Frente a un proceso de final incierto como el que Argentina tiene por delante, hubiera resultado natural que el gobierno (éste o cualquier otro) intentara desplazar la atención desde lo doméstico hacia afuera. Esta vez no hace falta. El mundo tiene hoy un rol mucho más determinante que nunca antes. Es infinitamente más importante, para el análisis del corto plazo y de lo que está por venir, lo que pasa en el mundo que lo que pasa localmente.
Claro está, no somos sólo analistas o empresarios o individuos que tomamos decisiones absolutamente despojados de nuestro rol de ciudadanos. Pero es buen consejo en estos días concentrarse más en lo que sucede con la dinámica de la crisis global que con la dinámica política interna.
El mundo se comporta como una aplanadora de las particularidades domésticas. Todos los países, independientemente de si están bien o mal administrados o de su situación política, sufren las consecuencias del shock global. Para no apartarnos demasiado de las características propias de la Argentina, basta con mirar lo que sucede en la región.
Según las últimas proyecciones del FMI, la reversión del crecimiento para el promedio de la región sería de unos 5,5 puntos porcentuales y, si bien del gráfico adjunto se desprende que los países con situaciones políticas y de calidad de sus políticas más pobres son los que más se ven afectados (Ecuador, Venezuela y Argentina), la diferencia entre estos y otros con menor incertidumbre y mejor administrados (Brasil, Perú, por ejemplo) luce por cierto poco relevante.
No estamos diciendo que las cuestiones domésticas no importan en lo absoluto. Lo que sucede es que la magnitud del shock internacional es tan grande que la influencia de las cuestiones locales en el corto plazo pasa a un segundo plano. La dinámica político-electoral y las políticas públicas poco han podido hacer y poco podrán hacer en el corto plazo para compensar o revertir el impacto doméstico de lo que sucede en el mundo.
Pero, las cuestiones domésticas ganan en importancia a medida que ampliamos el horizonte de análisis. No sólo porque mayores dudas sobre la gobernabilidad podrían empeorar la dinámica económica, sino porque la estabilidad institucional y la calidad de las políticas económicas pueden resultar condicionantes una vez que se despeje el horizonte global y el mundo retome su sendero de crecimiento (algo que no luce probable antes de bien entrado el año 2010).
Para entender mejor este punto para Argentina, podríamos preguntarnos qué panorama ofrecerá el país para ese entonces. Más allá de la falta de certezas, podemos decir sin demasiado temor a equivocarnos que será un panorama muy distinto del que ofreció cuando el viento de cola externo comenzó a soplar con fuerza a partir de 2003. En efecto, al inicio de la expansión global, la Argentina había despejado las dudas sobre la gobernabilidad de la mano de los gobiernos de Duhalde primero y de Néstor Kirchner después.
Se podía dudar de las virtudes de estos gobiernos, pero lo que no estaba en tela de juicio era su capacidad de administrar la salida de la crisis gobernando el país en un relativo entorno de paz social. Al mismo tiempo, la Argentina posconvertibilidad y poscanje de deuda ofrecía al mundo estabilidad dentro de un marco de relativa flexibilidad cambiaria y solvencia fiscal impensando apenas unos años antes.
Estas condiciones políticas y económicas resultaron favorables para que el país se subiera rápidamente al tren del crecimiento global, a tal punto que se llegó pensar que el default económico e institucional de 2001/2002 no había tenido prácticamente costos en términos de las posibilidades de crecer a futuro.
El panorama que se tiene por delante luce muy distinto. Estamos frente al proceso electoral más incierto de la historia argentina. Hablamos de proceso electoral porque la incertidumbre domina lo que puede suceder de aquí a las elecciones, lo que puede suceder con el resultado de las elecciones y lo que puede suceder después de las elecciones. Tan incierto, que varios analistas políticos plantean hipótesis de trabajo que van desde la no realización de las elecciones en junio ’09 (el Gobierno, frente a un escenario de derrota, favorecería la declaración de inconstitucionalidad del adelantamiento electoral) hasta la realización de elecciones presidenciales anticipadas (un resultado electoral en los comicios de medio término que deje muy debilitado al Gobierno podría precipitar la renuncia de la Presidenta y su vice).
Al mismo tiempo, en 2009 se pondrán en juego tanto la estabilidad cambiaria y monetaria como el superávit fiscal. De hecho, la estabilidad nominal ya ha sido puesta en juego durante estos últimos años de altísima inflación; una inflación que, por cierto,
continúa siendo relativamente elevada a pesar de la recesión. Por su parte, el resultado fiscal caería alrededor de 1,5 punto del PBI durante este año. No parece ser un “paquete fiscal” demasiado grande en un año en el que el paquete fiscal promedio del mundo es de unos 3 puntos del PBI, o cuando Estados Unidos y una gran cantidad de países de Europa han armado ya paquetes fiscales del orden de los 7 puntos del PBI. Pero la magnitud del “paquete fiscal” argentino refleja una cuestión trascendente: el paquete no es más importante porque sencillamente no se lo podría financiar.
Más aún, todavía no está claro que el paquete de 1,5 del PBI pueda financiarse. Los márgenes fiscales ya resultan extremadamente reducidos y el Tesoro deberá realizar varios canjes y recurrir al financiamiento del Banco Central y del Banco Nación para poder honrar sus obligaciones.
En definitiva, la recesión global domina la dinámica económica de corto plazo. Pero, la recuperación económica mundial es una condición necesaria pero no suficiente para que Argentina pueda revertir la fase recesiva actual. La inestabilidad político-institucional y las dudas sobre la gobernabilidad, de un lado, y el deterioro de sus fundamentos macroeconómicos, del otro, serán una carga difícil de remontar cuando el mundo vuelva a despegar.
* Economista