DEPORTES
el clasico mas porteño

Un santo de los milagros

San Lorenzo sufrió, pero le ganó a Huracán con un gol de Angeleri de cabeza. QuedÓ a tres puntos de Boca con un partido mas.

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Festejo en el barrio. Angeleri se abraza a sus compañeros en el Ducó. Fue su primer gol en San Lorenzo. | cuarterolo

No hay caso. Los hinchas de Huracán tienen varios motivos para creer que sobre ellos –o que sobre su equipo o su club– pesa una maldición: la maldición del clásico de barrio. Aun jugando mejor y creando decenas de situaciones de peligro, el Globo no puede vencer a San Lorenzo, que lo supera en el historial –por mucho–, en autoestima y hasta en los partidos en que parece perdido. Porque ayer pasó eso: un Huracán protagonista no pudo con un San Lorenzo pasivo, que estuvo un poco en Parque Patricios y otro poco pensando en el duelo clave ante Flamengo por la Libertadores.

Huracán jugó mucho mejor que en los partidos anteriores. Un poco porque tomó la pelota, y otro poco porque el clásico genera en Parque Patricios –en los hinchas y en los jugadores– una emoción y un compromiso especiales. Pero el fútbol, por suerte, no es sólo cuestión de actitud: también de talento y de suerte. Y esa combinación fue, justamente, la que tuvo San Lorenzo: quedó condensada en el gol de Angeleri, a los 13 del segundo tiempo, cuando un rechazo de cabeza pegó en la espalda de Caruzzo y habilitó a Cerutti, que tiró un centro a medida del defensor.

El gol, como todo gol en un clásico nervioso, rompió el paradigma del encuentro. Entonces, lo que predicaba Huracán, que era conservar la pelota y acercarse de manera casi sistemática al arco de Navarro, se convirtió en un “lleguemos como se pueda”. Los murmullos del Ducó no ayudaban, es cierto. Todo quedó destinado a centros al voleo, a cabezazos salvadores o a una equivocación del rival. San Lorenzo se abroqueló, juntó jugadores en defensa e intentó salir de contra. De esa manera, Blandi casi aumenta la ventaja (gran asistencia de Mussis), pero su remate pasó cerca. Después, los nervios hicieron que la única vía fuera la previsible: centros y más centros. Y en la última, Mendoza casi empata. Pero no hubo caso. Y el final fue el mismo de casi siempre.

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