia”, cuenta Gugnali. El desenlace de la historia es conocido: Di María brillaba cuando se desgarró en cuartos de final contra Bélgica, y no pudo jugar contra Alemania. Messi no quiere sobresaltos: apunta a jugar los siete partidos en las mejores condiciones físicas.
Copa con tono argento
Los argentinos suelen ser protagonistas en las definiciones europeas, y por eso es habitual que lleguen exhaustos al Mundial. La tradición comenzó en Francia 98: desde entonces hubo siempre al menos dos futbolistas en semifinales de Champions League o Europa League. De 16 que se colaron entre los cuatro mejores, ocho llegaron campeones a la Copa del Mundo: cuatro ganaron la Champions y cuatro consiguieron la Europa League.
En 2006, Lionel Messi se convirtió en el primer argentino mundialista ganador de la Orejona. Lo siguieron Diego Milito y Walter Samuel con Inter en 2010, y Angel Di María en 2014. La Europa League, por entonces Copa UEFA, la levantaron Javier Zanetti y Diego Simeone jugando para el Inter en 1998. Javier Saviola la alcanzó en la edición 2006 con Sevilla y Sergio Agüero en 2010 para el Atlético de Madrid.