No existe una definición para alguien como Marcos Aguinis. A los 81 años, acaba de presentar La novela de mi vida, una autobiografía centrada en sus múltiples profesiones. Es que Aguinis, reconocido escritor, no es sólo eso. Desde la Cruz del Eje de su infancia, donde dibujaba sin cesar, abrazó luego la música a través del piano, la neurocirugía, la teología, el psicoanálisis, la escritura y también la política. Y aún continúa intentando comprender al ser humano, una constante en sus diversas ocupaciones, además de ser un viajero y estudioso incansable, esposo, padre, amigo y abuelo, “lo que podría ser motivo de otro libro”, dice sonriente.
— ¿Quién es Marcos Aguinis?
—Es todo eso. Es una suma compactada, porque las diversas profesiones se han entrecruzado. Podrían ser dos bloques: uno vinculado con el arte y otro vinculado con la ciencia. Y en ambos casos hay matices diversos. Cada una de las disciplinas a mí me
ayudó a completar la visión del hombre.
Como neurocirujano, tuve la visión material, concentrada en lo orgánico. Luego eso fue completado con el psicoanálisis, con otras partes, con lo espiritual, con lo psíquico.
—Su pasaje por Europa en los 50 y 60, a través de distintas becas en neurocirugía, al mismo tiempo atraviesa mucha historia.
—Esto se vincula a mi interés por la historia y por la teología, quizás llevó a que yo fuera muy sensible a lo que ocurría en el mundo y le prestara más atención que otros. Tengo muy vívidos recuerdos de lo que viví en Francia vinculado con la independencia de Argelia, por ejemplo. Con este libro, no sólo me refiero a mí sino a la época en que he vivido. Pero no de manera cronológica, sino con esa desprolijidad propia de la literatura, que el lector tenga cimbronazos, sorpresas, un estado de suspenso. Si todo es cronológico y ordenado, se pierde eso.
—“Maimónides” es su primer libro, la vida de un médico y escritor.
—Sí. Y el segundo, mi primera novela, está inspirada en mis experiencias en Alemania, que es Refugiados: crónica de un palestino. Se dice que en general la mayor parte de las primeras novelas tienen mucho elemento autobiográfico. Uno recién comienza, está inseguro, no se atreve a soltarse con la imaginación.
—Su enojo con Dios por el Holocausto lo llevó a otra profesión, la de teólogo autodidacta.
—Es una paradoja, y a mí me gustan mucho las paradojas. Incluso, muchos de mis títulos son paradojales. Por ejemplo, El atroz encanto de ser argentinos. ¿Cómo lo atroz puede ser encantador? O La gesta del Marrano. Porque el marrano era un ser despreciable, ¿cómo puede hacer una gesta? En el caso de la religión ha sido paradójico, porque el enojo mío con Dios hizo que yo quisiera investigarlo, estudiarlo, entenderlo. Descubrir qué diablos pasa con ese ser omnipotente y que aparentemente es misericordioso y que no interviene para corregir los grandes crímenes que se cometen en el mundo. Y, además, soy agnóstico.
—En este libro la palabra atroz aparece pocas veces. Cuando menciona su obra, por el fallecimiento de su esposa Marita, refiriéndose a Dachau y el nazismo, y con los atentados a la Embajada de Israel y la AMIA. ¿Es una palabra que para usted en-globa lo peor?
—Sí, lo más extremo. No la gasto de una manera frívola, la aplico cuando la expresión de la tragedia es extrema. Hay palabras que tienen una fuerza. En el lenguaje humano solemos usar muchos lugares comunes, pero es notable como en la Antigüedad en la Biblia se prohíbe usar el nombre de Dios. Hay ciertas palabras que tienen una sacralidad, una fuerza, que impiden gastarlas en cosas secundarias. Como ahora que se utilizan términos para descalificar al adversario, se dice cualquier barbaridad. El lenguaje es un avance notable en la humanización, es la clave del progreso del ser humano.
—Hablaba de las paradojas. Y, paradójicamente, se formó en la izquierda, en el marxismo y, en los últimos años, lo acusaron de gorila. ¿Tiene que ver con esto tan de los argentinos de juzgar y encasillar?
—Sí, y también con el hecho de que yo no estuve fijado a una ideología como quien se fija a un club de fútbol y se vuelve fanático de manera irracional. Yo estuve fijado a valores. A mí me parecía que en la izquierda estaban los valores que yo más amaba: la libertad, los derechos humanos, la creatividad, la innovación, el progreso, la lucha por la paz en contra de la violencia. Son los valores que surgieron al dividirse la Asamblea Francesa después de la Revolución, en izquierda y derecha. Y pasa con Cuba, Stalin y Mao. Eso no representa valores, sino una tendencia autoritaria, irracional y asesina. Por eso me alejé, pero no me alejé de los valores.
