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analisis del discurso

Alberto Fernández: palabras de Alfonsín; ideas de Kirchner

Radiografía lingüística de los primeros mensajes del Presidente en el poder. Usó términos del ex presidente radical y dijo que empezaría su gestión ayudando a los más pobres.

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Actitudes. Alberto Fernández mostró empatía con Gabriela Michetti y definió a Cristina Kirchner como su amiga, aunque el eje ideológico fue más cercano a Néstor. | prensa senado

El flamante Presidente de los argentinos –o Presidente de la unidad, como lo llama la voz en off de la locutora oficial–, el abogado Alberto Angel Fernández, habló, urbi et orbi, desde el recinto de la Cámara de Diputados. En un discurso justo y conciliador, con tono sereno, pero firme, repitió tres veces: “Comenzar por los últimos para llegar a todos”.

Muchas son las perspectivas que pueden adoptarse para considerar este discurso de asunción y, de hecho, muchas se han tomado hasta el día de hoy: lo que dijo y lo que omitió, en qué hizo hincapié, qué datos empleó, qué metáforas utilizó. Hay una perspectiva, no obstante, que no ha sido explotada aún y que será considerada aquí: cuánto se acerca este discurso al discurso de asunción de Raúl Alfonsín el 10 de diciembre de 1983.

El parentesco de este discurso de asunción con el que pronunciara el Dr. Alfonsín resulta previsto –de algún modo– desde el propio comienzo: “Hace treinta y seis años, Raúl Alfonsín asumía la Presidencia y nos abría una puerta”.

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Nuevo comienzo. Ahora, si bien, afortunadamente, muy distintos son los escenarios (Alfonsín sucedía a la peor de las dictaduras en la Argentina; Fernández sucede a un gobierno torpe, pero democrático), en el discurso del pasado martes resuenan palabras y conceptos ya vertidos en aquel discurso alfonsino que, previsor, auguraba la continuidad de la democracia: “Este nuevo comienzo, que será definitivo”.

Pero, igual que Alfonsín, Fernández se encuentra con una economía desquiciada que derrama males sobre la ciudadanía. “El Estado en que las autoridades constitucionales reciben el país es deplorable y, en algunos aspectos, catastrófico”, decía Alfonsín. “Recibimos un país frágil, postrado y lastimado”, detrás de cuyos “terroríficos números, hay seres humanos con expectativas diezmadas”, dice Fernández.

Es más. Alfonsín explicitaba claramente: “La lucha entre sectores extremistas, así como el terrorismo de Estado, han dejado profundas heridas en la sociedad argentina” y, por eso, celebraba contar “con la amplia y comprensiva disposición al diálogo de la oposición“. Muy lejos de las armas y del horror que lo precedía a Alfonsín, Fernández reconoce la necesidad de cerrar, por fin, la grieta de las ideas. Y es que debemos “superar el muro del rencor y del odio” y firmar un “Nuevo Contrato de Ciudadanía Social. Fraterno y Solidario”, dice.

Porque él, Alberto Angel Fernández, aspira a “ser el Presidente de la escucha, del diálogo, del acuerdo para construir el país de todos”. Y a que, cuando termine su mandato a cuarenta años de la recuperación de la democracia, quede claro que “Raúl Alfonsín tenía razón y que entre todos podamos demostrar que con la democracia se cura, se educa y se come”.

Justicia. Es otro el segmento, con todo, que se instaura como un verdadero puente entre la actualidad y esos tiempos de la posdictadura. Un segmento que declama abiertamente su vínculo con aquel período, dejando de lado otros posibles paralelos. El segmento dedicado a la Justicia.

La memoria colectiva de los argentinos venera la potencia del informe que condensa el desarrollo del proceso judicial más importante de nuestra historia, un juicio que permitió condenar a algunos artífices de los crímenes más atroces de la dictadura. El informe Nunca más.

Ese es el título que Fernández elige para rotular su propuesta de cambio en pos de establecer una Justicia independiente y un Estado transparente en forma definitiva. “Nunca más a una Justicia contaminada. Nunca más al Estado secreto. Nunca más a la oscuridad que quiebra la confianza. Nunca más a los sótanos de la democracia. Nunca más es nunca más”.

Admirador declarado de Néstor Kirchner, a quien acompañó en su gobierno y con quien obtuvo logros innegables (“sacar del desastre al pueblo, ponerlo de pie, levantar las banderas del trabajo, de la producción, de la libertad y de la democracia”, dirá más tarde en la Plaza de Mayo), Fernández elige a Alfonsín como su referente de este tiempo. Y, probablemente, acierta.

El regreso de los símbolos. Claro está que no son las palabras los únicos componentes de la escena para este comienzo.

