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Argentina

¿Campeones en polarización?

Un estudio realizado entre 28 países de distintas regiones ubicó a la sociedad argentina como la atravesada por la grieta más profunda y más difícil de cerrar. Pero un análisis más cuidadoso apunta a que las cosas no están tan mal como parece, en una primera impresión, y a que esa brecha no se trata de un fenómeno de masas, sino de “minorías intensas”.

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Campeones en polarización. | cedoc

El recientemente publicado, por la consultora Edelman, Barómetro de Confianza 2023 ubica a la Argentina al tope de 28 países en un índice de polarización social. El índice se basa en dos indicadores surgidos de encuestas de opinión pública en las que se preguntó a los entrevistados cuán dividido percibían a sus respectivos países y si consideraban que esas divisiones podían superarse. La combinación de ambas respuestas arroja un score. 

La Argentina, cuyo valor en el índice es el más elevado, integra un grupo de países que la consultora califica como “severamente polarizados”. Dentro de esta categoría se encuentran, aparte de nuestro país, Colombia, Estados Unidos, Sudáfrica, España y Suecia. A su vez, Edelman señala que un segundo grupo de estados están en riesgo de transitar hacia una polarización severa: Brasil, Corea del Sur, México, Francia, Reino Unido, Países Bajos, Italia, Japón y Alemania. 

El reporte de Edelman identifica 6 motivos que explican los niveles de polarización, aunque con distinto peso. La desconfianza en el gobierno y la ausencia de identidad compartida son las variables de mayor relevancia a la hora de explicar el grado de polarización, seguidas por la percepción de una ausencia sistémica de equidad, el pesimismo económico, los miedos de la sociedad y la desconfianza en los medios de comunicación. 

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Palabras. ¿Es un problema la polarización severa que destaca el informe de Edelman? Para entender ello es necesario comenzar por definir qué entendemos por polarización. Un problema común a las categorías políticas radica en el hecho que una misma palabra puede tener múltiples significados. En algunas ocasiones se utiliza la categoría de polarización para referirse a un proceso electoral y en otras ocasiones la misma palabra alude a la intensidad de las diferencias en materia ideológica de las principales fuerzas políticas del sistema. 

La polarización electoral no es necesariamente un problema para el sistema político, aunque sí para las terceras fuerzas obviamente. La concentración del voto en dos partidos políticos o en dos coaliciones partidarias no es en sí misma algo problemático si la distancia entre sus posiciones ideológicas es relativamente pequeña. Hasta la irrupción de Donald Trump, Estados Unidos tenía alta polarización electoral, pero baja polarización ideológica. En Chile desde el retorno de la democracia –y especialmente a partir de 1998, cuando la derecha pudo liberarse de la tutela del general Pinochet– hasta la elección de 2014, dos coaliciones concentraron las preferencias del electorado, pero más allá de las obvias diferencias existentes entre las mismas, ello no impidió que se alcanzaran acuerdos importantes en un amplio número de cuestiones, incluyendo un conjunto de modificaciones significativas a la constitución de 1980. 

Brecha Ideológica. La polarización electoral no es entonces un problema que ponga en riesgo el funcionamiento de la democracia. La polarización ideológica sí. Cuando la distancia entre las posturas de las principales fuerzas políticas es considerable, ello dificulta el consenso. En su clásico análisis de los sistemas de partidos, el politólogo italiano Giovanni Sartori clasifica a estos en base a dos criterios: la cantidad de partidos y el grado de polarización ideológica. 

La combinación de un sistema de entre tres y cinco partidos relevantes y alta polarización ideológica daba lugar a lo que Sartori llamaba “pluralismo polarizado”, un tipo de sistema de partidos bajo el cual el buen funcionamiento de la democracia es prácticamente imposible. No casualmente este tipo de configuración fue la que tenían Alemania en los años finales de la República de Weimar, la segunda República Española y Chile en los años previos al golpe de Augusto Pinochet, tres casos emblemáticos de procesos de derrumbe democrático. 

La polarización ideológica severa no solo entraña la imposibilidad de lograr acuerdos partidarios, forjar compromisos o mantener el consenso en torno a las reglas de juego que demanda el buen funcionamiento de la democracia. Involucra también la conversión del otro de rival o competidor en enemigo. 