—Hay una gran confusión. Hoy mismo, la izquierda apoya movimientos autoritarios, apoya a Maduro, regímenes vergonzosos, dictaduras islámicas. ¿Esta es la izquierda, que apoya a países donde se discrimina a la mujer y no dicen una sola palabra? Es una hipocresía.
—El tema de las palabras… En una época los alemanes decían que los judíos eran ratas. Einstein era una rata, Freud era una rata. ¿Por qué? Ahora, se dice es de derecha, es ultraliberal. ¿Y? ¿Dónde está el defecto, cuál es el problema? No usemos esas palabras descalificadoras y que cierran el debate. Esa es una gran carencia que tiene el debate actual. Y se ve en todos lados.
—Es la denigración más que el debate de ideas.
—Exactamente. Se busca más la denigración del adversario que el debate. Y hay mucha gente que se prende a eso, es casi deportivo como un River-Boca.
Búsqueda constante. Desde cualquiera de sus profesiones, Aguinis reconoce que cada obra tiene como fin colaborar con que el mundo esté un poco mejor. Desde sus composiciones en el piano al trato con sus pacientes en el quirófano o en el consultorio de psicoanalista, a sus libros. “Con Maimónides buscaba que se provocara el acercamiento plural. Con Refugiados: crónicas de un palestino, tratar de resolver el enfrentamiento judío- palestino. Escribí seis o siete libros sobre Argentina, todos con títulos paradójicos y uno que se llamaba ¿Qué
hacer?, donde ofrecía yo respuestas a los desafíos del país, que tuvo un relativo éxito, pero no pasó nada.”
—Y cuando pasa a la política le vuelve a suceder eso.
—Creo que uno es más ambicioso de lo que la realidad permite. Hay que ser objetivo y objetivo quiere decir escéptico.
—Por ejemplo, la frustración como secretario de Cultura de Alfonsín.
—Era una primavera democrática muy intensa, muy fuerte. El aporte que intenté con el Programa de Democratización de la Cultura se fue dejando de lado. Porque la Argentina, como lo dijo muy bien Sarmiento, tiene una mezcla de civilización y barbarie. Qué genio fue Sarmiento que se dio cuenta de que estamos habitados por las dos cosas, todo el tiempo. Hay momentos que somos más democráticos, pero la barbarie sigue. Y
otros que somos más bárbaros, pero sigue el deseo de la democracia.
Se filmó una película con La cruz invertida, siendo yo subsecretario, y sólo un cine se atrevió a exhibirla una semana porque era provocadora y hacían misas en la puerta... Había miedo aún. Hasta una maestra en el Chaco, a fines de los 80, me dijo que en la provincia no se podía hablar de derechos humanos. La Argentina era y es bipolar y contradictoria.
—A propósito del revisionismo, usted nombra en su libro a Scalabrini Ortiz, a Jauretche. Y aquí, se impone en esto el o y no el y del que hablaba Sarmiento. ¿Esto genera un déficit cultural?
—Conversé muchas veces con Arreghi, con Jauretche, podíamos dialogar y cada uno aportaba sus ideas con un afán de conocimiento y esclarecimiento que nos acercaba, porque estábamos los dos yendo juntos hacia una mayor verdad. No había ese clima de confrontación, de descalificación. De ninguna manera. El clima de odio es propio de la degradación cultural que sufrió la Argentina en las últimas décadas.
—¿Y cree que se puede revertir?
—Estoy seguro de que sí. La Argentina tiene en este momento una situación privilegiada. No tenemos suficiente conciencia de la esperanza que el mundo está depositando en la Argentina y que leo en la prensa extranjera. La Argentina puede ser la nave insignia de todo el continente, la cabeza de América Latina, como lo fue a principios del siglo XX. Y si se desarrolla con firmeza toda América Latina, se puede tener influencia en el resto del mundo. Este gobierno ha logrado en cien días que el mundo entero empiece a tener esperanza en la Argentina. Nos instalamos en el mundo de nuevo y nos ven con la perspectiva de ser nave insignia. ¿Y nosotros vamos a quemar esa oportunidad? Es criminal. ¿Dónde queda la palabra patriotismo? ¿A qué queda reducida?
