EDUCACIóN
Entrevista al politólogo Facundo Cruz

Socios, pero no tanto

Educación dialogó con el doctor en Ciencia Política, Facundo Cruz, sobre la suerte de las coaliciones de gobierno en Argentina durante el período 2003-2015.

Facundo Cruz
Facundo Cruz | Nicolás Sanz y Carrera de Ciencia Política (UBA)

 

La estela de la edición 2019 del Congreso Nacional de Ciencia Política dejó, detrás de sí, un renovado interés por parte de la comunidad hacia la disciplina. Uno de los eventos que tuvo lugar en las jornadas del Congreso en la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) fue la presentación del libro Socios, pero no tanto. Partidos y coaliciones en la Argentina 2003-2015 (Eudeba, 2019), del doctor en Ciencia Política Facundo Cruz.

Como señala el prestigioso politólogo Daniel Chasquetti, “este es un libro de Ciencia Política” y, como tal, Cruz alcanzó una profundidad y rigurosidad académica que le dará vigencia por muchos años.

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Para profundizar en su pensamiento, Educación dialogó con el autor acerca de las coaliciones políticas, en tanto acuerdos que sirven “para mantener el poder, poder ejercerlo, sostenerlo con recursos propios y prestados. Y, muchas veces, para evitar tener un competidor que pueda disputarlo.”

- Pensando en el lector no especialista, ¿qué son las coaliciones? Y complejizándolo un poco más, ¿qué son las coaliciones multinivel?

Las coaliciones son acuerdos de cooperación. Se arman entre dirigentes políticos que lideran, organizan y controlan partidos políticos que tienen el reconocimiento de la justicia electoral. En Argentina la competencia en elecciones se realiza a través de partidos políticos, no hay candidaturas independientes. De modo que estas estructuras son centrales para los dirigentes: sin ellas, no pueden hacer política. Generalmente, estos acuerdos surgen o se manifiestan cuando son muchos los actores que quieren competir por cargos públicos que se ponen en juego en elecciones, como son la presidencia, los diputados y senadores nacionales, las gobernaciones, las intendencias, etc. Si son muchos, pero la cantidad de cargos es limitada, o más bien finita, entonces tienden a formar coaliciones para competir juntos. En este sentido, puede entenderse a estos acuerdos como una transacción: se cede poder, espacio de decisión y candidaturas en favor de un aliado que se acerca a uno para lograr objetivos comunes. Esto implica que tienen que consensuar un nombre común, un logo, colores de campaña, un programa electoral conjunto y dos aspectos fundamentales para una coalición: quiénes son los y las candidatas, y qué reglas de convivencia tendrá ese acuerdo. Las primeras son centrales porque implica posicionamiento público, conocimiento y posibilidad de crecer en la carrera política de cada uno. Adicionalmente, si ganan los cargos por los que compitieron, durante ese mandato tienen incidencia en las políticas públicas, además de aumentar su poder político. Pero esto se logra solo si se cumplen las segundas: las reglas de los acuerdos son claves porque establecen cómo y de qué manera conviven los socios durante la etapa electoral. Más aún, si ganan la presidencia, cómo lo harán a la hora de gobernar juntos. Esto es el paso de una coalición electoral a una de gobierno, que suele ser el desafío más grande para los dirigentes políticos. ¿Respetamos las reglas acordadas al principio de la convivencia o las modificamos? Como pasar de un noviazgo a un matrimonio, es una nueva etapa con nuevos desafíos y mayor compromiso.

