Los capitales dejaron de ingresar desde hace un tiempo a la economía argentina, por lo que el déficit de la cuenta corriente del balance de pagos de 2013 del orden de 1 punto del PIB debió ser financiado con caída de reservas del Banco Central. La devaluación de enero intenta corregir el desequilibrio externo, pero hay subyacente un problema más serio: en el trienio 2012/2014 la variación del PIB no superará el 0,5% anual promedio, y hay cada vez más indicios de que esto se debe a una caída del crecimiento potencial del país, por un nivel insuficiente de inversiones, por cuellos de botella cada vez más asfixiantes en infraestructura y energía, y por un funcionamiento cotidiano de la economía contraindicado para la productividad.
Frente a este cuadro de situación, es clave lograr que el inevitable ajuste de corto plazo por el que estamos atravesando desemboque en mayores incentivos a la inversión, de modo que la oferta pueda reaccionar positivamente en el mediano plazo. Pero si el diagnóstico que se realiza a nivel oficial es que el problema está del lado de una demanda insuficiente, entonces se corre el riesgo de que la solución de fondo ( inversión y productividad) demore más tiempo en llegar.
La caída de las reservas del Banco Central, del orden de los US$ 15 mil millones en los últimos 15 meses, revela los límites a los que se enfrentó la política económica, vinculados con los términos de intercambio y los movimientos de capitales. Por un lado, los precios internacionales de las commodities ingresaron a un nuevo ciclo, por lo que, después del pico de fin de 2012 (68,1% por encima de 2002) los términos del intercambio experimentaron un moderado retroceso. Aunque el nivel actual supera en más de 50% el de once años atrás (el beneficio sigue siendo extraordinario), el nuevo escenario implica menos capacidad de ahorro e inversión para un esfuerzo productivo semejante al de un par de años atrás. Esto conecta con el segundo de los límites, relacionado con los movimientos de capitales. Aunque los controles han recortado la fuga de divisas, interesa aquí poner el foco en los flujos asociados a la Inversión Extranjera Directa (IED), que representaron en 2013 el equivalente a 1,8% del PIB (guarismo inflado por la forzada “reinversión de utilidades”). Así, la IED se ha acercado peligrosamente al nivel de 2009 (plena crisis internacional) y converge a la mitad de los mejores datos de la última década (en 2010 alcanzó 3,1% del PIB).
Recuperar IED permitiría “matar dos pájaros con el mismo tiro”, activando el ingreso de divisas para aliviar la restricción externa y contribuyendo a incrementar la capacidad instalada, con la incorporación de equipos y tecnología.
Sin dudas, el control de cambios afectó la IED, pero también la tendencia declinante de las utilidades ha jugado su rol (sin distinguir firmas nacionales o extranjeras). En actividades vinculadas a la producción de bienes exportables, la rentabilidad de 2013 fue –en términos generales– del orden de la mitad de los guarismos de 2007. Esto es válido para los balances de YPF, el consolidado de industrias que cotizan en Bolsa y el margen neto de la soja. Del lado de las firmas orientadas al mercado interno, hace tiempo se sospechaba que el ajuste habría de llegar, y 2014 se está encargando de confirmarlo.
El problema está en que la política fiscal y monetaria del último período luce contraindicada para recuperar la dinámica de inversiones.
Hubo quienes pensaron que, al igual que 2002/03, la devaluación de enero produciría una corrección significativa en el frente fiscal. En aquel momento, el superávit se recuperó ya en 2003, debido a que el gasto público aumentó en términos nominales al 50% del ritmo de incremento de los ingresos. En cambio, en el primer trimestre de 2014 todavía el gasto público estaría subiendo (falta el dato de marzo) 10 puntos porcentuales por encima de la variación de la recaudación (33,9%). No extraña entonces que las transferencias del Banco Central al Tesoro sumen $ 107 mil millones en 12 meses hasta marzo, cuando a fin de 2013 acumulaban $ 94 mil millones.
Si la economía dispusiera de gran capacidad ociosa, es decir, si el problema estuviera del lado de la demanda, estas tendencias fiscales y monetarias quizá no provocarían mayor daño a la economía. Sin embargo, en el contexto actual, la ampliación del déficit fiscal es sinónimo de riesgos. Puede estar anticipando: a) mayor presión impositiva futura, b) nuevos desbordes inflacionarios que anulen la diferencia que el tipo de cambio (subió 23%) les sacó a los precios (13%), o bien c) desplazamiento del crédito disponible a favor del sector público en detrimento del privado. Así es como se ha configurado un escenario en el que el ajuste recae exclusivamente sobre el consumo y la inversión privados.
Para moderar esta tendencia, seguramente la apuesta oficial es lograr algún tipo de financiamiento externo. La negociación con el Club de París parece avanzar, por lo que después de la reunión de fin de mayo podría haber buenas noticias en este frente. En ese caso, el Gobierno podría aprovechar para diluir parte de los vencimientos de 2015 a través de un canje voluntario de deuda, buscando ampliar el horizonte pese el limitado stock de reservas.
Sin embargo, sería un error considerar estos eventuales alivios financieros como un sustituto del replanteo que la economía necesita para volver a atraer inversiones productivas a buen ritmo.
El caso de energía es bien ilustrativo. YPF no sólo recuperó margen de acción al cerrarse el litigio con Repsol, sino que además opera en un mercado en el que los precios internos han reducido parcialmente la brecha con los internacionales (naftas, petróleo crudo y gas incremental). Sin embargo, la experiencia del último período refleja el trabajo monumental por delante: en el seminario sobre energía organizado conjuntamente por Fundación Mediterránea y el grupo de ocho ex secretarios del área, el vicepresidente de YPF, Fernando Giliberti, apuntó que el 50% de la inversión de la compañía está focalizado en Vaca Muerta, pero que por el momento la producción de esos yacimientos representa sólo el 10% de la producción total. Y, en un baño de realismo para los más eufóricos con los no convencionales, estimó que sólo después de inversiones de US$ 4 a 5 mil millones en los pozos elegidos comenzará el recupero por el lado del flujo de caja. Otros especialistas advirtieron que habrá de pasar bastante más de un quinquenio hasta que la oferta de energía logre un punto de inflexión. Recomendaron algún tipo de promoción impositiva.
Los cada vez más intensos trabajos de exploración darán el veredicto respecto del verdadero potencial de Vaca Muerta. Pero el interés no es puramente sectorial: la demanda insatisfecha de gas viene promediando el 10% del consumo industrial por año. Es una ventaja competitiva que se ha perdido. Si el problema de la economía está del lado de la oferta, la falta de energía lo potencia a la enésima. Quizá haga falta un pacto de los principales partidos políticos, como ocurrió en México, para que verdaderas políticas de Estado nos hagan depender menos de la suerte.
*Investigador jefe- Ieral