La economía se vincula con el escenario electoral desde dos dimensiones. La que corresponde al “presente” y la relacionada con el “futuro”. Desde el punto de vista económico, al momento de votar la gente toma en cuenta cómo está su bolsillo, pero además considera sus expectativas respecto de cómo estará en el futuro y decide en consecuencia.
Obviamente, una visión simplista indicaría que siempre un buen presente y buenas perspectivas de futuro premian al oficialismo. Y que un mal presente y una mala proyección de una mala actualidad beneficia a los oposotores.
Pero profundizando un poco más en el análisis, cuando se mira al futuro también se considera qué candidato muestra más capacidad para “gerenciar” los problemas que se perciben adelante. Y esto último no divide aguas, necesariamente entre oficialismo u oposición. Siendo un país presidencialista, altamente centralizado y con mucho peso de las “corporaciones” en sentido amplio, la mencionada capacidad de gerenciar el futuro se evalúa más en “personas” que en qué lugar del espectro político se encuentra dicho candidato, aun cuando, por supuesto, para una parte de la sociedad el color político importa. Puesto de otra manera, sea en forma intuitiva o con el corazón, con un análisis profundo y racional, cada votante, considerando exclusivamente la economía, toma en cuenta su presente, su expectativa de futuro y la capacidad del candidato de “gobernar” ese futuro para mejor.
En este contexto, el plan electoral del oficialismo es lograr que la gente concurra a votar con un buen presente, y con buenas expectativas respecto del futuro, y mostrar a candidatos capaces de “continuar” el camino.
En cambio, el plan de la oposición es poner énfasis en los problemas del presente y su proyección hacia delante y mostrar a candidatos con capacidad para darles solución a esos problemas y ofrecer, por lo tanto, un futuro mejor.
Visto así, la economía no “se metió en la campaña”, como se ha dicho estos días a partir del aumento de la dolarización de los portafolios de los inversores (más demanda de dólar ahorro, de bonos en dólares y aumento de la brecha con el dólar libre) y del empeoramiento del escenario internacional.
La economía siempre estuvo en la campaña. En todo caso, lo que ha pasado estos días es que, por un lado, el oficialismo encuentra problemas serios en lograr que el “plan hagamos una fiestita de consumo y prometamos más de lo mismo para el futuro y después vemos” siga funcionando.
Y la oposición encuentra complicado seguir con su plan “no hablemos de economía, por ahora, para no dar malas noticias sobre lo que se viene”.
Lo que en realidad se ha metido en la campaña, es que cada vez se hace más evidente para más gente que la “continuidad” lisa y llana que se prometía desde el oficialismo, no está disponible. Y no está disponible, porque el escenario global ha cambiado.
Los precios de los commodities han bajado, y lo que ganamos por un menor precio de los combustibles que importamos lo perdemos y más con el menor precio de la soja que exportamos. Que el dólar se ha fortalecido respecto de todas las monedas regionales y hemos perdido competitividad.
Y, finalmente, nuestro principal socio, Brasil, está en medio de una recesión y una crisis política por el propio agotamiento de su populismo y por el estallido de casos de corrupción.
Sólo por este cambio de viento, habría que reorientar las velas. Pero sucede que, además, el intento de fiesta electoral ha generado niveles insostenibles de un déficit fiscal financiado internamente por el Banco Central directa o indirectamente. Y que el “modelo” ha llevado a un tamaño del gasto público, imposible de solventar por el sector productivo.
Que el tipo de cambio real (consecuencia de ese tamaño del gasto público y del uso del precio del dólar como ancla antiinflacionaria y crear ese clima de fiesta consumista), está como en los peores momentos de finales de siglo pasado y que todo esto combinado con una presión fiscal también récord, frena la inversión privada y el empleo.
En síntesis, ahora está mucho más claro que el modelo está agotado y que les será difícil a los candidatos oficialistas defender el “más de los mismo” y seguir con la teoría de la conspiración para tapar sus errores.
Y a los de la oposición, eludir su respuesta sobre qué proponen para retomar el crecimiento.