Corría el año 1991 y el mundo presenciaba una de las revoluciones musicales más grandes de la historia. En ese mismo año, discos que modificarían la historia de millones de jóvenes y de la cultura popular del planeta irrumpían mes a mes en los canales de música de la TV y en las radios con las melodías que cambiarían a una generación: Inxs, U2, Pearl Jam, Red Hot Chili Peppers, Guns and Roses, REM, Metallica, Michael Jackson, Lenny Kravitz, entre muchos otros más, darían durante ese año obras artísticas que serían un quiebre con el pasado. Esta explosión en la música fue un síntoma impredecible que anticipó un cambio cultural mundial.
Ese mismo año la Unión Soviética desaparecía, decretando el final de la Guerra Fría. Los grandes movimientos antitéticos que regían el mundo entraban en crisis y la salida no era más que la expresión de una cultura representada a través de la generación X como una generación apática a la realidad política pero comprometida con causas sociales.
Inmerso en un torbellino de curiosidad, con mis 12 años, una imagen despertó mi inquietud en aquel momento: Axel Rose corría hacia ningún lado (como si el diablo lo persiguiera arriba del escenario) con una remera que decía “Kill your Idols“ (Mata a tus ídolos) escrita sobre la imagen de la cara de Cristo en el momento de la crucifixión. La confusión se apoderó de mi. Ese hombre, que claramente era un ídolo, ¿estaba pidiendo que lo maten? ¿Estaba diciéndoles a todos esos jóvenes que en realidad no había que tener ídolos?
Dogmas. La frase de esa remera no era más que el sentimiento de hastío, defraudación y falta de confianza en lo preestablecido. ¿Nihilismo? No, tampoco. Era saber que era necesario romper los dogmas, hasta aquellos que nos habíamos autoimpuesto.
La revolución cultural que sucedió a partir de ese año (internet daba sus primeros pasos como un nuevo canal de comunicación) había sido producto del fracaso de una descripción monocromática del mundo. Ese mundo moriría en las manos de quienes entendían que el camino no era uno u otro, era múltiple, desordenado, indefinido.
En las últimas semanas hemos presenciado el fin de una era en la política argentina, hemos perdido a nuestra última estrella del firmamento. María Eugenia Vidal ha perforado el piso de los 50 puntos de imagen positiva. Con ese hito, se ha vuelto parte del mundillo político donde nadie es apreciado por más de la mitad de la población. El último ídolo en escena ha desaparecido.
Desconfianza. Con este nuevo fenómeno en mente recordemos lo que había pasado en los años previos a 1991 para considerar algunos elementos que aparecen en este momento en la Argentina: desconfianza del liderazgo político, búsqueda de nuevas representaciones, movimientos populares/culturales impredecibles, adhesión a transformaciones antes que a declaraciones, fin de la descripción binaria del mundo
En nuestro país la conducta del ciudadano ya no responde hace varias elecciones a la tradición, somos independientes de las decisiones de nuestros padres o nuestro entorno. Es casi imposible escuchar que alguien votará en las próximas elecciones a un peronista o a un radical aunque no sepa quién encabeza la lista “porque eso es lo que votamos en casa“. La reproducción de frentes electorales a partir de la década del 90 como un instrumento de acceso al poder tuvo dos efectos: la disolución del bipartidismo reinante en el país y la comprensión por parte de la sociedad de la voracidad de la clase política por el poder, en contraposición a la voluntad de solucionar los problemas de la gente.
Alternativa. En este devenir, Cambiemos presentó una alternativa (al menos en el packaging del producto) diseñada para una demanda social harta de la confrontación pero que necesitaba esa confrontación viva para darle sentido a la existencia de la nueva alternativa; su definición era a partir de la diferenciación con el otro. La tesis duranbarbista era correcta (la realidad se ha ocupado de demostrarlo), el problema fue pensar que esa tesis seguiría siendo válida a través del tiempo si los resultados de gestión no acompañaban al nuevo gobierno.
