El cine y la televisión reflejan situaciones sociales que varían en cada país. Títulos como la película American Sniper (El francotirador) o la serie Homeland, realizadas en Estados Unidos, muestran cómo la población en general respeta y admira a quienes visten uniforme militar.
Pero no es porque en la ficción se invente un universo paralelo: el pueblo estadounidense en su mayoría respeta y admira a sus tropas. En la Argentina, 39 años después del inicio de la dictadura y con el largo historial de golpes a gobiernos democráticos, los militares siguen sin recuperar prestigio, y muchos ciudadanos siguen sobresaltándose cuando se les requieren los documentos. “La lucha del movimiento de derechos humanos en la Argentina implica una construcción de memoria y de representaciones sociales. Por ejemplo, frente a los militares se genera algo feo, hay como un automático que retrotrae a la época de la dictadura”, explica Mariana Lagos, médica psiquiatra y psicoterapeuta, integrante del Equipo Argentino de Trabajo e Investigación Psicosocial (Eatip) y presidenta honoraria del Capítulo de Salud Mental y Derechos Humanos de la Asociación Argentina de Psiquiatras (APSA). “Son representaciones sociales, palabras asociadas a imágenes, como el pañuelo de las Madres, que es una representación social que cualquier argentino asocia a determinada lucha, determinado reclamo: una representación que a todos nos unifica en un determinado sentido”, agrega Lagos.
Este es sólo un ejemplo de cómo en la sociedad actual quedan huellas de un tiempo en el que imperaron el miedo y el silencio. “Aún recuerdo cuando, alrededor de 1985, fui con mis padres a un recital de Víctor Heredia en el que se juntaban firmas para Greenpeace y mis padres se negaron rotundamente a firmar nada por temor a quedar en alguna lista”, cuenta Victoria. “No porque ellos hubieran vivido ningún episodio durante la dictadura, sino porque ya habían salido a la luz el informe de la Conadep y todas las atrocidades, y uno de los temas de los que más se hablaba eran las listas de gente que había caído por el terrorismo de Estado. Creo que todavía hoy no firman petitorios por nada”, agrega.
“En la dictadura se vivió el terror y afectó todos los estamentos de la sociedad. Afectó más a quienes sufrieron directamente, pero para los demás, afectó todo. Es un traumatismo que tuvo un efecto profundo, grave y a largo plazo”, detalla Lagos.
El conflicto con la autoridad. En la vida cotidiana también se advierten huellas, especialmente en los adultos de hoy que eran adolescentes en los 70. “La confusión de ‘autoritarismo’ con ‘autoridad’ es una consecuencia de aquellas épocas”, opina Silvina Maizara, médica especializada en psiquiatría. “A los padres y madres de hoy, por ejemplo, les cuesta ejercer y respetar la autoridad. Y la autoridad es necesaria para los chicos: que los padres ejerzan la autoridad, los docentes ejerzan la autoridad... Los límites tienen que estar claros, y cuando no están claros, eso genera desorganización y tener miedo de ponerlos. La autoridad se tiene porque se gana, porque sabe, porque su accionar es acorde a lo que dice. El autoritarismo no: es la ley por la ley en sí misma, sin explicación”, detalla Maizara.
El respeto a la ley y el ejercicio de la autoridad suelen tener una visión difusa en la sociedad actual, y pueden confundirse con la represión cuando no significan lo mismo. “Entender que hay límites que no se pueden sobrepasar tiene que ver con normas básicas de convivencia. Y eso hoy puede ser tomado como fascismo, como bajada de línea. En las épocas en que hay libertad de expresión, hay cuestionamientos pero también hay límites”, opina Maizara.
Sobre la confusión acerca de qué es el autoritarismo, Marcos Novaro, sociólogo y doctor en Filosofía, aporta su visión: “La idea es que el autoritarismo quedó en el pasado y que la dictadura ya se superó. Es una idea ridícula que ha alimentado la tolerancia al autoritarismo de estos años de gobierno kirchnerista. En una democracia con una cultura democrática eficaz, lo que pasó acá merecería la censura, y pensar que con la patota del kirchnerismo significa que quedó de lado el autoritarismo es falso”.
Novaro cursó su secundaria durante la dictadura y su recuerdo lo lleva a relacionarla con la actualidad. “En el secundario lo pasé relativamente mal los primeros años; la liberación con el relajamiento de la disciplina fue la transición. Me marcó, porque la experiencia del autoritarismo te marca. En generaciones más jóvenes se ve que son menos perceptivos del autoritarismo K, porque hablan del de los militares pero no saben de lo que están hablando. Mucha de la militancia juvenil actual, sobre todo la kirchnerista, aunque se define antidictatorial, es bastante más propensa a avalar el autoritarismo K que la gente más grande”, opina.
Matices y herencias. Violencia y corrupción estatales eran moneda corriente en los 70, y también eso atravesó generaciones hasta llegar a la actualidad, aunque con diversos matices. “El pueblo argentino logró crear conciencia de lo que fue el terrorismo de Estado. Por eso, cuando en 2001 De la Rúa decretó el toque de queda, la respuesta espontánea popular fueron las calles llenas de gente. Esto tiene que ver con esta memoria del ‘nunca más’”, dice Lagos, quien como adolescente en los 70 recuerda el toque de queda que implicaba que los menores no podían estar solos en la calle después de las 22.
“Así como la tortura estaba destinada a la destrucción psíquica, el terrorismo de Estado estuvo orientado a destruir también los lazos sociales y hubo un daño social profundo, con el apogeo de los rasgos del consumo que aparecieron en los 90. Los colectivos de cambio, en los que el otro era un igual, podían llegar a ser un enemigo, generaban desconfianza y temor, que aún hoy tienen una base. Los daños sociales todavía hoy tienen efecto a nivel colectivo, fue un terreno fértil para el consumo”, enumera Lagos.
“Creo que lo que retorna como huella de esa época es la polarización que hay hoy. Pasó ya el tiempo suficiente, y ahora hasta hay gente que reivindica cosas de los militares. La polarización, la división de hoy vuelve a lo que era lo previo a la dictadura”, agrega Maizara. “La desconfianza creo que es previa, que viene de la historia argentina. Antes del proceso hubo otras dictaduras, y en el gobierno peronista anterior también había divisiones. El Estado, el terrorismo de Estado, les mintió a los ciudadanos. Y eso creó una huella nociva de que no se puede creer en nadie. Acá no había a quién acudir, era el propio Estado el que te atacaba. Y luego hubo gente que se exilió en democracia porque no tenía lugar, ya que eran familiares de víctimas de la subversión. Y eso también es una secuela de aquella época”, opina Maizara. “Seguimos arrastrando la corrupción, que era previa; se sigue sin creer en el Estado. Y sin respetar la ley”, cierra Maizara.