—Cuando lo califican de macrista…
—Yo no soy macrista. Para mí Macri no es un ser sobrenatural, no es un líder impoluto. Es quien en este momento encabeza la corriente con más posibilidades de llevar la Argentina a un progreso genuino. No tengo la devoción por él como los cristinistas tienen por Cristina, o los kirchneristas por Néstor, o los peronistas por Perón. Cuando yo apoyé a Alfonsín, no era alfonsinista: yo apoyaba la corriente que en ese momento encabezaba Alfonsín. Esas calificaciones son muy superficiales, son descalificadoras. Voy a apoyar en la medida que esté haciendo las cosas bien. Y creo que las está haciendo bastante bien. Incluso, le diría más: está actuando bastante mejor de lo que yo esperaba. Yo aprendí de esto cuando todavía creía que el marxismo era una ideología casi irrefutable. Y me parecía que Stalin era un líder irrefutable. Y cuando cayó Stalin, ahí me di cuenta del error. Muchos stalinistas se suicidaron. Porque lo endiosaban y no era dios. Y para mí, ningún hombre es Dios: son seres humanos con sus límites.
Kirchnerismo y valores
“Es un crimen sabotear esa oportunidad. Yo califico de delincuentes a los que sabotean esa posibilidad, con acusaciones superficiales al punto de encontrar el pelo al huevo, para arruinar alguna cosa. Buscando poner palos en la rueda con el deseo de que este gobierno se venga abajo”, opina Aguinis del presente y la referencia es obvia hacia el mundo K.
—El presidente Illia fue su pediatra y cobraba a la gorra. Y usted, cuando habla de él y de su abuelo dice: “Prevalecía una decencia que ahora parece cuento”.
—Estos valores para algunos son reliquias históricas que se dejan de lado en pos de lo que consideran un bien mayor.
—¿Cree que es así?
—Aquí falta la racionalidad. Porque los cristinistas que creen en ella, incluso legisladores que dicen que el cristinismo estuvo lleno de delincuentes pero que de ella no dudan, tienen derecho a pensar eso y deberían ser los primeros en decir que declare, se someta a la Justicia y aclare que ella es una santa. Oponerse a que se demuestre está hablando de una complicidad poco limpia. Que la decencia no sea un valor es parte de la degradación cultural argentina. Se repite que todos son ladrones. Y eso lo tenemos que cambiar. No todos son ladrones y no todo es lo mismo. El otro día un taxista me dice: “Todos los presidentes han robado”. Y yo le respondí que no sabía cuánto él conocía de historia, pero Arturo Frondizi no robó, Illia no robó, Alfonsín no robó, De la Rúa no robó. Tenemos presidentes bastante cercanos que no robaron. Ni hablar de Sarmiento o Avellaneda. Entonces no digamos que todo es lo mismo. Es una descripción irresponsable porque nos quita la posibilidad de mejorar. En la Argentina se han dejado de lado los grandes modelos de políticos que fueron decentes. El primer diputado socialista argentino fue Alfredo Palacios. Y fue un hombre de una honestidad extrema, el autor de las principales iniciativas de justicia social antes de Perón y durante el peronismo tuvo que exiliarse.
Bergoglio y Francisco, ayer y hoy
“Bergoglio, que conocía mejor mis ideas que yo las suyas, orientó sus palabras hacia la política argentina. Y lo hizo de un modo tan directo como Laguna (N. de la R.: obispo Justo Laguna, con quien hizo tres libros de conversaciones). Escuché su opinión negativa sobre Néstor Kirchner, no sólo como presidente, sino sobre las cualidades que debe tener una persona que guía un país, ausentes en ese hombre autoritario y sospechado por corrupción.
Más adelante, cuando fue elegido papa (…) me recibió en El Vaticano y recordó la conversación que habíamos mantenido en el avión. Soltó su risa: ‘¡Me insultaron porque había estado conversando con usted!’. Yo no me quedé corto y le dije, a riesgo de parecer irrespetuoso, algo terrible. Unos días antes, había recibido a Cristina Fernández de Kirchner con una delegación de treinta personas que incluso tuvieron el mal gusto de llevarle camisetas de La Cámpora. Lo miré a los ojos y pronuncié el siguiente párrafo: ‘Perdone si parece ofensivo, pero hace unos días usted ha saludado aquí al liderazgo de Sodoma y Gomorra’. A Francisco se le borró la sonrisa y dijo en tono grave: ‘¡Yo lo sé!’. Añadí: ‘El nivel de corrupción y el veneno de inmoralidad que ha inyectado en la sociedad impiden que muchos puedan distinguir el mal del bien’. Entonces repitió, con seriedad y mucha tristeza, ‘¡Yo lo sé!’. Laguna me habría felicitado.”
*Extracto de Marcos Aguinis, La novela de mi vida, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 2016.