Todos los árbitros son hinchas. Antes de hacer el curso, de ponerse las casacas flúo y de memorizar algunas frases sobre la importancia de la objetividad, son hinchas. Y esta condición, se sabe, no se abandona nunca. Eso no significa que cuando salen a la cancha tomen decisiones como si estuvieran en la popular colgados de paraavalanchas. Pero son hinchas, eso está claro. Pablo Lunati tiró la primera piedra. El domingo fue a la cancha de River y, medio camuflado con una capucha, se sinceró frente a la cámara de un celular: “Estamos viendo al más grande”. La confesión se viralizó en horas. El debate también.
Vo’ so’ de la B. Entre los árbitros saben de qué club es hincha cada uno. Tratan de evitar que el dato salga de ese círculo, pero lo saben. Es más: se gastan unos a otros. “Cuando River descendió –le confesó Lunati a PERFIL–, mis compañeros me cantaban la cortina del programa de TyC que pasaba los partidos del Ascenso”. Algún ingenuo podría sospechar que no, que esas cosas no ocurren, que son profesionales 24x7 o cosas por el estilo. Nada más alejado de la realidad. Los árbitros se comportan de la misma manera que cuando se junta cualquier grupo de hombres apasionados por el fútbol.
Lo que cuenta, o lo que debería contar, es lo que ocurre entre el pitazo inicial y final de cada partido. La estadística de Lunati, por ejemplo, no evidencia que haya favorecido al Millonario. Lo dirigió en 32 partidos, de los cuales River ganó 12, empató 12 y perdió 8. “Cuando un árbitro entra a una cancha, es un profesional –agrega Lunati–. Yo soy muy pasional, y tal vez cuando le hacían un gol a River por dentro lo lamentaba, pero esa pasión nunca influyó en las decisiones que tomé”.
Hay algo más, dice Lunati: si un árbitro favorece deliberadamente a un equipo, es un mal profesional, y si es un mal profesional, no llega a Primera. Y mucho menos se mantiene durante muchos años.
Otros árbitros consultados por PERFIL coinciden en que es preferible que los hinchas no sepan de qué equipos son simpatizantes: “En un país donde todo el mundo es sospechado de algo, que un árbitro confiese de qué cuadro es podría generar desconfianza”. Si bien esa especulación puede ser cierta, también es real que las estadísticas juegan a favor de los árbitros.
Todo por los colores. Habría que repasar los números de los árbitros cada vez que dirigieron a los equipos de los que son hinchas. O a los clásicos rivales. ¿Qué pasó, por ejemplo, cada vez que Germán Delfino fue el árbitro de un partido de San Lorenzo? Acá están las cifras: de 19 partidos, el Ciclón ganó 8 y perdió 7. ¿Y con Huracán? Fueron siete, con tres empates y cuatro derrotas del Globo.
¿Cómo le fue a Racing con Patricio Loustau? Al igual que su padre, el ex árbitro Juan Carlos Loustau es simpatizante de La Academia. Por eso, los hinchas de los dos grandes de Avellaneda merecen una respuesta: de 21 partidos, Racing ganó 9 y perdió 8. A Independiente le fue mejor: de 17 partidos, ganó 9 y perdió 6. Con Loustau como árbitro, el balance favorece al Rojo. Dato para convencer a cualquier escéptico.
Diego Ceballos quedó marcado cuando dirigió la final de la Copa Argentina del año pasado entre Boca y Rosario Central. Ganó el Xeneize 2-0 con un penal que no fue y un gol en posición adelantada. En ese momento se sospechó. Ahora se confirma: es hincha de Boca. De todos modos, es poco probable que haya tomado decisiones impulsado por amor azul y amarillo. Las estadísticas de su carrera favorecen a Boca, pero no perjudican a River: en los siete partidos que dirigió al Millonario quedó en tablas: dos triunfos y dos derrotas.
Los árbitros son los malos de la película. Los más insultados, los que se llevan la peor parte. Pero las estadísticas demuestran que cuando salen a la cancha también son los más profesionales. Que la pasión por los colores es cosa de hinchas.