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DE LA GRECIA ANTIGUA A CALABRIA

Bronces de Riace, el hechizo de la belleza

Las dos célebres estatuas de la Grecia clásicas, con más de dos siglos de antigüedad, descubiertas hace cincuenta años en el mar de Calabria, siguen fascinando a los arqueólogos y al público. El asombro que no cesa, los recuerdos del buzo protagonista del hallazgo y la emoción que generan los colosos del Mediterráneo.

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Las dos célebres estatuas de la Grecia clásicas, con más de dos siglos de antigüedad, descubiertas hace cincuenta años en el mar de Calabria, siguen fascinando a los arqueólogos y al público. | Ministerio de Cultura italiano, Museo Arqueológico Nacional de Reggio Calabria

Tienen 2.500 años muy bien llevados, son “pintones”, musculosos y han transcurrido siglos en el fondo del mar. Son conocidos como los Bronces de Riace, dos estatuas de la época griega clásica, de gran valor arqueológico y artístico, que se encuentran en un excelente e inusual estado de conservación.  

Desde 2013 pueden ser admiradas en el Museo Arqueológico de Reggio Calabria, donde son las indiscutibles estrellas de una colección con la que la sureña región italiana está relanzando a nivel internacional su historia y su arte.Nombres. Según una teoría muy popular, sus nombres son Cástor y Pólux, que para la mitología griega eran los hijos de Zeus, aunque los expertos precisan “no estar realmente seguros de su identidad, razón por la cual el mundo científico que los estudia los conoce simplemente como Estatua A y Estatua B”.  

“Representan uno de los mayores atractivos para el turismo internacional en nuestro país”, destacó el ministro italiano de Cultura, Dario Franceschini, durante la inauguración de las celebraciones por el cincuentenario del descubrimiento de los Bronces, cuya carga de antigüedad, modernidad y belleza los convierte en “embajadores” de Calabria en el mundo.  

Ambas estatuas generan más interrogantes y misterios que la Mona Lisa, hecho que los ha convertido en un mito posmoderno. Tal es su fama que en cierto modo puede decirse que son auténticos íconos pop provenientes de un pasado desconocido.  

 

Un hombro en la arena. Al recorrer la costa Jónica de Calabria cada tanto es inevitable detenerse para admirar la belleza del área. El mar, transparente y prístino, tiene una atracción insuperable. En una de estas localidades costeras –Riace, o más precisamente el litoral de Marina– hay un largo tramo de ruta donde se encuentra un acogedor “bar-ristorante”. Si a los jóvenes que atienden se les menciona el tema de las estatuas indican con la mano a un lugar indefinido del mar y confirman: “Sí, en efecto, las encontraron acá nomás”. Esa es la fatídica pregunta que los turistas hacen a los habitantes de Riace: ¿Donde fueron descubiertos esos dos colosos surgidos del Mediterráneo?   

La historia del hallazgo comienza hace medio siglo, durante una inmersión destinada a tener un enorme impacto. Alrededor del mediodía del 16 de agosto de 1972, Stefano Mariottini, un joven químico romano apasionado de la arqueología y buzo aficionado, se encuentra en la casa de un amigo en Monasterace, la localidad de la zona donde acostumbraba a pasar el verano. Ese día decide ir a pescar a Marina en un área con espléndidos fondos marinos. Comienza a explorar las aguas alrededor de Punta Stilo, luego se dirige unos kilómetros más al sur. En Porto Forticchio, una playita poco frecuentada, se sumerge atraído por los arrecifes aislados donde se esconden los peces. Es en ese momento cuando logra entrever en el fondo a un hombro semienterrado: inicialmente pensó que se trataba del hombro de un ser humano.  

“Por un instante –recordó más tarde– creí que se trataba del cuerpo de Mauro De Mauro”, un periodista asesinado en 1970 por la Cosa Nostra siciliana cuyo cadáver jamás apareció. Rápidamente el buzo deja de lado esta hipótesis, recupera el aliento y vuelve a sumergirse. Se acerca aún más y toca el hombro: ese es el momento en el que Mariottini comprende que acaba de encontrar algo fuera de lo común, una estatua. Acto seguido, al no tener equipo de oxígeno, comienza a subir y a bajar a la superficie para poder tomar aire, mientras va quitando la arena que cubría su descubrimiento. Sí –se dijo a sí mismo–, es una estatua, una maravillosa estatua de bronce. Poco a poco, y a tan solo metros de distancia, logra divisar con claridad una rodilla y el dedo gordo de un pie: allí estaba la segunda estatua. 

