La salud mental constituye quizás uno de los principales vestigios sociales de la pandemia. En épocas de una convulsionada nueva normalidad, su abordaje multidimensional, anclado en una perspectiva amplia de la salud bajo un paradigma de derechos humanos, ubica el problema por fuera de los tabúes de antaño. Es que la salud mental no es cosa de locos, sino un conjunto de padecimientos socialmente extendidos cuyos límites y posicionamientos resultan controversiales.
Así lo demuestra un estudio encarado por la Fundación Medifé y la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso). Según el informe, que analizó las búsquedas en internet relacionadas con salud mental y las dinámicas del tratamiento informativo sobre el asunto durante un año, ansiedad, estrés, depresión e insomnio fueron algunos de los términos más buscados a través Google y Wikipedia. El hallazgo evidencia que la demanda de información se asoció a padecimientos muy concretos y, sobre todo, a un intento práctico de los ciudadanos por mitigar esos obstáculos en sus vidas cotidianas. Tanto fue así que la contracara de la indagación pública sobre dolencias fue un importante nivel de demanda informativa sobre vías de resolución de esos conflictos. Y allí los psicofármacos se ubicaron en primer lugar.
La investigación también puso el foco sobre el nivel de involucramiento de las personas con las noticias sobre el problema. En el período estudiado –2021-2022–, resulta evidente que la asociación entre pandemia y afectaciones de la salud mental rankeó alto, al punto que estas noticias fueron las que mayor nivel de reacciones generaron en las redes sociales y buscadores por donde circula el mayor porcentaje de la información que se produce y consume socialmente. En este punto, otro hallazgo interesante es que la relación entre salud mental y covid-19 pivoteó entre un conjunto restringido de tópicos que catalizan las preocupaciones de una época que se destaca por la acentuación de algunos males que no son nuevos, pero que la pandemia dinamizó.
Así, los trastornos de aprendizaje y las dificultades de niños, niñas y adolescentes en su reinserción socioeducativa emergen en la pospandemia como un asunto de importancia al que los medios y las audiencias dedicaron especial atención. En tanto, el insomnio, el manejo de las emociones y las fobias se instalaron en las agendas mediáticas como tópicos importantes que tuvieron eco en las demandas sociales de información. Del mismo modo que las adicciones, sobre todo al alcohol, a las drogas y a los psicofármacos, cuyo consumo creció en 2021 más de cuatro veces que el resto de los medicamentos, según el Observatorio de Adicciones y Consumos Problemáticos, detectándose altos índices de automedicación.
Un dato llamativo de la información circulante sobre salud mental que más atrae a las personas pone en juego una dinámica paradojal. No resulta novedoso que las noticias suelen construirse a partir de la amplificación de ciertos datos y enfoques dramáticos que echan mano de figuras del star system como una estrategia de visibilización y posicionamiento. Pese a lo delicado del problema, el estudio de Medifé y Flacso halló que casi cuatro de cada diez de las piezas informativas que más engagement generaron en las redes tuvieron como protagonistas a personas famosas de diversos orígenes y actividades. Así, la vida privada de personalidades de la farándula, deportistas, artistas, influencers y hasta de políticos estuvo en la mira de los paparazis y las plumas de los medios más importantes del país. Sobre todo cuando atravesaron algún tipo de padecimiento y este fue expuesto, ya sea por ellos mismos o porque se filtró para instalarse indefectiblemente en el debate público.
La paradoja radica en que este tipo de informaciones centradas en el interés humano, que poco aportan sobre el tema en términos de recomendaciones científicas para el tratamiento de trastornos delicados, usualmente desató olas de investigación periodística que profundizaron sobre las dolencias. Consecuentemente, trastornos puntuales de las secciones virales o de color en ocasiones sirvieron de disparadores de una cobertura más profunda y responsable que, además de aportar visibilidad a los padecimientos, incluyó voces de especialistas y expertos que aportaron marcos profundos de comprensión y pusieron a disposición información práctica y relevante para cualquier persona que estuviera atravesando malestares similares.
No obstante, las dolencias abordadas desde las historias de vida de famosos y famosas se centraron en tópicos algo diferentes de aquellos que no los tuvieron como protagonistas. En esta población, el alcoholismo y las adicciones, las disfunciones sexuales, los trastornos de alimentación –especialmente en mujeres–, el estrés y la depresión aparecieron como un conjunto de problemas que conjugó la relación entre salud mental y fama y que, si bien no se correlaciona exactamente con las problemáticas que más interesaron a los usuarios de redes sociales, evidencia muchos puntos de contacto. En esta cuestión, el informe muestra otro sesgo alarmante, que es la sobrerrepresentación de noticias generadas en el AMBA sobre problemas urbanos que se alejan necesariamente de las realidades locales de una Argentina extensa y diversa.
Así, la farandulización de la salud mental nos sitúa en la complejidad de que, plagada de estereotipos que descontextualizan y simplifican el problema, potencian, a su vez, su visibilización, lo que suele iluminar zonas usualmente oscuras del debate público.
Otro de los datos que surgen del estudio es un fuerte componente prescriptivo en la información que más circuló. Esa orientación ciudadana ubicada en las secciones de sociedad y servicio constituyen otra señal de alarma. La proliferación de una variedad de piezas comunicacionales tendientes a la resolución de problemas de salud mental a partir de acciones individuales como el coaching, la gestión emocional y un conjunto diverso de técnicas del yo deja abierto un interrogante: ¿es posible abordar problemas estructurales que conjugan lo individual con lo social, ambiental y colectivo a partir de terapias estandarizadas basadas únicamente en la actitud y la voluntad?
Ese interrogante se relaciona directamente con la identificación de los actores que debieran hacerse cargo del abordaje multidimensional del problema. Al respecto, otro hallazgo resulta revelador. El Estado, institución central en el diagnóstico, diseño e implementación de políticas públicas, aparece como actor central solo en un 4% de las noticias que más circularon relacionadas con salud mental. Del dato no podría inferirse la ausencia de acciones estatales orientadas al asunto, aunque sí habilita la pregunta sobre si las políticas son suficientes y/o si estas son comunicadas de manera eficiente para garantizar la disponibilidad y asequibilidad de información útil a través de diferentes medios y plataformas para una sociedad que, evidentemente, demanda respuestas.
La salud mental implica, según la Ley 26.657 que la regula, la consideración de un proceso dinámico condicionado por componentes históricos, socioeconómicos, culturales, biológicos y psicológicos cuya preservación y mejoramiento implica una dinámica de construcción social vinculada con derechos humanos y sociales de toda persona. La pandemia, concebida como un hecho social total que impactó de manera determinante sobre cada una de estas dimensiones, puso en jaque ciertos equilibrios que, aunque siempre precarios, permiten establecer un antes y un después para una generación que pasará a la historia por haber atravesado un acontecimiento conmocionante de magnitud. En tanto, la nueva normalidad no solo acarrea el estrés postrauma, sino que posee componentes propios de inestabilidad y zozobra. Guerras, crisis económicas globales, catástrofes climáticas y ambientales son algunos de los problemas con los que tenemos el desafío de redefinir nuestras vidas. Y en este contexto complejo y convulsionado, los problemas de salud mental se alejan del tabú y exigen soluciones integrales que resultan tan complejas como urgentes.
*Doctor en Ciencias Sociales, investigador de Flacso y Conicet.