Esta definición implica el desarrollo de capital humano en abundancia, a través de la educación, la capacitación, etc. y la posibilidad de acceso al capital. Cuánto más escasos ambos recursos, menor la prosperidad. Cuánto mas abundantes, mayor la prosperidad.
En los últimos días, y en base a sendos reportajes y medidas tanto la presidenta de la Nación como su flamante ministro de Economía han explicitado, nuevamente, el "modelo productivo" argentino y su claro sesgo "antiprosperidad". La Argentina ha sufrido en las últimas décadas un serio deterioro de su formación de capital humano. Si la Argentina aún mantiene cierta calidad relativa en su educación pública en comparación con otros países de la región, es por la gran ventaja que les llevábamos en el pasado, y no por lo sucedido en los últimos años. Es decir que, en materia de oferta de recursos humanos de calidad, nuestra capacidad de "generar prosperidad" ha empeorado.
Veamos ahora por el lado del "capital". Tenemos en el activo, al menos medido por los "términos del intercambio" de hoy, una herencia extraordinaria de la naturaleza, para la explotación de recursos naturales. Esta explotación, sin embargo, sólo es posible si se combinan esos recursos con las últimas tecnologías disponibles. Es decir con recursos básicamente del mercado de capitales que "no están en la herencia". Aquí hay un extraordinario ejemplo de la "prosperidad" que visualiza Brenner. Se han sumado, como corresponde, recursos naturales heredados, recursos humanos talentosos y capital, lo que ha permitido desarrollar las tecnologías requeridas. Claramente, este desarrollo sólo ha sido posible porque los extraordinarios precios internacionales permiten financiar los costos de producción y generar una renta extraordinaria. Y allí es dónde surge la primera "interferencia" del "modelo productivo".
Según el Gobierno, permitir que el campo se "apodere" de esta renta extraordinaria genera dos efectos negativos: Primero, alimentos caros para los argentinos. Segundo, que el sector público no tenga los recursos fiscales necesarios para "redistribuir" esa riqueza.
Respecto de la "apropiación de la renta extraordinaria", el supuesto implícito en este razonamiento es que el gobierno "redistribuye" mejor que el sector privado. ¿Es ésta una solución superior? No está clara la respuesta y, en todo caso, no puede aceptarse sin un debate serio.
El caso del sector lácteo es un buen ejemplo. El gobierno chileno permitió que los productores recibieran el precio pleno por su producción y Chile pasó de ser importador neto a exportador neto de productos lácteos. Como la lechería es una actividad en dónde predominan pequeños productores atomizados y de bajos ingresos, esta política permitió que sus productores "prosperaran" y salieran de la pobreza, por lo que los aumentos de los ingresos del sector más que compensan los efectos negativos sobre la pobreza de un precio de la leche más cara.
En la Argentina, en cambio, con políticas de "protección" a los pobres consumidores de leche, hemos pasado de 40.000 productores a 13.000 en los últimos 20 años y como los que desaparecen son los pequeños, la pobreza en el sector lejos de disminuir, aumentó. Algo similar ocurre al comparar la política de carnes de Uruguay o Brasil, con la nuestra. Insistir por este camino, nos puede llevar a ser importadores netos, con lo cuál ya no podremos "zafar" del precio internacional de los alimentos. Otro tanto está ocurriendo en otros sectores de recursos naturales.
Reemplazar al mercado de capitales por el Gobierno, e interferir en la "herencia de la naturaleza" parte del supuesto de que el "Gobierno" mejora las chances de prosperidad. Supuesto que, dada la experiencia internacional y nuestra historia, suena demasiado fuerte.
Y eso lleva a otros aspectos del "modelo productivo". El ministro Lousteau insiste en que la Argentina necesita un tipo de cambio alto, para permitir la "reindustrialización" del país. Dicho de otra manera, si se eliminaran las retenciones y se permitiera que se apreciara el peso, para evitar tener "inflación de alimentos", eso llevaría a un tipo de cambio que sólo permitiría el florecimiento de la actividad agrícola, por su alta competitividad y dado los precios internacionales actuales, pero "acabaría" con la industria que no podría competir.
Sin embargo, este argumento también es bastante discutible. En primer lugar, no es lo mismo un tipo de cambio alto sostenido con compras del excedente fiscal, que sostenido con emisión monetaria esterilizada parcialmente con colocación de deuda del Banco Central. En segundo término, no está claro que la industria con un tipo de cambio 15 ó 20% inferior al actual "desaparezca", teniendo en cuenta que el tipo de cambio real multilateral actual es más del doble del que regía a la salida de la convertibilidad. Sostener el tipo de cambio artificialmente alto, permite recaudar las retenciones sin eliminar la rentabilidad en el sector exportador y, a la vez, como explica el ministro, lograr que el precio interno de los exportables sea bajo, para que los salarios puedan seguir siendo "baratos" en términos internacionales. O, dicho de otra forma, para que los salarios puedan mantener el poder de compra en alimentos, sin aumentar los costos salariales para la industria sustitutiva de importaciones.
Pero mediante este mecanismo se desalienta la producción de exportables no industriales y, simultáneamente, se encarece toda incorporación de tecnología importada. En otras palabras, los recursos humanos son baratos, pero los recursos de capital son caros. Además, como éste es un mecanismo inflacionario, al usar la emisión monetaria para financiar la compra de dólares y se ha destruido el CER, se limita la expansión en cantidad y plazos del mercado de capitales en moneda local, acentuando la dependencia del Gobierno para conseguir recursos de capital u obligando a "importar" capital, endeudándose en moneda fuerte.
La pregunta surge naturalmente: ¿Dónde hay más prosperidad? ¿Dónde los salarios son baratos y los bienes de capital caros o dónde los salarios son caros y los bienes de capital baratos? El ministro Lousteau dijo que "nosotros podremos exportar alimentos cuando todos los argentinos hayan comido". Con todo respeto, la relación causal es exactamente la inversa: "cuando seamos poderosos exportadores de alimentos, todos los argentinos podrán comer, sin problemas".
Así funciona la prosperidad en el mundo, con educación, capacitación y mercados de capitales financiados con rentabilidades extraordinarias. Esto no significa que no haya cosas que hacer desde los gobiernos. Pero justamente, son las cosas que ayudan a la prosperidad en lugar de entorpecerla.
Obviamente, liberar los precios de los exportables y alinear los incentivos para producir cada vez más, obliga, por un lado, a un replanteo fiscal de fondo, que podría incluir tanto las retenciones a la exportación, como el impuesto al cheque como mecanismos de "pago a cuenta" del impuesto a las Ganancias u otros tributos.
Pero todo esto implicaría abandonar el "modelo productivo" y pasar a un "modelo de prosperidad" que aproveche mucho mejor las extraordinarias condiciones internacionales que reciben hoy los países productores basados en recursos naturales.
Por las recientes medidas y declaraciones, la Argentina se encamina hacia otro año de crecimiento relativamente alto, elevada inflación, conflictos crecientes, cuellos de botella en la inversión, poco mercado de capitales, etc. Otro año, en síntesis, con menos prosperidad que la que podríamos tener.
(*) Enrique Szewach es economista y periodista.