 

Papeles y profanación. Asombrado y de regreso a la orilla, decide llamar por teléfono a la Superintendencia Arqueológica de Reggio Calabria. Nadie le responde: lógico, es el 16 de agosto, pleno verano en toda Italia. Llama entonces a la casa del supe-rintendente Giuseppe Foti, quien según señaló sucesivamente en un acta oficial, fue notificado del descubrimiento “a las 21 horas del 16 de agosto de 1972”.  

Al día siguiente Mariottini presenta una declaración escrita ante la Superintendencia de Antigüedades de Reggio Calabria. Protocolado con el Nº 2.232, este texto es hoy día considerado un documento histórico: el afortunado buzo romano precisa “haber encontrado el día 16 del corriente mes durante una inmersión con fines de pesca, en la localidad de Riace y alrededor del kilómetro 130 de la carretera Jónica, a una distancia de unos trescientos metros de la costa y a una profundidad de unos diez metros, un grupo de estatuas, presumiblemente de bronce. Las estatuas representan a dos figuras masculinas desnudas”.   

En Riace, donde la gente vivía de la agricultura y de la cría de ovejas, el boca a boca comenzó a extenderse rápidamente, en un clima de fiesta y expectativa.   

La complicada recuperación estuvo a cargo de la Unidad de Buceo de los Carabinieri de la ciudad de Messina. A raíz de los miles de años que transcurrieron bajo el agua, las dos estatuas de lámina fina de bronce se habían rellenado de incrustaciones y arena: cada una pesaba unos cuatrocientos kilos. Los buzos engancharon los Bronces a globos inflados con cilindros de aire y poco a poco los dos gigantes fueron izados hasta la superficie. La estatua B fue recuperada el 21 de agosto, mientras que al día siguiente fue el turno de la estatua A.  

La noticia del hallazgo dio la vuelta al mundo, mientras en toda Italia se iba generando un clima de asombro y fascinación.  

Entre las aclamaciones de los paisanos y la presencia de la prensa mundial, no faltó quien recibió con mala cara la repentina aparición de los Bronces. Todo se debió a un malentendido. Las estatuas fueron identificadas por los ancianos del pueblo con los santos mártires Cosme y Damián, protectores de la zona y muy venerados por las diferentes comunidades calabresas en el mundo, entre ellas, la de Argentina. Además de tener cierta semejanza a los dos hermanos santos, los fieles interpretaron el hallazgo como una profanación, visto que los Bronces fueron descubiertos frente a un punto llamado “Scoglio dei Santi” (Roca de los Santos), dedicado desde hace siglos precisamente a Cosme y Damián. 

Las estatuas fueron finalmente trasladadas a un museo de Florencia, donde por meses, y con las tecnologías más modernas de la época, fueron minuciosamente restauradas.  

“El kilómetro más bello de Italia. Hoy en día para visitar a los “Bronces” hay que trasladarse a Reggio Calabria. En los últimos tiempos el Museo Arqueológico de la ciudad ha sido reestructurado de arriba a abajo. Las salas albergan una colección única en el mundo de objetos de arte y diferentes piezas de la Magna Grecia.  

Desde su terraza se puede admirar el mar, una franja de color cobalto a menudo agitada por vientos y corrientes que une la punta de esta bota peninsular con la isla de Sicilia. Según indica la tradición, fue el famoso poeta Gabriele D’Annunzio quien definió a este tramo de costa calabresa como “el kilómetro más bello de Italia”. El volcán Etna no está lejos de allí y por otra parte quien mire al mar desde Reggio Calabria podrá disfrutar de un efecto óptico único llamado Fata Morgana: un espejismo que se acerca y refleja la costa siciliana adyacente.   

El museo se visita siguiendo recorridos muy bien diseñados y a lo largo de los cuales se cuenta la historia de los antiguos pueblos que habitaron las tierras del sur de Italia, como los Vituli, que más tarde dieron su nombre a lo que terminó convirtiéndose en Italia (ver recuadro).   

Esa mirada. La visita al museo culmina con el ingreso a la Sala de los Bronces. La experiencia casi mística que genera la contemplación de las estatuas se ve acentuada por la antesala del “prefiltro” y la permanencia de tres minutos en la “zona del filtro” que los visitantes deben respetar a rajatabla para eliminar las impurezas de su ropa y evitar eventuales daños al frágil metal de los Bronces. 

Cuando las puertas automáticas de la sala principal se abren, la solemnidad del lugar deja sin palabras. Hay quien se saca una selfie, quien escucha las explicaciones del guía, quien observa ensimismado, quien comenta en voz baja sus observaciones al acompañante: las estatuas parecen vivas e incluso, con un poco de fantasía, se tiene la sensación de que te observan mientras miran al infinito con imperturbable realeza. 

