No, no se trata del Boca-River por la Libertadores. Acá no habrá más de mil periodistas en el estadio, no pidieron acreditaciones de la televisión pública de Omán, no hubo un pedido presidencial para que se jugara con dos hinchadas, no hubo suspensión por lluvia ni nada de eso. Pero que también se trata de un superclásico, no hay dudas. Y que hasta puede llegar a ser mucho más entretenido –colorido, definitorio, dramático, violento– que la superfinal de la Copa, tampoco. Será acá nomás, del otro lado del Río de la Plata, en el Estadio Centenario: Nacional y Peñarol jugarán hoy la final de la temporada. Si gana Peñarol será el campeón uruguayo. Si gana Nacional, habrá una serie final de dos partidos. Si empatan, habrá alargue y penales.
Como pasa siempre, el partido tuvo particularidades en la previa. Si ayer el tema en la Argentina fue el estado del campo de la Bombonera por los diluvios que hubo en Buenos Aires, en Uruguay, el campo de juego del Centenario no fue el tema de un día, sino de toda la semana: es que Roger Waters tocó allí y el césped quedó tan raleado, que los dirigentes no tuvieron mejor idea que pintar de verde lo que era amarillo. El video se viralizó –como todo en este tiempo–, cruzó el Atlántico y llegó a un indignado Luis Suárez. “Increíble que se vayan a jugar las finales más importantes de nuestro fútbol en una cancha así... por favor, cambiemos nuestra imagen”, escribió en Twitter el delantero del Barcelona y el mayor emblema de la selección uruguaya.
El video de esa pintada de pasto podría ser un canto a la uruguayez, casi una síntesis de lo que para muchos es romántico y para otros es decadente: dos operarios yendo y viniendo por el campo del Centenario con una pistola de pintura verde, mientras que la persona que filmaba decía: “Qué jugabilidad que vamo’ a tener acá, bo”.
Lo cierto es que, a pesar de la pintura, del césped destruido, de Roger Waters y de todo lo otro, el superclásico uruguayo se va a jugar con un contorno envidiable: la hinchada de Peñarol en la tribuna Amsterdam, la de Nacional en la tribuna Colombes, y la platea Olímpica partida, con un pulmón en el medio. Cincuenta y un mil personas en total.
Aunque esto no quiere decir que en Uruguay no haya problemas ni violencia en los estadios. Para nada. De hecho, hace dos años, en noviembre de 2016, un superclásico fue suspendido por un combo de violencia entre las hinchadas y la policía, en una tarde que quedó en el recuerdo porque, desde el tercer anillo de la Amsterdam, los de Peñarol tiraron una garrafa.
Dentro del campo también hubo episodios para el recuerdo. Ninguno como el de 2000, cuando después de un 1 a 1 y de una batalla campal que puede verse en YouTube, todos los jugadores de los dos equipos terminaron detenidos en la comisaría. Como para dejar en claro que, en el superclásico del fútbol uruguayo, la rivalidad, a veces, supera algunos límites.