El spot dura 27 segundos y apunta a la intimidación. Tiene algo de Rocky, algo de clásico ganado a los 48 minutos del segundo tiempo tras un partido en el que nada salió. Lo primero que se ve es un plano cerrado: hay una vereda rota, un charco. De repente, dos zapatillas lo pisan: bajo los efectos de una música épica y combativa, un hombre –buzo negro, capucha negra– está trotando alrededor del Monumental. La cámara se aleja, lo mira como si lo persiguiera, desde atrás. El hombre acelera, encara hacia el Puente Ángel Labruna. Sube. Cuando se frena, la cámara ya lo espera de frente. El hombre se saca la capucha, se descubre. Leonardo Ponzio mira a los ojos de millones de hinchas mientras a su derecha se forma una palabra poderosa: “Volvimos”. Era agosto de 2012, y al otro día de que se conociera el video, al fotógrafo y al productor que lo habían ideado por el regreso de River a Primera les llegó un mail. “Quiero agradecerles que me hicieron entrar en la historia grande de River”, les escribió Ponzio. Está claro que el 5 no había entrado todavía en ningún lado, pero en el correo estaba el futuro, el cenit, lo que él siempre soñó. Ponzio quería entrar en la historia grande de River. Ponzio insistió. Ponzio lo logró.
En cada apellido se resumen los efectos de una época, y mientras el de Francescoli, por ejemplo, activa la de la elegancia y el champán, en Ponzio se concentran la supervivencia y la transformación. Si antes River tenía cracks, ahora tiene un padre, un encargado, un tutor. Los equipos del Gallardo entrenador ya no son los equipos del Gallardo jugador, aquellos River dados a la poesía que sólo ganaban si ocurrían el arte, la belleza y la inspiración. “En los partidos con Boca –le dijo el técnico al periodista Christian Leblebidjian en el libro El pizarrón de Gallardo, refiriéndose a la serie de la Libertadores 2015– se empezó a forjar un equipo más agresivo, con presencia”. Digamos: el segundo nacimiento del campeón. Un equipo que entonces prescindió de Pisculichi porque andaba medio flojo y cuyo reemplazante fue quien abrió el cofre de los superpoderes que tenían los demás. Como River ya no podía jugar como River (o porque es dificilísimo jugar como River siempre aspiró), Ponzio convidó al histórico ballet blanco con la garra de Boca, la supervivencia de Estudiantes, la épica de San Lorenzo, las vidas de la Selección Argentina cuando Bilardo dijo en el Mundial 90 que, si perdía, sería mejor que se cayera el avión. Mientras el Beto Alonso y el Burrito Ortega fueron los 10 en las Libertadores del 86 y el 96, un cosaco de barba roja lo fue en la última, la del tricampeón. No está mal. Ponzio le enseñó cómo sobrevivir al poeta, lo transformó en un espía que aún es rubio y hermoso pero ahora también sabe matar.
“Nosotros nos sentimos identificados con la idea de Gallardo, sobre todo con esa intensidad para jugar que nos hace diferentes”, dijo el 23 (número que usa porque es el día en el que cumple años su hija, el 23 de febrero) durante aquellas series coperas. No es por lo único que River, este River, es diferente: lo es, también, por la oscuridad que vivió en la B. Mientras millones de hinchas quisieran que la temporada 2011/12 jamás hubiera existido, el volante entiende que es una fuerza negra que el club ha usado a su favor. En el 100x100 que le concedió a El Gráfico hay un tramo fabuloso. El periodista Diego Borinsky le pregunta si lo gastan en la calle con que es de la B, Ponzio dice que antes, que ahora no tanto, y luego de que le repreguntan si eso le jode, el capitán contesta, liviano: “No, no, si al Nacional lo ganamos”. Cada vez que va a trabar una pelota, cada vez que intenta un anticipo, el nuevo símbolo de River se hace de la potencia de un recuerdo: el vestuario chiquito y despintado de Almirante Brown. A todos nos define nuestro origen y este River –el River de Leonardo Ponzio–, él lo ha dicho, nació ahí.
“Muchos de los referentes del club venimos de clubes menores –le dijo a un programa de televisión uruguayo que se llama Fanáticos y cuya entrevista puede verse dividida en cuatro partes en YouTube–, entonces lo que intentamos explicarles a los chicos que se criaron en las Inferiores es dónde están realmente, cómo son las cosas allá afuera”. Cómo son las cosas allá afuera, una frase genial. E insistió con su mantra: “Lo que yo quería acá era tener un nombre”. La entrevista fue hace un año pero es lo mismo que le había dicho a su representante hace nueve, en 2008, mientras River pasaba de campeón a último y él jugaba con Facundo Quiroga, Mauro Rosales, Gerlo, Galmarini y Bou: “A mí me gustaría ser alguien en este club”. Entonces se fue, jugó en la B española, enfrentó al Huesca y al Castellón, ascendió, se las vio con el mejor Barcelona de la historia, Messi lo bailó dos veces, peleó la permanencia, supo cómo eran las cosas allá afuera, el desamparo, el frío, el dolor. Nueve años después, mientras River le ganaba a Guaraní por 2-0, un periodista, Andrés Burgo, concentró su viejo sueño en el entusiasmo crudo e inmediato de un tuit: “Llegó en la B. Le sangró el culo del estrés. Puso buena cara cuando ni era suplente. Fue clave en las series con Boca. Ponzio será leyenda”.
Errata: ya lo es.