“Ese episodio fueron muchos episodios. Fue el corralito, el corralón y después la pesificación”. Así comienza a recordar la crisis bancaria de 2001 Manuel Sacerdote, por entonces número uno del Bank Boston (luego Standard Bank, hoy ICBC) en la Argentina. Con 73 años, retirado desde 2005, hoy es asesor financiero de patrimonios familiares y también dedica tiempo a algunas ONG. “Hoy estoy fuera del sistema financiero”, dice en diálogo telefónico desde Uruguay, donde suele descansar. Vive en Buenos Aires, ahí mismo donde hace 15 años su cara empapelaba la City porteña mientras la gente gritaba “ladrones” en la casa central.
—¿Cómo recuerda aquella etapa?
—Fue una etapa muy traumática. Me impactó muy negativamente. El grado de gravedad más fuerte fue la pesificación. Con el corralito podía usarla y estaba en dólares, y podía usarla. Cuando le dijeron que estaba en pesos, la gente se volvió loca. Le aconsejo que analice qué hizo Uruguay en ese momento. Uruguay nunca pesificó. Separó muy bien los bancos que estaban bien de los que estaban mal. Los que estaban en un banco que estaba bien nunca perdieron un peso
—¿Cómo se llegó a eso? ¿Se siente responsable?
—Tuvo que ver con el tema de la convertibilidad, que hacía que las reservas se usaran para la parte exterior y para respaldar al sistema financiero. Había depósitos en dólares en los bancos. En febrero de 2001 empezaron a hablar de que había lavado en los bancos, que nunca hubo en los bancos serios. Y eso empezó a traer inquietud en la gente. Además hubo mucho financiamiento al Estado. Y también financiamiento a las provincias. Ahí empezó un drenaje. Duró todo el año. Y finalmente en noviembre algunos bancos no podían responder. Y se hizo el corralito porque algunos bancos no podían responder. Otros sí podían.
—El Galicia, el Nación y el Provincia no podían responder. ¿El corralito los salvó?
—No nombro bancos. El asunto es que se armó un corralito para todos. El corralito se armó dejando a la gente hacer pagos, la gente no había perdido nada. Era un problema serio, pero se dieron tarjetas de débito que hasta entonces no se usaban. Todo empezó a funcionar bien hasta que se pesificó, y la gente se volvió loca. El gran error fue pesificar.
—Hubo protestas muy duras contra usted y otros banqueros. ¿Se arrepiente de algo?
—A mí no me afectó nunca. Nunca perdí una hora de sueño con eso. No tenía culpa de nada. Tenía la conciencia tranquila. Estaba preocupado por la gente, pero no podía hacer nada, las medidas las dictaba el Poder Ejecutivo.
—Hubo condena social.
—La gente nos acusaba a los bancos de quedarnos con la plata de ellos. Y los bancos nunca perdieron tanta plata. El Banco de Boston, que había venido a la Argentina en 1917, en 2001 y 2002 perdió todo lo que había ganado desde 1917. En un momento se reunieron en Nueva York los presidentes mundiales de los bancos extranjeros para decir que nunca habían tenido una crisis tan grande como la de 2001 y 2002 en la Argentina. Y acá nos acusaban de quedarnos con la plata.
—Hoy la gente blanquea y suben los depósitos en dólares. ¿Es una etapa superada?
—Acá la gente para blanquear dólares en efectivo no tiene otra forma que ponerlo en los bancos por seis meses, pero eso no quiere decir que recupere la confianza en los bancos. El presidente de un banco central del exterior en 2002 me dijo: “Yo pienso que la desconfianza hacia los bancos va a durar hasta que se muera la última de las personas que estaba viva en esos días”.
—La gente siempre tiene el fantasma de otro corralito.
—No me parece posible que ahora venga un corralito. El sistema está en pesos. Si hubiera una corrida, el Central emite los pesos y no es inflacionario.
—¿Cómo ve al gobierno de Macri?
—La situación que asumió este gobierno es muy difícil pero está trabajando fuerte y no es fácil, porque la fuerza política del gobierno nuevo es minoritaria. No podemos esperar que los problemas se resuelvan rápido porque no es posible.