La base sobre la que están erguidas es un pedestal antisísmico que absorbe los sacudones provocados por los terremotos. Los zócalos de las dos estatuas pesan poco más de una tonelada y media, son extremadamente sensibles a toda alteración y logran absorber los movimientos telúricos. De hecho, Reggio Calabria y la vecina Messina, en Sicilia, se elevan sobre una gigantesca falla que divide a la placa africana de la euroasiática. Toda la zona tiene un elevado riesgo sísmico. 

 

Barba, rizos, dos metros de altura. Ambos Bronces son obras originales de mediados del siglo V a.C. Son de hecho un milagro, ya que provienen de una época de guerras e invasiones, cuando el metal solía utilizarse para ser fundido y destinado a la fabricación de armas.  

Considerados como los testimonios más significativos del arte griego clásico, las estatuas representan a dos hombres de 1,98 y 1,97 metro de altura, 160 kg de peso, completamente desnudos, con barba y pelo rizado, el brazo izquierdo doblado y el derecho tendido a lo largo del costado del cuerpo. Ambos llevaban casco, sostenían una lanza o una espada en la mano derecha y un escudo en el brazo izquierdo. La musculatura, la naturalidad, la suavidad de su movimiento, la postura y la posición admirablemente plásticas reflejan una calma titánica. Los dientes de la estatua A son de plata. De cobre son las tetillas, los labios y las pestañas de ambas estatuas, así como los restos de un gorro en la cabeza del Bronce B. El blanco de los ojos es de calcita blanca y los iris fueron hechos de pasta de vidrio, mientras que el conducto lagrimal es de una piedra rosa. 

Quien los creó quiso identificar esa expresión fuerte y al mismo tiempo calma con la virtud y profundidad del alma propias del pensamiento griego, la llamada kalokagathia, combinación entre las palabras “kalos- bello” y “agathos-bueno”: el ideal aristocrático de la perfección física y moral del hombre.   

 

Interrogantes. A pesar de haber sido sometidos a los más sofisticados y modernos exámenes térmicos, químicos, geológicos e incluso “médicos” –desde el TAC hasta el carbono 14– poco o nada sabemos de estos dos hombres y de la embarcación que los transportaba, de cuyos restos no hay rastro. ¿Cómo acabaron en el fondo del mar?, ¿fue una tormenta, un naufragio?, ¿fueron arrojados por la borda para aligerar un barco atrapado en las garras de los remolinos y las olas? ¿De dónde vienen?, y entonces: ¿quiénes son estas dos figuras, quiénes llevaron a cabo la obra y por qué razón?, ¿héroes griegos? ¿O eran soberanos? ¿Estaban solos y cómo llegaron tan cerca de la playa, a dos pasos de la que hoy en día es la carretera estatal calabresa 106?   

El profesor Daniele Castrizio –autor junto con Carmelo Malacrino de I bronzi di Riace. Studi e ricerche (editorial Laruffa)– llamó con una bella palabra (“La bronzite” que suena como “broncitis”) a esta historia llena de secretos, que tiene pocas posibilidades de salir a la luz, y que al mismo tiempo fascina a los visitantes del Museo de Reggio Calabria. 

Las diferentes opiniones de los arqueólogos han ido rebotando a lo largo de los años, pareceres a los que se suman los rumores que circulan en los pueblos y las investigaciones judiciales. El prestigioso historiador del arte Federico Zeri, por ejemplo, ha llegado a afirmar que, en realidad, los Bronces fueron encontrados en el área de Vasto (Italia central) y luego transportados por un pescador a Reggio con la esperanza de que se perdieran. Esta hipótesis tuvo cierto seguimiento en los años 80, pero luego se fue disipando. Es cierto que durante el invierno del 1972 hubo en la zona de Calabria una fuerte tormenta marina que pudo haberlos movido del lugar en el que se encontraban antes de esa tempestad. Pero, ¿de dónde vienen entonces? Quizás eran transportados en un barco que navegaba no muy lejos de la costa desde (o para) Roma y terminaron en el fondo del mar a raíz de un naufragio. O tal vez eran estatuas del templo de la antigua Kaulonia que los habitantes quisieron ocultar y proteger, envolviéndolas en las velas de barcos. 

