El nombre Ottorino Barassi parecería tomado de una de las tantas creaciones lisérgicas de Capusotto & Saborido. Pero no: se trata de un personaje bien real, un dirigente italiano que hace ochenta años tuvo un gesto que el mundo del fútbol todavía debería agradecerle. Ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial, cuando Europa era arrasada por el nazismo. Ahí fue cuando apareció Ottorino Barassi, el hombre que se la jugó para conservar el trofeo más preciado.
En 1938 Italia ganó el Mundial que se disputó en Francia. Entonces, la Federación Italiana tuvo el honor de conservar la copa Jules Rimet hasta el Mundial siguiente. Pero un año después de que el capitán Giuseppe Meazza levantara el trofeo estalló la Segunda Guerra Mundial y el fútbol, por supuesto, quedó relegado. El avance del Tercer Reich sobre Europa implicaba, además, saqueos de joyas, obras de arte y cualquier objeto de valor. La copa Jules Rimet, 35 centímetros, cuatro kilos de oro macizo, estaba en una caja de seguridad de un banco de Roma. Un lugar seguro. O no tanto: la amenaza nazi era alarmante, por lo menos así lo sospechaba Ottorino Barassi. Y como era vicepresidente de la Federación Italiana de Fútbol y tenía acceso a la copa, tomó coraje y lo hizo: fue al banco y la rescató. Lo más notable de este operativo salvataje es que el héroe no escondió el trofeo en una fortaleza ni lo protegió bajo estrictas normas de seguridad. Hizo lo que nadie hubiera hecho: lo llevó a su casa en la Piazza Adriana, lo puso en una caja de zapatos y lo metió debajo de su cama.
Dos años después Ottorino Barassi protagonizó un episodio cinematográfico. Miembros de la Gestapo irrumpieron en su casa para interrogarlo: lo único que les interesaba era saber dónde estaba la copa. El directivo les dijo que no sabía, que sospechaba que la Federación la pudo haber mandado a otra ciudad, que quién sabe. La policía secreta alemana lo escuchó, pero de todos modos registró todos los rincones de la casa. Todos, menos debajo de la cama. Como en la primera escena de Bastardos sin gloria, Ottorino Barassi se tuvo que resignar al allanamiento mientras les ocultaba lo evidente. Los auténticos malos de la película se fueron con las manos vacías.
Poco después Ottorino Barassi le devolvió el trofeo a la Federación. Anduvo de mano en mano, escondido, hasta que en 1950 se volvió a poner en juego en el Mundial de Brasil y veinte años después los propios brasileños se lo quedaron de manera definitiva por haber sido los ganadores de tres mundiales. En 1970, entonces, la copa se instaló en la sede de la Federación brasileña. Un año después, Ottorino Barassi falleció en Roma. Había sido presidente de la Federación Italiana, vicepresidente de la Fifa y uno de los creadores de la Uefa. Pero, sobre todo, fue el tipo que en el momento más oscuro de la historia se la jugó para custodiar el trofeo más valioso del fútbol.