Festejo privado y familiar de la nieta mayor de Amalita. Casi tiene categoría de mito la ampulosidad de los cumpleaños asociados al apellido Fortabat. Larga era la lista de invitados al famoso tríplex que habitara la famosa dama del cemento y estar o no incluido en la misma, para algunos, significaba “pertenecer” o la señal de cuán alejado se estaba de lo que se entendía en ese tiempo por el poder. Por eso, hay varias anécdotas de políticos que en los noventa buscaban la manera de ser tenidos en cuenta a la hora del armado de esa especial lista. Los tiempos cambiaron hace varios años y el resto de la familia –o mejor el círculo primario de hija y nietos– nunca adhirieron a ese alto perfil a la hora de celebrar momentos festivos sino más bien todo lo contrario. Y la sumatoria de pérdidas familiares hicieron de la discreción y el bajo perfil, un sello. Mucho más en Bárbara Bengolea, la nieta mayor de Amalita e hija de Inés. Por su quehacer profesional, su hermana Amalia Amoedo, tiene alguna aparición mediática limitada a representar a la familia en espacios donde tradicionalmente ocuparon un lugar central, sobre todo por ser de los apellidos empresarios más generosos a la hora de aportar a fundaciones varias. Bárbara dejó de aparecer en esos ámbitos hace tiempo. Y ese mismo tono –discreto con respecto a lo mediático– tuvo el gran festejo que armó para celebrar sus 50 años. Y sus invitados respetaron esa tácita consigna cuando recibieron una caja que contenía un corazón, cotillón y una tarjeta que decía: “Te espero. Bárbara”. Casi todos fueron puntuales y pasadas las 22 llenaron los tres espacios que, en el Faena, cerraron para el festejo: el Pool Bar, el Library Lounge y el Bistro Sur; todos con detalles de decoración que sumó Gloria César. Cada uno se ubicó donde quiso, y esa informalidad hizo de la fiesta un evento relajado. La sorpresa vino con un video en el que todos los familiares coreografiaron un tema de Enrique Iglesias, y al final de éste, el propio cantante dice: “Bárbara, que pases un feliz cumpleaños”. Acto seguido, en otro salón se había montado una disco donde la fiesta siguió hasta la madrugada.
Incógnita estética. Los sindicalistas están en un momento en el que la coyuntura los obliga a demostrar a quien defienden. Y el que logra que sus gestos no denoten pertenencia o estado de ánimo es Héctor Daer: a este también diputado massista los ojos apenas se le cierran y arrugas no es un término que su rostro pareciera decodificar.
El dueño era otro. Helicóptero. Una palabra que en la política vernácula tiene más connotaciones negativas que positivas. Esta época suma un nuevo ejemplo. A las críticas que recibiera Guillermo Dietrich por aceptar que Macri y su helicóptero presidencial lo depositaran en su country, se agregó el de la nave ploteada que usó Horacio Rodríguez Larreta para la puesta en escena de su cuerpo de policía ideal. Se dijo que ese helicóptero era del SAME, pero en realidad el servicio de emergencias se lo alquila a Modena Helicópteros, empresa de Cristiano Rattazzi quien, a pesar de adherir desde la hora cero a esta gestión, raro sería que se lo cediera gratuitamente. Rattazzi –como el Presidente– llevan cocodrilos en sus billeteras.
De exportación. En Beijing, Diego Guelar firmó un convenio para que una de las consideradas mejores escuelas de esa ciudad llevara como segundo nombre “República Argentina”. Y teniendo en cuenta que el presidente Xi Jingping planteó entre sus objetivos deportivos hacer de China una potencia futbolística, Dayu School –la escuela en cuestión– también creará un club de fútbol con nombre alusivo a la Argentina y contratará a entrenadores de nuestro país para ayudar a que China logre o intente contentar ese deseo presidencial. En el mediano plazo, fundarán una escuela hispanoparlante orientada a la creciente colonia de familias iberoamericanas residentes en Beijing.