En la Argentina, un mes puede ser un año. Así de vertiginosos son los cambios y así de impredecible es la economía y el accionar del Estado. Esto reduce la previsibilidad al mínimo y en consecuencia hablar de dos años es hablar de una eternidad
El kirchnerismo perdió las elecciones hace ya muchísimo tiempo. Esta sensación se dio por su extraordinaria habilidad política para cantar victoria con el fallo de la Corte y la Ley de Medios.
Así de lejos también parece haber quedado el principio de acuerdo con Repsol, anunciado el pasado 26 de noviembre, en parte a causa de la infame ola de saqueos y de los paros policiales que en los últimos días aquejaron a diferentes provincias.
El Gobierno quiere cerrar el acuerdo con Repsol antes de fin de año. ¿Por qué? Porque quiere ir ganando tiempo. ¿Tiene apuro? Sí, mucho. Porque justamente lo que no tiene es tiempo.
Hasta tanto no consiga financiamiento externo, deberá seguir financiando el gasto imprimiendo pesos. El aseverar que “imprimir pesos no genera inflación” se ha vuelto inverosímil aún para los más férreos defensores de la prosa kirchnerista. La alternativa de bajar el gasto para combatir la inflación no entra en el pensamiento de este gobierno populista, pues tendría que reducir el empleo público que él mismo se dedicó a hacer crecer en los últimos 10 años; reducir o incluso quitar los subsidios “no mueve la aguja”, o al menos no lo suficiente.
Con un cepo aún en vigencia, esto significa cada vez menos dólares en el BCRA y cada vez más pesos dando vueltas. Esto no es más que mayor depreciación del tipo de cambio, algo que en las actuales circunstancias produce un temor justificado. Una estampida por encima de los $10 puede desatar dinámicas muy difíciles de predecir.
Volviendo entonces a la pregunta , el reloj corre en contra del Gobierno. Y en el preacuerdo con Repsol ya se ven las primeras trabas y demoras. La investigación del fiscal federal Ramiro González sobre “la letra chica” del acuerdo es una clara manifestación de esto.
Pero hay más. Repsol tiene bien claro que es el primer eslabón de un intento de hacer un cambio de política exterior en aras de buscar crédito externo. El Club de París, el FMI y los holdouts observan reclinados en sus asientos de primera fila la evolución de la resolución de este conflicto. ¿Consecuencia? Gran poder de negociación para Repsol. ¿Entonces?
Repsol exigirá mucho más que una promesa de pago vacía. Va a querer garantías. ¿Qué tipo de garantías va a pedir? Garantías reales. Hay altas chances de que exija bonos respaldados con regalías petroleras o gasíferas. Sabiendo de la existencia de Vaca Muerta y de que eso representa una gran riqueza por ser extraída, querrá tener sus bonos respaldados por ese botín. Parece razonable. ¿Tendría problema el Gobierno en acceder a esta garantía? En principio no debería. Pero le va a exigir nuevamente algo que le es escaso: tiempo.
Estructurar un bono con una garantía en reservas de hidrocarburos no es sencillo. Pero es todavía muchísimo más difícil de hacer cuando ese recurso se encuentra bajo tierra y todavía no está siendo explotado. Aún más: no está claro quién lo explotará y todavía no se han siquiera empezado a realizar las colosales inversiones necesarias para hacerlo.
¿Se puede solucionar esto? Sí. Se pueden hacer estimaciones y escribir un contrato lleno de contingencias. Pero esto es de alta complejidad y una vez más, exige tiempo.
La pelota está del lado de Repsol. Y por más que el Gobierno quiera atropellar por su apuro, difícilmente esta vez pueda lograrlo
* CEO de Carta Financiera S.A.