El caso de Julian Assange, entregado por el actual gobierno ecuatoriano a la Justicia británica después de haberle otorgado la ciudadanía y el asilo político durante siete años, es una de esas cuestiones importantes a las que no se les presta la debida atención, en un país en el que, lamentablemente, lo urgente es lo más importante.
Sigo las idas y vueltas de la compleja historia de Assange, fundador y editor del sitio WikiLeaks, hace mucho tiempo. El fundador de este diario, Jorge Fontevecchia, lo entrevistó en diciembre de 2014 en la embajada ecuatoriana en Londres y Assange pudo hablar de todo: de la situación de América Latina, del peligro que presentaba Google como herramienta de invasión a la privacidad, de su papel de “programador periodista” como un nuevo actor en los medios tradicionales, de los hackers, del caso Snowden y de su propia definición de lo que es ser periodista.
A partir de ahora, será difícil que Assange tenga posibilidad de hablar. De una personalidad compleja, que produce simpatía en algunos y rechazo en otros, Assange fue el pionero en publicar información filtrada y veraz del gobierno más poderoso del mundo. Personalidades como el filósofo y crítico cultural, famoso en estos tiempos, Slavoj Zizek lo llaman amigo y héroe a la vez.
Héroe. Es la palabra que usa Daniel Ellsberg, el filtrador de los papeles del Pentágono hace cuarenta años, recreado en la película de Spielberg The Post. A esto se le suman numerosos organismos de defensa de los derechos humanos, de la libertad de prensa, de las facultades de Comunicación (la semana pasada se pronunció a su favor la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional de Cuyo). En 2017, Julian Assange brindó una videoconferencia en el Encuentro Latinoamericano de Facultades de Comunicación (Felafacs) en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. En el mundo académico, Assange tiene un fuerte respaldo por lo que simboliza, por haber hecho conocer las atrocidades cometidas por Estados Unidos en la guerra en Afganistán, en Irak, en la cárcel de Guantánamo, gracias a sus informantes (en este caso del soldado Bradley, ahora Chelsea Manning).
Me permito ahora una digresión, pero que me parece importante: tanto Chelsea Manning como Edward Snowden son ciudadanos estadounidenses que trabajaban para el gobierno de Estados Unidos. Los dos sintieron que la conciencia estaba sobre la ley (como dijo alguna vez Snowden) y que, frente al enorme poder que ocultaba la tortura y la barbarie en documentos “clasificados”, es decir, secretos, solo cabía jugarse la propia vida.
¿Juicio justo? La política está tan fundida en este caso que veo difícil que Assange alguna vez obtenga un juicio justo. Los Estados Unidos lo han acusado de ayudar a Manning a descifrar una clave con la que accedió a esos documentos secretos (situación que no está muy clara), es decir, lo acusan por hacker y no por periodista. El gobierno de Trump sabe que atacar la Primera Enmienda, el derecho a la libertad de expresión, es un caso perdido. Que el gobierno de turno decida quién es periodista y quién no lo es resultaría extremadamente peligroso.
En 2016, en plena campaña, Donald Trump nombró más de cien veces en sus discursos y tuits a la organización, cuando WikiLeaks filtraba los correos electrónicos de Hillary Clinton, y dijo textualmente que amaba al sitio. Hoy, responde que no sabe nada de esa organización y que será el fiscal general de los Estados Unidos quien se ocupe del caso. Las filtraciones contra Estados Unidos se produjeron durante el gobierno de Barack Obama. Este prefirió no actuar contra Julian Assange pero fueron, en cambio, los republicanos quienes pidieron su procesamiento.
Tampoco podemos olvidar el papel de Ecuador en este tema. Rafael Correa, un presidente que no se caracterizó por defender la libertad de prensa, le dio asilo político a Assange hace siete años. Hoy su sucesor, Lenín Moreno, quien no solo cambió su estrategia política frente a los electores que lo votaron, dejó que Assange fuera sacado por la fuerza de la embajada en Londres (cualquiera que haya visto las imágenes no puede más que conmoverse de observar a un hombre deteriorado y avejentado por siete años de encierro). El New York Times, en una nota del 12 de abril, ofrece evidencia de que el gobierno ecuatoriano fue fuertemente presionado para que le quitara el asilo político a Assange. Las afirmaciones de soberanía de Lenín Moreno son poco convincentes y fue duramente criticado por esto.
Reino Unido y Suecia. De más está decir que el Reino Unido es el que está ahora en la situación más complicada. Assange estará preso 12 meses por no presentarse a un juez inglés, quien lo dejó libre bajo palabra en 2012 y, en cambio, se asiló en la embajada, para no ser extraditado a Suecia por la acusación de violación y abuso de dos mujeres. Los jueces británicos deberán decidir si extraditan o no a Assange y a dónde. Por ahora, el único pedido es el de Estados Unidos, con razones muy endebles todavía, pero al que los norteamericanos prometen agregar nuevos cargos.