La configuración de esta escena en la que las figuras del pro están expuestas (en el marco de un contrato electoral que para el 65% de la población no fue cumplido), así como el Cuadernogate, empiezan a construir un terreno fértil para un outsider.
Outsiders puros. El problema: ese outsider que todos quisiéramos identificar no encaja en una definición pura.
Mauricio Macri se sentó en el sillón de Rivadavia hace más de dos años con la percepción generalizada de que él era un outsider de la política y se robó de esa manera esa condición novedosa y potente para cualquier nueva expresión. También es necesario resaltar que el último gran movimiento político que presenciamos en las calles en la discusión respecto a la legalización del aborto no arrojo un líder que pudiera capitalizar esa bandera, mucho menos pudo hacerlo un partido. El movimiento no llevaba una bandera que declarara la voluntad de que desaparezcan los ídolos; este movimiento ni siquiera los consideró para eso.
Lo novedoso de la situación para los argentinos (al menos para el 25% de la población sobreinformada) es que la descripción del mundo político puede estar modificándose de manera vertiginosa y ese outsider es hoy, ni más ni menos, cualquiera que no sea Mauricio Macri o Cristina Fernández de Kirchner.
Esa novedad alternativa pone en evidencia la verdadera dimensión de la complejidad de la escena en función de un electorado que hoy no tiene adhesiones preestablecidas, se siente cada vez más lejos de los políticos en su función tradicional, y está perdiendo la fe en sus ídolos.
Este posible fin de una demanda de liderazgo paternalista respecto de la demanda de la sociedad como si fuera hijo de padres separados (estás del lado de mamá CFK o de papá MM) presenta el surgimiento de una idea peronista que condiciona a un outsider de linaje puro (alguien por fuera de la política) a poder ganar una elección: la organización vence al tiempo. Esta frase de Perón es algo que la propia sociedad ha asumido. Juntos y organizados logramos cosas que atomizados y desorientados nunca podríamos haber logrado.
Esa necesidad pone de relieve un segundo problema para los outsiders de linaje puro (como Marcelo Tinelli o Facundo Manes). Si su participación es en el marco de un partido o armado político que les dé continente, “ganability” y estructura organizacional, pierden la magia. El análisis de las figuras de Tinelli y Manes es un gran ejemplo de estos elementos. Marcelo Tinelli con un altísimo nivel de conocimiento, ya se ha acercado a la política y hoy cuenta con niveles de imagen positiva a nivel nacional de 30 puntos (como un político). Facundo Manes (en CABA) hoy cuenta con una imagen positiva del 41,2% y tiene una gran oportunidad de construir una épica para captar electorado: científico, carismático, desinteresado, pero… ¿qué será de él cuando decida integrarse a un movimiento político?
Es por esto que el escenario es proclive para un outsider que sea una figura pública con voluntad de meterse en la pelea, así como un político por fuera de los dos contendientes tradicionales (CFK y Mauricio Macri) en este escenario podríamos pensar a un Ricardo Alfonsín, un Lavagna, un Lousteau y claramente un Massa, un Urtubey, un Schiaretti que puedan encontrar maneras de reformular su participación política más cerca de las necesidades de la gente, más lejos de las necesidades personales de los políticos.
La novedad de cara a las elecciones del año que viene es que hoy aparece un escenario con múltiples posibilidades fuera de la grieta.
Quizás la plaza llena en las discusiones sobre la legalización del aborto (algo impensado hace un año) sea el primer síntoma de un cambio social, enmarcado en un contexto mundial y regional de resignificación fundamental de algunas concepciones. Cuando las opciones crecen, cuando el miedo desaparece, las chances de decidir mejor aumentan. Aun cuando nadie sepa exactamente qué es lo que va a suceder el año que viene, la posibilidad de que sea algo distinto a lo que sucedió siempre es esperanzador.
¿Será el momento para que alguien que se suba al escenario de la arena política, se ponga la remera de la contradicción y solicite matar a sus ídolos para apropiarse de una demanda de cambio en el sistema de representación?
* Director de la consultora Taquion.