“Florencia, ¿podemos empezar?”. Mirando a cámara y como si se tratase de un video familiar que no puede editarse, la Presidenta retomó el contacto con la ciudadanía (o con sus seguidores, para usar la terminología de Twitter) después de un mes y medio de estar fuera de la escena política a causa de una intervención quirúrgica.
Se trató de una filmación realizada por su hija Florencia (quien “por algo es cineasta”), colgada en su cuenta de diversas redes sociales (https://www.facebook.com/CFKArgentina, @CFKArgentina, el blog http://www.cfkargentina.com/cristina-fernandez-de-kirchner/) el lunes 18 de noviembre.
A estas horas, la prensa ha hablado extensamente de ese video. Es más, el cachorrito Simón fue el centro de unas cuantas notas en distintos medios del mundo. Y hasta motivó algún comentario desangelado (quizá no tan desatinado, aunque críptico), como el tuit de Ricardo Forster sobre la lectura de los símbolos y el nombre del perrito (“@ForsterRicardo, 19 nov: leer los símbolos, tarea siempre fascinante: entre el pingüino y Simón. Claro y contundente modo de sostenerse en una herencia política”).
Pero ¿qué trae de nuevo esta Cristina?
Desde el punto de vista físico, se la vio estupenda: delgada, con el cabello impecable y su sonrisa de siempre (seductora para algunos, sobradora para otros). Hubo un detalle, sin embargo, que no se le escapó a nadie: la camisa blanca. Tras más de tres años, abandona el luto absoluto. Ahora, luto solamente parcial: primera novedad.
Desde un living de la quinta que deberá habitar hasta 2015, un ambiente bastante monocromático si bien realzado por las rosas que le acababa de regalar Hebe de Bonafini (según se ocupó de señalar), la Presidenta agradeció emocionada la preocupación, las atenciones y el afecto de “miles y miles de argentinas” (sic) y de ciudadanos de otros países, los “millones de cartas y de flores” y todos los regalos que recibió.
Distinguió, con todo, dos presentes. En primer lugar, un enorme pingüino de peluche que le mandó un joven militante de su partido (“Federico García Caffi, de Pilar”, dijo). En segundo lugar, la carta de un joven militante del PRO (“Demián”, dijo).
No es inesperado que destacara la actitud de dos jóvenes. No es inesperado, tampoco, que delineara mejor al militante del FpV. No es inesperado, siquiera, que situara al partido de Macri en el lugar del adversario (dejando de lado a los otros opositores, como el Frente Renovador de Massa o el UNEN de Carrió).
Pero sí fue inesperado que los ubicara en una relación horizontal y sin confrontarlos, enfatizando que “los argentinos estamos creciendo y somos capaces de superar nuestras diferencias o mantenerlas sin por eso agredirnos o despreciarnos”. Es decir, tolerancia y concordia política: segunda novedad.
Otra vez empleó términos populares. En línea con la serie de entrevistas que le venían haciendo periodistas seleccionados (en las que hasta se permitió el uso de palabras vulgares, “De mí dijeron cosas como yegua, puta”), habló de los momentos difíciles que tuvo que pasar.
Sin faltar a la empatía (“Todo el mundo tiene operaciones”), se focalizó en la gravedad de su dolencia, dada la localización del problema (“La cabeza es una cosa que… la capocha es la capocha, como decía mi abuelo”).
También habló de las gratificaciones, como el cachorrito venezolano que le regaló el hermano de Hugo Chávez (“Espero que no me haga pis encima, porque lo mato”), al que increpó cuando le mordisqueaba el pelo (“No, con el pelo, no, porque rompemos relaciones con Venezuela”) y cuando le tiraba tarascones (“No, Simón, que van a acusar a los chavistas de malos”).
Y otra vez dio una breve clase magistral, en este caso, sobre la historia de la raza mucuchíes, a la que pertenecía el perro de Bolívar y a la que pertenece el pequeño Simón, con ejemplos tomados de la cinematografía y todo. Esto no es nuevo.
