ELOBSERVADOR
un nuevo escenario electoral

Crece la posibilidad de un tercer actor

Para el autor, la pregunta ya no es si habrá un “tapado o tapada” entre Cristina Kirchner y Mauricio Macri en 2020. La pregunta es quién será y cómo llegará.

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La pregunta ya no es si habrá un “tapado o tapada” entre Cristina Kirchner y Mauricio Macri en 2020. La pregunta es quién será y cómo llegará. | cedoc

La pregunta sobre la posibilidad de un tercer actor (ni Macri ni CFK) listo para ocupar en poco tiempo la centralidad de la política argentina es una de las más frecuentes. Pero ha ido cambiando de forma, adaptándose al ritmo acelerado de la crisis. Ya es una pregunta sobre el quién y sobre el cómo.

Candidatos. Varios meses atrás se trataba de una cuestión de candidatos: se descartaba que el “peronismo con adjetivos” (federal, no K, racional, perdonable) iba a producir una tercera vía competitiva, y se especulaba con el nombre que iba a corporizarla (Massa, Urtubey, ¿Tinelli?). Poco tiempo después, y algo antes de los “cuadernos”, las explosiones del dólar y la inflación parieron otro diagnóstico. Dado que Cristina Kirchner se recuperaba en las encuestas, que los tiempos se aceleraban y que los “peronistas con adjetivos” no habían construido candidato, regresaba al mundo de las percepciones el escenario de la polarización K-M, y el tercer actor ahora dependía de una gran osadía para llegar a terciar allí.

Hoy, con un dólar aún más alto, un Lula inhabilitado y una Cristina otra vez en los tribunales, la pregunta entró en una tercera fase: ¿acaso los partidos y coaliciones políticas de hoy seguirán existiendo en 2019?

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Repensar. Las crisis nos obligan a repensar nuestros cimientos y, en consecuencia, a recordar que nuestras certezas no son tales. Desde fines de diciembre de 2017 la imagen positiva del Presidente comenzó a caer –el punto de inflexión, tras el triunfo electoral de Cambiemos dos meses antes, fue la reforma previsional–, y ello provocó un temblor. Que la imagen de un presidente caiga no es tan grave, salvo que sus bases de sustentación no fueran sólidas. Desde el año 2015, muchos quisieron ver que la política argentina enfrentaba una disyuntiva épica entre cambio y decadencia, y que toda posibilidad de un devenir no catastrófico estaba atada a la continuidad de un presidente que, para colmo, había nacido débil. Que había ganado en segunda vuelta, que nunca había sido demasiado popular, que no tenía mayorías parlamentarias y que ni siquiera contaba con un partido político nacional. Por eso, la pendiente negativa de las encuestas transpiraba vacío: ¿qué podía pasar si el presidente de la salvación no reelegía?

En rigor, en esta América Latina que crece poco no reelige nadie. En México, Chile y Colombia ganaron los opositores, y en Brasil puede ganar cualquiera. ¿Por qué encorsetarse en un marco analítico sin escapatorias? ¿Es acaso tan sorprendente que un presidente, en medio de una crisis social y de expectativas, vea disminuir sus chances de reelección?

CFK. Para colmo, la tesis sobre el “techo bajo” de Cristina Fernández que parecía irrefutable demostró no ser tan así. Ni siquiera eso está claro en la Argentina de 2018. Muchos dirigentes peronistas, aun sus antiguos adversarios internos, comenzaron a convencerse de que todo era posible. Por eso, quienes más sufren la incertidumbre del futuro político de la ex presidenta son ellos. Redescubrieron, en este nuevo marco analítico, que ni ellos mismos pueden saber qué formato tendrá el peronismo en 2019. El kirchnerismo es más sencillo con Cristina candidata. Y el antikirchnerismo también. A esto hay que agregar otra dimensión relevante de la política argentina de hoy: los gobernadores que asumieron sus cargos en 2015 enfrentan problemas serios en sus propios distritos. Las “bases profundas” del peronismo del interior tampoco son estables. ¿Y si acaso vuelven en masa los “gobernadores de la era K”, recordados por sus votantes como los gestores de una economía mejor?

Incertidumbre. La incertidumbre es general. Es incierto el futuro del Presidente y el de la ex presidenta -es decir, el de los principales liderazgos de la política argentina–, y también el de las coaliciones –nacionales y locales– que deberían sostener a los candidatos. Súbitamente se puso sobre la mesa que diversas fragilidades derivadas de la crisis de 2001 nunca habían sido resueltas. Sí: es probable que en 2019 tengamos nuevos frentes electorales compitiendo por la presidencia.

Muchos recordarán de dónde vienen, y que más de una vez la política argentina ha funcionado como sumatoria y concatenación de realidades locales. Algunos radicales recordarán que siempre fueron, ante todo, radicales. Y algunos macristas que se deben, ante todo, a la gestión local. Así como los peronistas tienen como norte el gobierno de la adversidad para evitar el sufrimiento de los más pobres. Y ni hablemos de los macristas de origen peronista. Carrió fue un emergente de la crisis de 2001 pero con la devaluación de 2018 se acabó, tal vez para siempre, su predicamento moralizador.

Diversos dirigentes recordarán que las diferencias que los separan no son tan irremontables. Aquellos con experiencia y con destreza para formar alianzas serán cada vez mejor valorados por el electorado y la dirigencia.

No es un dato menor que, en lugar de pedir Bolsonaros y Beppes Grillos, haya sectores de la sociedad argentina que se ilusionan con políticos más predecibles, sin demasiada mancha y con antecedentes en la gestión. Tal vez no sirvan para juntar millones y millones de votos pero calman la ansiedad de los que viven acá y están asustados. Una suerte de nueva tradición de la Argentina democrática en tiempos de crisis.

Características. El universo del tercer actor tiene algunas características. En las situaciones de turbulencia, a veces surgen los salvadores de la patria, y a veces los moderadores de expectativas. Los movimientos sociales no quieren una crisis, y los sindicatos, menos. Los “cuadernos” de la regeneración moral no entusiasmaron a nadie. Los periodistas de la grieta pierden rating. Cuando el avión se mueve demasiado, hay pasajeros desconocidos que se agarran de la mano. Gobernadores de distinto palo y un presidente coordinador pueden convivir perfectamente por un tiempo: la era del león herbívoro.

* Politólogo. Profesor de la UBA.