¿Por qué Suecia cerró las causas de las mujeres supuestamente atacadas por Assange? En 2007, el gobierno sueco consideró que, como una de las causas había prescripto y, con Assange asilado, no valía la pena seguir adelante. Hay muchos que reclaman que el fundador de WikiLeaks sea extraditado a Suecia antes que a ningún otro país. Los delitos de los que se lo acusa deben ser juzgados. Son crímenes comunes y debería responder por ellos para que se haga justicia, ya sea que resulte culpable o inocente. En dos notas de The Guardian, publicadas el 13 y el 14 de abril, se hace hincapié en que Assange debe ser juzgado en Suecia primero. Como siempre, los delitos contra las mujeres quedan en segundo plano, cuando hay intereses políticos en juego. Además, a Assange le conviene no ir a Estados Unidos, porque es claro que no hay garantías para que sea juzgado con transparencia.
Llegamos ahora al momento de responder la pregunta del título de esta nota: ¿la extradición a Estados Unidos y el procesamiento a Julian Assange ponen en peligro la libertad de expresión?
El pedido de extradición de Estados Unidos se basa en evidencia endeble, porque no prueba si Assange ayudó a Manning a descifrar la clave que le permitió filtrar los documentos clasificados. Lo cierto es que WikiLeaks los publicó y que Assange trató de proteger a su fuente, como lo haría cualquier periodista. (No nos olvidemos de que todos los grandes diarios publicaron y redactaron notas con lo filtrado en esos documentos. Aunque algunos quisieran despegarse ahora, está claro que fue así.)
De prosperar la extradición, sentará un precedente muy fuerte (intimidará a más de un periodista) a no utilizar material obtenido de un informante que filtra información cierta sobre hechos que los poderosos le quieren ocultar a la sociedad.
Assange ha sido víctima de un ataque personal para quitarle valor a su palabra. Esto se conoce como falacia ad hominem. Se ataca a la persona, porque no se tienen argumentos de peso para defender una posición. Se lo acusó de tratar mal al personal de la embajada, de falta de higiene, de dañar el edificio andando en skate por las habitaciones, de poner en peligro la seguridad nacional de un país que domina el planeta y que se dice paladín de la libertad. Todo este menosprecio podría sufrirlo cualquier otro que se animara a decir una verdad similar.
El caso de las mujeres suecas, abusadas presuntamente por Assange, tiene prioridad porque se trata de un crimen que no debe estar teñido por los manejos políticos. Acusar a esas mujeres de mentir, sin haberlas escuchado antes, también es un atentado a la libertad de prensa.
Republicanos. Trump, como Bush en su momento, dio permiso secreto para que se realicen crímenes indiscriminados en nombre del llamado contraterrorismo. Los estadounidenses, sus aliados, la humanidad, merecen conocer esas verdades.
Muchos diarios piensan que WikiLeaks no los necesita. Es verdad. Las nuevas tecnologías han provocado una fuerte crisis en el periodismo, en la que la misma noción de qué es ser periodista necesita revisión. El acceso libre a la información pública y la libertad de prensa deben ser preservados. No se puede defender la democracia y atacar a los que hablan por lo que no tienen voz.
The New Yorker, la prestigiosa revista norteamericana, ha sido clara en que no debe extraditarse a Assange, porque se vulneraría la Primera Enmienda, pero no olvida que este favoreció a Trump cuando estaba en campaña y filtró los correos de Hillary Clinton. Esto ha producido que tanto demócratas como republicanos alcen sus voces pidiendo la cabeza del fundador de WikiLeaks (nota del 12 de abril).
Finalmente, acusar a Assange por delito informático es la forma que encontró el gobierno estadounidense para no perdonarle al australiano la publicación de los documentos secretos. Dos ciudadanos norteamericanos filtraron información, porque su conciencia no los dejaba vivir: Chelsea Manning (ahora en prisión) y Edward Snowden (exiliado en Rusia). ¿No merecen estas personas que los periodistas los defiendan, ya que son ellos los que sacrificaron sus vidas por la verdad? ¿No es el principal objetivo del periodista la búsqueda de la verdad?
Julian Assange, hemos dicho, resulta un personaje simpático para unos y aborrecible para otros. Eso queda en la opinión de cada lector. Lo que no ha de permitirse es que no sea juzgado en Suecia por los presuntos ataques a las dos mujeres. Ojalá los periodistas se ocupen más de reclamar al gobierno sueco este acto de justicia que de publicar idas y vueltas de un proceso que llevará años en solucionarse. Muchos abogados y la mayor potencia mundial se están ocupando de que así sea.
*Escuela de Posgrado de Comunicación Universidad Austral.