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parques eolicos y oportunidades

Agreste: el Brasil que sí agradece las obras públicas de la Copa 2014

En un contexto social convulsionado, los habitantes de la olvidada región nordestina dicen que las inversiones les dieron luz y les generaron una capacidad real de crecer.

Contrastes. En una región de tierras coloradas y transporte en burro, hoy se ven camionetas último modelo y modernos molinos de viento.
| Nestor Beremblum

Desde Brasil
Brasil está con los nervios de punta. No solamente por la incertidumbre de saber si el scratch conseguirá vencer el Mundial en casa, sino también porque a días del inicio de la Copa –y a meses de las elecciones de octubre– siguen los reclamos, principalmente de las clases medias urbanas en San Pablo y Río de Janeiro; en Salvador y São Luiz de Maranhão –territorio de la familia del ex presidente José Sarney–, los trabajadores del transporte público, y lo mismo en otras regiones.
Sin embargo, a estas reivindicaciones se oponen la tranquilidad y el desarrollo silencioso de otras regiones, como el Agreste, a la que en los últimos doce años el gobierno brasileño fue extendiéndole su mano para integrarlo por completo al sistema económico –no es casual que cuatro de las doce sedes del Mundial están en la región nordeste del país– a través de obras de infraestructura, incentivos al sector privado para la explotación de minería y energía eólica y planes sociales para los habitantes más pobres.
El Agreste es una transición geográfica que atraviesa, en el Nordeste, los estados de Bahía, Sergipe, Alagoas, Pernambuco, Paraíba y Rio Grande do Norte. En esas tierras se originaron históricamente las migraciones internas de millones de brasileños en busca de mejores oportunidades, escapando a sequías inclementes y al desinterés de la administración central que durante décadas le dio la espalda. Uno de esos millones, que cambió esa realidad por el pujante sudeste brasileño, fue Lula da Silva y ha sido durante el gobierno del PT que la realidad de millones de personas fue modificándose de la mano del Estado.

Ritmo lento. La vida en la región del Agreste pasa lenta, cansina. Es el típico ritmo de vida que solamente se encuentra en el interior. Los días empiezan bien temprano –amanece a las 5 de la mañana–, no hay prisa ni tránsito, las escuelas son municipales y públicas con todos los alumnos con sus uniformes, hay una sede de la Universidad Federal de Bahía y las calles limpias y organizadas, aunque tienen un tinte rojizo proveniente de los fuertes y constantes vientos que soplan y esparcen tierra colorada propia de la región.
Durante el inicio de la primera presidencia de Lula, el gobierno brasileño se propuso el desafío de erradicar los principales síntomas de la pobreza extrema en el país. En noviembre de 2003 fue la ocasión de tratar el tema de la exclusión eléctrica en el país y creó el programa gubernamental Luz para Todos. La meta era que, hasta 2008, más de diez millones de brasileños que vivían en zonas rurales pudieran tener acceso a luz eléctrica por primera vez en sus vidas a través de la asociación entre la estatal Eletrobras y las concesionarias privadas junto a los gobiernos de los estados. La luz era uno de los puntos principales de una estrategia que incluía el Plan de Agricultura Familiar, la modificación del curso del río San Francisco para irrigación de tierras que sufren con sequías y los planes de ayuda monetaria. El encargado de coordinar y llevar adelante el proyecto que entregue luz a quien no la recibe en pleno siglo XXI es el Ministerio de Minas y Energía. En 2003, la ministra encargada de definir la estrategia con las concesionarias privadas era una tal Dilma Rousseff.
El mapa de exclusión eléctrica en Brasil revela que las familias sin acceso al servicio están mayoritariamente en las áreas de menor Indice de Desarrollo Humano (IDH) y son familias de bajos recursos que ganan menos de tres sueldos mínimos por mes. El gobierno brasileño incentiva fuertemente la prospección e instalación de nuevos parques para que, junto con la construcción de hidroeléctricas, la fuerza de los vientos aumenten la capacidad de suministro de un sistema eléctrico que viene sufriendo un aumento del consumo proporcional al crecimiento económico experimentado por el país en la última década y así suplir nuevas necesidades sin correr riesgos de racionamiento de energía, un recuerdo no tan lejano de los últimos años del gobierno de Fernando Henrique Cardoso.

Nueva vida. José Olimpio es un hombre humilde que nació y vive en Caitité, una ciudad de cincuenta mil habitantes en el sudoeste de Bahía a unas tres horas en coche de Vitória da Conquista, una de las principales ciudades del estado después de la capital, Salvador. Olimpio trabaja en un nuevo nicho de mercado. Ayuda a las empresas privadas que vienen a instalar sus parques eólicos con sus conocimientos del terreno y de los habitantes de las áreas rurales que son codiciadas por las empresas nacionales y extranjeras que ven en el viento, el negocio perfecto para participar del mercado eléctrico brasileño en franca expansión, conjugándolo con la vidriera favorable que les da el hecho de producir energía limpia, sin contaminación ni daños colaterales.
“La región cambió mucho” cuenta Olimpio, “hace 35 o 40 años esto aún era territorio de los coroneles, tipos que hacían la ley y la aplicaban ellos mismos. Las cosas fueron mejorando de a poco, y en los últimos años la ciudad ha crecido y se ha desarrollado más. Aunque todo tiene su contrapartida”. El hombre tiene unos 45 años y, para quien en su juventud trabajó en el campo y en las haciendas donde sus padres se desempeñaban, se llena de orgullo contando que “mi mujer es profesora y mis dos hijos estudian en la universidad, allá en Salvador”. Con gratitud, reconoce que “los gobiernos nacional y estatal contribuyen mucho con el desarrollo de esta región junto con las empresas que han llegado y que vienen instalando cisternas para la acumulación de agua de lluvia para consumo, baños con sanitarios en las casas de ladrillos con techos de tejas sin hormigón, unidades de atención médica y odontológica y otros proyectos de inserción social” continúa José, que también alerta que “al mismo tiempo, la Bolsa Familia está generando una generación de vagos que se acostumbró a cobrar el plan y se conforma con eso, sin buscar formas de ganarse la vida con su propio esfuerzo”

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Energía, la puerta de entrada al futuro

Laura Porto, vicepresidente de ABEEólica (la asociación que nuclea a los agentes económicos de producción de ese tipo de energía) explicó a PERFIL el interés de su país en los vientos: “La energía eólica es, actualmente, la fuente de generación eléctrica que más crece en Brasil. En la actualidad tenemos 4 GW instalados en parques eólicos y se están construyendo 9 GW más. El objetivo primordial es la universalización del servicio eléctrico porque millones de personas estaban al margen del servicio. A lo largo de esta última década, programas como Luz para Todos y Proinfa derribaron barreras. Según los últimos informes, la cantidad de domicilios particulares que tenían energía eléctrica en 2012 era de 63 millones y pasará a 78 millones en 2022”, detalló.
—¿Cómo contribuyeron esas políticas energéticas al desarrollo económico y social?
—Voy a poner el ejemplo de Luz para Todos. El programa cambió sustancialmente la realidad de los pequeños municipios y de todos los lugares que fueron beneficiados por ese programa. Se transformó la realidad económica y social hasta en lo más mínimo: permitió que pudieran almacenar productos perecederos de los pequeños agricultores; hizo que se crearan cooperativas de producción que adquirieron refrigeradores, heladeras, que conservan los productos y venden por precios más justos. Así, surgió una nueva correlación de fuerzas y una nueva realidad económica para esas comunidades.