Convengamos en que los tan necesarios gestos del orden de lo simbólico –a excepción del cotillón que acompañó esporádicamente la fiesta– habían entrado en un cono de sombra. En contraposición, ya desde antes de la jura, nuestro flamante Presidente se ocupó de destacar que la actual realidad es bien distinta.

Para empezar, le pidió a Horacio Rodríguez Larreta, el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, que quitara las vallas de la Plaza de Mayo. Y la plaza, para el momento del cambio de mando, volvió a estar como estaba en los tiempos precambiemitas. Una muestra de cercanía con el pueblo.

Para seguir, no quiso el Cadillac de Perón. Salió de su casa en Puerto Madero (donde una multitud esperaba su paso) manejando su propio auto: un Toyota Corolla bastante nuevo, lindo, pero no despampanante. E hizo el trayecto hasta el Congreso escoltado, pero con los vidrios bajos y saludando a diestra y siniestra. Una muestra de confianza en que nadie querrá hacerle daño.

Ya en la Casa Rosada, se ocupó de empujar la silla de ruedas de la vicepresidenta saliente, Gabriela Michetti. Una muestra de humanidad y sencillez.

Y en el recinto, antes de jurar, aplaudió a Mauricio Macri –el Presidente saliente– cuando lo nombraron y luego lo abrazó con afecto. Una muestra de conciliación.

Al modo de lo que hiciera Néstor Kirchner cuando asumió el poder en 2003 (el saco desabrochado, los mocasines gastados, el saludo a la gente contrariando a la custodia y el subsiguiente golpe inopinado en la frente con una cámara de fotos), todas estas señales están llamadas a evidenciar que él es un hombre como cualquiera. Aun cuando, desde este 10 de diciembre y –por lo menos– hasta 2023, no pueda serlo.

Una mirada hegeliana. En un sentido filosófico (seguiré en esto las enseñanzas de Adolfo Carpio), puede decirse que la condición esencial de todo es su índole relacional. No hay objeto, materia, idea o situación que admita prescindir de su relación con otros objetos, materias, ideas o situaciones.

El valor de cualquier elemento o evento (o signo, diría Ferdinand de Saussure), concreto o abstracto, consiste en ser lo que los demás elementos o eventos no son. Para decirlo de otro modo, algo es o “se pone” en la medida en que “se opone” a lo que no es.

Lo que se pone tiene posición. Y la “posición” en griego, es “tesis”. Aquello que se le opone a lo que tiene posición es la “antítesis” (o “contraposición”). Y cuando tesis y antítesis se combinan en una instancia consecuente y superior, el griego sugiere el prefijo “sin” (que paradójicamente quiere decir “con”) para formar un nuevo vocablo. Así, la “síntesis” es la integración y la superación de “tesis” y “antítesis”: esto es, la “composición”.

Aunque el filósofo alemán Georg Hegel nunca habló con estas palabras, sino que se refirió a la “afirmación, negación y negación de la negación”, la historia le ha reconocido la postulación de la dialéctica en estos términos. Tesis, antítesis, síntesis.

En su discurso, justo y conciliador, el presidente Alberto Fernández instaura una dialéctica. “Se pone”, en tanto figura investida institucionalmente, como instancia superadora de los dos lados de la grieta. Una figura que, en alguna medida, abarca y contiene, pero –sobre todo– supera los dos momentos anteriores.

Y en esa contención y en esa superación advierte que, con toda la fragilidad del presente, la Argentina ha progresado en su desarrollo democrático. Más, todavía, si se la pone en paralelo con varios de los otrora ejemplos de la región. Entonces, éste es el momento de la inteligencia aliada de la concordia: el instante requiere, por ello, de un “Presidente de la unidad de los argentinos”, como lo llama a Fernández la voz en off de la locutora oficial.

No han de negarse, desde luego, las graves dificultades de la coyuntura ni el dolor de miles de argentinos que sufren hambre. “Sin pan no hay presente ni futuro. Sin pan la vida solo se padece. Sin pan no hay democracia ni libertad”, dice Fernández.

Es, en efecto, imprescindible superar esta circunstancia en un país que –todos lo afirman– debería ser rico. Es, en efecto, imperioso “suturar las heridas” de quienes menos tienen cuanto antes. Y ésa es la conclusión de este discurso pronunciado, urbi et orbi, en la Cámara de Diputados.

A modo de una inversión de la proclamada teoría del derrame: “Comenzar por los últimos para llegar a todos” es la promesa de una asistencia debida y de un progreso previsto. Confiamos en que la cumpla, señor Presidente. Gran parte de nuestro futuro está en sus manos.

*Directora de la Maestría en  Periodismo de la Universidad de San Andrés.