Cuando hablamos de coaliciones multinivel complejizamos un poco más el análisis. Acá nos referimos a los mismos acuerdos que mencionaba más arriba, pero tomando en cuenta los niveles del sistema político argentino. Tenemos tres en total: un nivel nacional, uno provincial y uno municipal. De la misma manera que podemos pensar las coaliciones de manera horizontal, viendo cómo se forman para un mismo cargo, como pueden ser las gobernaciones en todas las provincias, también podemos hacerlo en la dimensión vertical. Esto es, estudiar cómo, por qué y de qué manera se arman las coaliciones en los tres niveles mencionados. En distritos importantes como la Provincia de Buenos Aires, por ejemplo, esta forma de estudiarlas es central. Los acuerdos entre un candidato a presidente, uno a gobernador y los distintos a intendentes resultan centrales para poder ser electoralmente competitivos y relevantes. Son distintas formas de estudiar cómo se ponen de acuerdo. La dinámica federal argentina es importante en este sentido. En Brasil ocurre algo similar, también en México. Y cada vez más a medida que los sistemas políticos se descentralizan desde los niveles superiores hacia los inferiores. Los actores locales son cada vez más relevantes para lograr estos acuerdos porque tienen recursos políticos propios, movilizan electores, cuentan con militantes y hacen llegar el mensaje y la cara de los candidatos nacionales a cada distrito y localidad. De la misma manera que los actores locales necesitan de candidatos nacionales para ser competitivos en su pueblo o ciudad, los presidenciales necesitan de éstos para poder estar presentes en cada territorio.

 

- Pensar en “renunciar a ciertos beneficios a cambio de beneficios superiores” parece ser una lógica que, a priori, les presenta un desafío a varios políticos. ¿Considerás que pensar en coaliciones es pensar en una lógica novedosa de construir y mantener el poder?

Creo que las coaliciones son recurrentes en la actualidad, pero no son nuevas en la política argentina, incluso, en Latinoamérica. Si nos trasladamos a Europa la tradición es aún más longeva. En cierta medida, coaliciones siempre hubo en nuestro país. La diferencia radica en que el retorno a la democracia en 1983 nos dio una ilusión bipartidista transitoria que empezó a diluirse a mediados de la década del ’90, se restableció momentáneamente con la Alianza y volvió a su esencia con la crisis de 2001. Esto es, un sistema donde cada provincia es un distrito específico con actores propios y desconectado, en cierta medida, de otras lógicas provinciales o nacionales. El sistema se fragmentó en muchos partidos producto de la crisis de los partidos nacionales. Y ese cambio fue diferente en cada país. La fórmula que encontraron los dirigentes políticos, en este escenario post crisis, fue la de construir coaliciones. Eso tanto para mantenerse electoralmente competitivos como para poder tomar decisiones en el gobierno. Las coaliciones se arman no solo para ganar o sumar bancas, intendentes o gobernadores, sino también para gobernar y para legislar. Lo que cambia es la estabilidad de esos acuerdos. Las legislativas tienden a ser más cambiantes, las de gobierno tienen sus casos a favor (el Frente para la Victoria, Cambiemos) y en contra (la Alianza). Las coaliciones electorales cambian elección tras elección dada la volatilidad que tienen los propios dirigentes políticos. En Argentina las etiquetas pierden valor, por eso los nombres se modifican, al igual que quienes los integran. Hay pocos casos estables en el tiempo. Pienso en el Frente para la Victoria, donde 12 años de gobierno mantuvo unidos a sus socios y sumó nuevos. También en el Frente de Izquierda y de los Trabajadores. A nivel provincial encontramos otros longevos, como el Frente Progresista Cívico y Social en Santa Fe, Cambiemos/Vamos Juntos en la Ciudad de Buenos Aires, el Frente Renovador de la Concordia en Misiones o el Frente Cívico en Santiago del Estero. Todos los mencionados se mantienen unidos en elecciones porque ser gobierno ayuda a solidificar los acuerdos. El FIT es el único caso que escapa a esta lógica. Las coaliciones opositoras suelen ser más inestables y cambiantes. Todos estos tipos de acuerdo, en definitiva, son para mantener el poder, poder ejercerlo, sostenerlo con recursos propios y prestados. Y, muchas veces, para evitar tener un competidor que pueda disputarlo. Ahí radica la clave de encontrar intereses comunes para que ambos ganen en lugar de ir el todo por el todo a la competencia política y correr el riesgo de quedarse sin nada.

 

- Un consenso más o menos extendido por los cientistas sociales –particularmente por los politólogos- es que los partidos políticos –tal y como los conocemos- están en crisis. Cabe aclarar que crisis no siempre es sinónimo de finitud, sino que puede ser de transformación. ¿Coincidís con este diagnóstico? Siguiendo tu investigación, ¿qué está cambiando en los partidos políticos?