Sin embargo, la pregunta clave es otra: ¿cuántos son los “dos” Bronces de Riace? Siempre hubo rumores de una tercera estatua y que se encuentra ahora, según se dice, en una jamás precisada “oficina de algún poderoso” en los Estados Unidos. Hipótesis que nunca fueron confirmadas, pero que le añaden fascinación a la hierática belleza de los dos Bronces. Según algunos arqueólogos, no hay duda de que el complejo estatuario debió constar de cinco estatuas, o quizá incluso de siete. Por lo tanto, en el fondo del mar o quizás en la casa de algún coleccionista, quedarían potencialmente cinco más.   

Los tesoros aún escondidos en el Mediterráneo son innumerables, pero también es cierto que muchas de estas maravillas han sido encontradas y están disponibles para el público en los museos a lo largo y lo ancho de Italia: sólo esperan que se los vaya a ver.

*Co-fundadora de consultoraconnectar.com

 

“Llevar la historia de Calabria a la Argentina”

A.L. 

—Director, díganos la verdad, ¿cuántos Bronces de Riace hay? 

—Aquí en el museo tenemos dos… mire, puede venir a verlos cuando quiera.

Carmelo Malacrino, director del prestigioso Museo Arqueológico de Reggio Calabria, recibe con humor la pregunta de PERFIL y, antes de hablar de los proyectos para el futuro, cuenta un recuerdo personal. 

“Mi bisabuelo, que llegué a conocer, emigró a la Argentina y siempre me contaba de ese viaje tan complicado realizado a principios del siglo XX”, recuerda, tras destacar la importancia que los Bronces tienen no solo para la región de Calabria sino también para la comunidad de calabreses desparramada por el mundo. “Me gustaría que pudieran venir aquí, al museo, para ver con sus propios ojos la hermosa historia de esta región, que desde siempre es una protagonista en el Mediterráneo. Pero eso no es todo, en el museo estamos deseando llevar la historia de Calabria a la Argentina: podríamos acercarnos nosotros, exponer allí, quizás con una muestra de piezas arqueológicas acompañada de una exposición fotográfica sobre los Bronces. Podríamos estar listos incluso para 2023”.  

—El Museo Arqueológico que usted dirige es muy conocido y tiene un rol clave en Calabria.   

—Por supuesto, nuestro museo tiene una colección muy importante y es el único que cuenta toda la historia antigua del sur de Italia. Calabria ha estado siempre en el centro del Mediterráneo, una encrucijada de culturas entre el este y el oeste, puerta para los mares Tirreno y Jónico, una región extremadamente estratégica desde el punto de vista cultural, político y militar.   

—¿Cómo avanzan las celebraciones por el medio siglo del descubrimiento de los Bronces?   

—El año de los Bronces acaba de empezar y cierra el 16 de agosto de 2023, momento en el que sacaremos las conclusiones. Por ahora estamos muy contentos. Nos hemos preparado mucho para celebrar el inicio de este aniversario tan especial y convertirlo en una gran oportunidad de promoción de nuestro territorio. Hemos trabajado con todos: la región, la ciudad metropolitana de Reggio, el municipio de Riace, Cámaras de Comercio, Universidades, Asociaciones, para poder así crear un sistema de oferta cultural en todo el territorio. El museo ha trabajado para ser el protagonista de este gran aniversario, ofrecemos a quienes vengan a vernos cuatro exposiciones al mismo tiempo y un nutrido programa de actividades.   

—¿Los Bronces pueden convertirse en el eje de una nueva narración de la Calabria de hoy? 

—Las dos estatuas son un ícono, un símbolo, lo que hacemos es intentar que se conviertan en una oportunidad. Todos nosotros podemos sentirnos orgullosos, y voceros, de los Bronces, incluso nuestros compatriotas que viven en la Argentina.  

—¿El futuro de los Bronces?  

—El futuro es su pasado, ahí están, hace 2.500 años que nos miran pasar. 

 

Catanzaro, el lugar donde nació el nombre “Italia” 

A.L. 

Visitar el Museo Arqueológico de Reggio Calabria es dar un paseo por el corazón de Italia y su historia. De hecho, el nombre de la península deriva de una población que vivía al sur del área donde hoy se encuentra la ciudad de Catanzaro, los Vituli (Italói para los griegos). El nombre significa “habitantes de la tierra de los terneros, es decir ‘vitelli’”. Carla Marcato, catedrática de Lingüística en la Universidad de Udine, explica en su libro Nomi di persona, nomi di luogo que “Italia es un nombre de tradición clásica, originalmente se refería al extremo sur de Calabria; luego se extendió a la península con el avance de la conquista romana. Para algunos tendría el sentido de ‘tierra de los italianos’, un pueblo que tendría al ternero (italos) como tótem, por lo Oue el nombre se basaría en el uso muy antiguo de divinización del tótem animal de la tribu”.