El argentino Jorge Pérez es el principal desarrollador urbano del estado de Florida. Su fortuna se calcula en 3.600 millones de dólares. Él siempre ha querido hacer negocios en Buenos Aires, pero, por una razón o por otra, no ha podido. Todavía. Porque vendrá en marzo a anunciar una obra en Puerto Madero, en la que mezclará su otra pasión: el arte. Tanto él como su mano derecha, Carlos Rosso, otro argentino, lucen muy entusiasmados con el gobierno de Mauricio Macri. “Cambiaron las expectativas”, se alegra Rosso durante un cocktail en Sunny Isles, en Miami, en el que presentaron un edificio de lujo diseñado por Giorgio Armani con arquitectura de César Pelli. Muchos argentinos en ese evento, todos optimistas. Una reunión sin tango, a tono con el manto de arena que embellece el lugar.
No son los únicos. El Índice de Confianza Vistage, que se realiza cada trimestre a los líderes empresariales locales, está por las nubes, y es la nota de tapa de esta edición de FORTUNA. Mauricio Macri lo hizo, y es una buena noticia en la medida en que no hay forma de progresar en este mundo si el contexto político no consigue despertar el instinto por los negocios de quienes tienen dinero y capacidad. Tan contentos están que prometen aumentar sus inversiones ya en los próximos meses, como Pérez.
¿Por qué están tan entusiasmados? Por las medidas económicas del nuevo gobierno: la prolija salida del cepo cambiario, la devaluación, la eliminación de trabas para exportar e importar, la negociación con los fondos buitres, la suba de tarifas de electricidad, la buena relación con Estados Unidos, etcétera.
Son medidas que le dan al empresariado una nueva oportunidad para cumplir su rol vital: convertirse en la locomotora que impulsa al país.
Para eso se necesita una mirada estratégica, que vaya más allá del corto plazo. Es lo que decide a un empresario a innovar y a invertir.
Hay sectores que, por el contrario, siguen atados a viejas mañas: por ejemplo, quienes han aprovechado primero las expectativas de la salida del cepo cambiario y luego la devaluación para remarcar productos básicos con una codicia tal que están siendo denunciados por otros empresarios. Es el caso de la carne; la Sociedad Rural Argentina llamó a la población a no consumir ese producto a estos precios.
Las culpas aquí son compartidas: falta también un Estado eficaz y una visión de la economía más pragmática, que pueda evitar o, al menos, sancionar esos abusos; esa forma tan cómoda de ganar plata a costillas de los consumidores. Lo hacen los países más liberales del mundo, Estados Unidos en primer lugar, ¿por qué no tendríamos que hacerlo nosotros?
(*)Editor ejecutivo de la revista Fortuna.