No estoy del todo convencido con que los partidos políticos están en crisis. Los dirigentes que quieren ganar elecciones siguen apelando a estas estructuras tradicionales de la política para poder competir. Como mencioné, en Argentina es obligatorio. Pienso en Chile, donde hay candidaturas independientes, pero nunca son electoralmente relevantes. Sí ocurre en algunos países de Centroamérica. Pero salvo esos casos, los que quieren ganar necesitan de partidos. Eso les da valor. Adicionalmente, no son estructuras viejas, cerradas y llenas de polvo que nunca se mueven. Todo lo contrario: cada proceso electoral que se abre muestra militantes, candidatos y dirigentes en la calles, dialogando con el ciudadano, tratando de entender sus demandas, formulando propuestas y organizando actividades. En el interior del país se nota mucho también, no solo en las grandes ciudades. En todo caso, el desafío que tienen es qué hacer cuando no hay elecciones. Para eso es clave que organicen actividades, ciclos de capacitación y formación, encuentros de debate y de actualización política. Que las puertas que se abren en elecciones no se cierren después de cada octubre impar. Lo que sí pareciera que está cambiando es en cómo se han adaptado los partidos políticos a la competencia actual. Salvo contados casos, la mayoría de los partidos tienen propuestas políticas que no están ubicadas dentro de grandes marcos ideológicos distantes e irreconciliables como era a mediados del Siglo XX, sino que se enfocan en soluciones de gestión a problemas concretos. Eso está alentando en este tiempo reciente a la microsegmentación de las campañas y de la comunicación política. Los partidos le dan un mensaje específico a cada parte del electorado para obtener su apoyo. Esto se debe a que las sociedades son más heterogéneas y más diversas. En términos de competencia electoral, quien sepa utilizar bien estas herramientas es un actor competitivo, sin dudas. Pero en términos de gobierno y de representación política es un desafío. ¿Qué hacer cuándo decidir por un sector al que le hablé perjudica a otro al que también le hablé? El propio gobierno, en uso de los recursos del Estado, debería resolver esa disputa. Pero eso incrementa el riesgo de errores y decisiones fallidas. Ahí se abre un nuevo potencial de crisis.

 

- ¿En qué medida considerás –si es que lo hacés- que estos temas, lejos de ser un reducto y estar confinados a la academia, hablan más sobre nosotros como sociedad e individuos de lo que pareciera?

Creo que las ciencias sociales tienen mucho para decir sobre la sociedad que estamos formando, los problemas que surgen y las soluciones que podemos implementar. El desafío que tenemos quienes nos dedicamos a hacer ciencia es hablar al público especializado, pero también al no especializado. Acercarnos a quienes no se dedican a las ciencias sociales es un valor central de nuestra disciplina. Salir del aula, de los laboratorios, de las bibliotecas y de los congresos nos ayuda a perfeccionarnos. No solo porque detectamos situaciones, problemas, preguntas y respuestas a cuestiones cotidianas sobre las que transita la sociedad, sino porque nos acerca al público en general. Nos saca de nuestros marcos teóricos y nos ayuda a pensar mejor. A mí me sirvió muchísimo poder dialogar con muchos dirigentes políticos que armaron las coaliciones que estudié y que forman parte del libro que recientemente publiqué por Eudeba. Me cambió la forma de entender el fenómeno, me ayudó a abordarlo mejor y aprendí cuestiones que los textos no me decían.

Por eso no tiene mucho sentido que nos hablemos siempre entre los mismo 20 o 30 que nos conocemos. Eso limita el impacto de la ciencia. Ampliar las redes y llegar con un mensaje es parte de nuestro rol social. Twitter, Facebook y los medios tradicionales ayudan en esa difusión. Por eso no tenemos que temer a salir, hablar, decir y ampliarnos. Nos hace mejores científicos. Hay una vocación transformadora en la ciencia social. Y no hay que escaparle.