Este año podría cambiar la suerte del trigo, pero para que eso suceda, el Gobierno deberá dar mayores signos de voluntad que armar fideicomisos. Se necesita una apertura urgente del mercado para que los productores puedan percibir los 330 dólares por tonelada que ofrece en la actualidad el mercado internacional. Porque claro, por la inflación acumulada, los costos de implantación han cambiado, todavía no es mucho lo que se ha cerrado en alquileres pero han crecido y, aunque la cebada vuelva este año al área que ocupa habitualmente, para que el trigo dé un salto favorable, las señales deben ser claras. El Gobierno debería entender que, más allá de mejorar el proceso productivo al sumar otro cereal a la rotación agrícola, el trigo permitiría aportar estratégicas divisas al país y generar empleo en las provincias productoras durante los meses de invierno y primavera.
Al revisar las estadísticas de la producción triguera argentina, los Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola (CREA) muestran que la Argentina cayó del quinto puesto en el ranking de países exportadores de trigo en 2000, al décimo puesto en la actualidad, superado por EE.UU., Unión Europea, Canadá, Australia, Rusia, Ucrania, Kazajstán, India y Turquía.
Este resultado es consecuencia de que los dos últimos ciclos productivos fueron los peores de los últimos cien años: en 2013/14 se sembraron 3,6 millones de hectáreas y se cosecharon 9,2 millones de toneladas, según el Minagri. Además, en las últimas seis campañas hubo áreas de siembra muy inferiores de los registros históricos, que oscilaron en 6-7 millones de hectáreas (ver gráfico).
Recuperar una proporción significativa de la superficie sembrada con el cereal permitiría el ingreso de divisas a fines de 2014 y principios de 2015, cuando se acaben los dólares de la soja. También daría recursos estratégicos a los productores, para cancelar deudas y financiar la siembra de granos gruesos.
La mayor siembra se podría concretar con facilidad gracias a la humedad que hay en los suelos de gran parte de la zona productiva, a partir de las abundantes lluvias otoñales. También favorecerían a los cultivos los pronósticos de un próximo fenómeno El Niño, que generalmente produce buenas precipitaciones para Sudamérica y escasas para Australia, el principal competidor en las exportaciones de trigo del hemisferio sur.
El escenario internacional también es favorable para los precios, porque los cultivos de EE.UU. están atravesando un período de sequía y se mantienen las dudas sobre el flujo de mercadería proveniente del Mar Negro, que hoy alcanza al 25% de las exportaciones mundiales de trigo. Importantes países importadores como Egipto, que se abastecen en esa zona, podrían verse obligados a comprar a otros proveedores, entre ellos la Argentina. En el caso de contar con una producción importante, sin dudas abasteceríamos en primera instancia a Brasil, uno de nuestros principales socios comerciales, que hoy se abastece de otros destinos.
El mercado demanda lo que somos capaces de producir. Frente a los problemas del hemisferio norte, los países exportadores del hemisferio sur podrían abastecer a los países compradores con volúmenes importantes, a partir de siembras en contraestación durante el invierno austral.
Ahora o nunca
La decisión de sembrar o no trigo se toma en las próximas semanas. Por ahora, el marco económico del cultivo da números muy justos, sobre todo en campos alquilados. No obstante, rápidamente se podría concretar un aumento de área sembrada si los productores perciben un cambio de timón en las políticas oficiales referidas al cereal.
Serían señales positivas la rápida liberación del mercado para el trigo del ciclo 2013/14, aún pendiente, y volver al sistema que permitía exportar sin restricciones cuantitativas, en un marco general de libre juego de la oferta y de la demanda en el mercado.
Si pudieran capturar los precios internacionales de US$ 330 por tonelada FOB, los agricultores estarían dispuestos a producir y a generar riqueza y trabajo con el trigo diversificando la rotación. Esperan que un diálogo constructivo permita acordar nuevas reglas de juego que, definitivamente, consideren los intereses de todos los actores que intervienen en la cadena que va desde el campo hasta el consumidor.