La cuerda se cortó. Martín Redrado, como presidente del Banco Central, fue probablemente el funcionario del área económica que mejor se llevó por años con Néstor Kirchner. El único que logró conciliar los pedidos del presidente patagónico con sus ideas sobre una gestión monetaria ordenada. Así pudo surfear casi cinco años y medio de gestión sin sobresaltos, pero la decisión del Gobierno de capturar 6.569 millones de dólares de las reservas internacionales a través de un decreto de necesidad y urgencia fueron su límite.
Redrado cree que si aprueba esa medida sin la protección legal necesaria –el aval del Congreso y un dictamen favorable de la gerencia jurídica del Central– podría tener que rendir cuentas a la Justicia. Es lo único que pidió. Protección legal.
Pero el kirchnerismo no entiende de postergaciones. Las medidas que ordena el matrimonio presidencial deben ser atendidas sin titubeos. En cuanto Redrado empezó a demorar el traspaso de las reservas a una cuenta especial que manejaría el Tesoro, Kirchner empezó a sospechar.
Luego vino el informe monetario que emite cada año el Banco Central y que esta vez fue especialmente crítico con el gasto público y el riesgo de un recalentamiento de la inflación. Los medios –especialmente Clarín– aprovecharon ese informe para castigar al Gobierno de Cristina. Kirchner levantó temperatura. Y cuando Redrado anunció que recibiría a los senadores radicales Gerardo Morales y Ernesto Sanz, Kirchner explotó. Para el patagónico estaban dados todos los elementos necesarios para identificar una conspiración entre la oposición, el Grupo Clarín y el presidente del Banco Central para desestabilizar a Cristina. La orden siguiente es casi una obviedad: echar a Redrado.
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