Enemigos. La diferencia no es menor. El teórico de relaciones internacionales Alexander Wendt señala en Teoría social de la política internacional que el grado de conflicto y el modo en que el mismo se procesa en el sistema internacional es una función de la percepción mutua de los actores. Si un actor considera que el otro es alguien que le niega su derecho a existir, adaptará su comportamiento a esta percepción y obrará en consecuencia. Cuando los actores del sistema internacional se perciben mutuamente como enemigos se niegan el derecho a la existencia y lo que trae aparejado que la política internacional adopte la forma de un estado de naturaleza hobbesiana. 

El análisis de Wendt no es perfectamente extrapolable a la política doméstica por la sencilla razón de que mientras que en el sistema internacional no existe una autoridad por encima de los estados, a nivel interno el estado existe –entre otras razones– para evitar una situación hobbesiana. 

Sin embargo, la existencia de la autoridad estatal no excluye la posibilidad de que distintos actores sociales se perciban como enemigos. Cuando ello ocurre, cualquier método es válido. La alternancia, que es un componente esencial de la democracia representativa, resulta imposible cuando la competencia es entre enemigos y no entre rivales. Ello lleva a que cualquier método sea válido para impedir que “el otro” llegue al poder o, en caso de que esté al frente del gobierno, para desalojarlo del mismo, sin importar si para ello es necesario recurrir a un mecanismo ilegal. Queda claro por todo ello que la polarización severa es incompatible con el buen funcionamiento del sistema democrático. 

Argentina. Ahora bien, ¿es la Argentina un caso paradigmático de polarización severa tal como sostiene el informe de Edelman? Buena parte de las elites locales parecen convencidas de ello. Hace poco más de diez años Jorge Lanata acuñó el término “la grieta”, para describir el grado de división que en teoría exhibe la Argentina. El término caló hondo en la medida que desde entonces lo utilizan casi con frecuencia diaria periodistas, analistas políticos y dirigentes. El informe de Edelman pareciera darle la razón a Lanata. Un repaso de las discusiones que cotidianamente se registran en la red social Twitter también. 

Así y todo, comparado con algunos de los demás países que figuran en reporte realizado por Edelman, no parece que la Argentina atraviese hoy una situación de polarización severa. Este año se cumplen cuarenta años de gobierno democrático ininterrumpido. Más allá de que lamentablemente la democracia no ha estado a la altura de lo que prometía allá por 1983, completar cuatro décadas sin interrupciones institucionales y sin violencia política no es poca cosa habida cuenta la historia de nuestro país en el medio siglo precedente a la última restauración democrática.

¿Realmente nuestra sociedad está cruzada por diferencias ideológicas insalvables? ¿Es la grieta un fenómeno que permea a toda la sociedad o más bien un fenómeno de minorías intensas? En opinión de quien esto escribe, la tan mentada grieta es un fenómeno de minorías politizadas. Si realmente la grieta y la polarización severa estuvieran tan extendidas en la sociedad, probablemente registraríamos niveles mayores de violencia política, tal como ocurrió a partir de 1930. Adicionalmente, la creciente polarización debería ir acompañada por mayores niveles de politización de parte de la ciudadanía. Sin embargo, la política no parece despertar mucho interés en la población. Si para muestra sobra un botón, basta con chequear a diario las noticias más leídas en los portales. Rara vez se trata de noticias vinculadas a la política. Si hay polarización severa, no se trata de un fenómeno de masas, como sí lo fue por ejemplo durante los años 50 del siglo XX, sino más bien de un fenómeno de minorías intensas. 

Problemas. El hecho de que la Argentina en el índice de Edelman figure por encima de Brasil o Estados Unidos es bastante llamativo si tomamos en consideración los episodios ocurridos el mes pasado en Brasilia o el intento de asalto al Capitolio en enero de 2021. 

Cuestionar el resultado del índice de Edelman no implica negar que nuestra democracia atraviesa crecientes y graves problemas. En los últimos meses han ocurrido hechos de suma gravedad institucional que ponen en duda el compromiso con las reglas de juego del sistema democrático por parte de actores políticos relevantes. A la vez, el descontento y la desesperanza que campean en la ciudadanía, cebados al calor de más de una década de estancamiento económico, hacen que el electorado sea permeable a los cantos de sirena de los vendedores de espejitos de colores. La Argentina probablemente no sea el “país más polarizado del mundo”, como sugiere el reporte elaborado por Edelman, pero su democracia enfrenta sin dudas graves y crecientes desafíos, que de no ser adecuadamente resueltos, podrían llevarnos a situaciones como las que se observan en otros países de la región.

*Politólogo (UCA-Ucema).