Sí es nuevo, en cambio, el perfume del escenario. La intención intimista y casera. La alta y emotiva familiaridad de todo el mensaje. Y es que Cristina evidenció en este video la profundización de algunos rasgos que ya venían manifestándose desde antes, en sus cadenas nacionales o en sus tuits: palabras inventadas, como “ornapo”, originario, nacional y popular; frases coloquiales, como ¿qué tul?; o expresiones en inglés, como too much.
En concreto, no parece azaroso que se haya parado en medio de la filmación para ir a buscar al cachorro (“Un minutito, que ya salgo de foco y vuelvo. ¡Permiso!”), que se haya emocionado cuando habló de una carta que le envió Demián Martínez Naya (“Florencia, me habló muy bien de vos”), ni que le haya dado órdenes al perrito (“Simón, salude a la cámara y a todos los argentinos y a los latinoamericanos y al mundo”).
¿Cómo tomar el comienzo de backstage (“¿Es esta cámara la que tengo que mirar o a la tuya?”) con el que empieza la filmación? ¿Cómo entender que puede pararse, salir de foco, dejar el sillón vacío y luego volver, cuando es evidente que el video ha sido editado y esos segmentos pudieron cortarse? La Presidenta busca instalar un clima familiar. Atmósfera doméstica: tercera novedad.
Poco sorprendente resulta, entonces, que su primera aparición en un espacio masivo haya confirmado estas previsiones.
¿La primera novedad? A su regreso a la Casa de Gobierno, Cristina lució nuevamente un medio luto: el torso negro, pero la pollera con fondo plateado. Elegante y discreta, como evaluó alguna nota periodística.
El negro absoluto parece haber quedado confinado a esos tres años durante los cuales el recuerdo de él (de Néstor, al que no nombraba más que por pronombres) se mantuvo omnipresente.
¿La segunda novedad? Tras la toma del juramento de rigor a las nuevas autoridades (de las que nunca habló en el video que se difundió apenas un rato antes de que se anunciara el cambio de gabinete), se asomó a los balcones interiores de la Rosada para saludar a los cientos de militantes –jóvenes, sobre todo– que se habían apostado en el Patio de las Palmeras. Allí, luego de escuchar conmovida cómo la aclamaban, habló de propios y ajenos, de los logros partidarios (“un espacio político, plural y diverso”) y de las distinciones opositoras (“Estamos dispuestos a escuchar todas las ideas y a escuchar cómo se instrumentan, como la Asignación Universal por Hijo, que no fue un proyecto nuestro”).
Lo más interesante del caso es que, lejos de la habitual confrontación de sus discursos prequirúrgicos, resaltó la necesidad de ponerse todos a la misma altura y de llegar a acuerdos (“Debemos dejar de lado las frases que sólo sirven para los titulares, tenemos que dejar de lado los agravios y las diferencias”) para crecer juntos (“Yo quiero que los argentinos unamos esfuerzos”).
¿Y la tercera novedad? He aquí la culminación. Por casualidad (o no), el discurso más fuerte lo dio ahora en el balcón interno de una casa (la Casa Rosada), donde exhibió el afecto sin tapujos (“¡Cuánto los extrañé, por Dios!”) y donde habló como sólo se les habla a los amigos o, mejor, como sólo se le habla a la familia (“Los amo a todos, y mucho”). Porque, como en cualquier familia que se precie, “Que las únicas divisiones sean las de un partido de fútbol”.
Cristina volvió recargada. Tal vez, producto de una (atenta) lectura del humor de las urnas, no sólo cambió gente de su entorno ejecutivo, sino también parte del estilo de discurso que la hizo tan amada y tan odiada al mismo tiempo. No es improbable que los “momentos difíciles” por los que pasó hayan intervenido en este cambio. Pero tampoco es improbable que el cambio sea parte de una estrategia más global.
Poco importa la causa verdadera. En todo caso, parece propicio el momento para una transformación del cuadro: menos negro, menos confrontación y más clima hogareño. El devenir de los hechos dirá si es un giro auténtico o si sólo se trata de un retoque de superficie
(*) Directora de la Maestría en Periodismo de la Universidad de San Andrés.