Gabriel Wolf tiene hoy dos obras de teatro en cartel, el unipersonal con Diego Carreño La lengua es un músculo, pero el lenguaje es un virus y Costa presidenta, en la que comparte escenario, entre otros, con Costa, Celeste Campos y dos de sus compañeros de Los Macocos, Marcelo Xicarts y Martín Salazar.
—Formás parte, en roles distintos, de dos obras de teatro que están en cartel: “La lengua es un músculo, pero el lenguaje es un virus” y “Costa presidenta”. Aunque diferentes entre sí, ¿encontrás relación entre ambas?
—Lo que las relaciona es el aspecto humorístico, que me acompaña desde hace mucho tiempo como algo relativo a una sensibilidad (la propia) para contar o mirar el mundo. Pararse en forma torcida a ver el estado de las cosas nos permite corrernos de lo obviamente aceptado, de lo establecido. Y ese lugar es el humor.
—¿Cuál fue el puntapié para escribir “La lengua es un músculo, pero el lenguaje es un virus”? ¿Partiste de Burroughs?
—Yo llevo un muro de Facebook desde el año 2014, donde escribo todo tipo de tonterías, pensamientos juguetones con la palabra y el idioma castellano. Aforismos ingeniosos, paradojas del lenguaje, que voy poniendo ahí. Y todo el tiempo amigos me decían que con eso había que hacer algo. En un momento, entonces, hablé con Florencia Aroldi, escritora y dramaturga que compiló todo el material a un Word y que seleccionó lo que le parecía más gracioso o ingenioso que tenían estos comentarios o posteos. Llamé a Diego Carreño porque él decía que había material para una obra de teatro. Surgió ahí la idea de un unipersonal. Y empezamos a ver cómo se podía sintetizar todo eso en alguna idea para un personaje. Diego tiene una facilidad: vos le tirás cuatro o cinco cosas desparramadas que no tienen mucho que ver entre sí y te devuelve una pelota ya redondita. Sabíamos que nuestro protagonista era un tipo que vivía solo, aislado, y nos faltaba ver qué era lo que hacía. En un momento llegamos a la conclusión de que todo lo que estaba en el muro de Facebook eran palabras, juegos con el lenguaje y con el idioma castellano. Avanzamos hasta ver que era un tipo solo, aislado en un cerro, y que en esa noche en que la obra lo encuentra está terminando su tesis sobre la lengua castellana y el lenguaje. Supimos que todas las premisas de la obra deberían anclarse en ese sentido. Cuando empezamos a alimentar la obra con cosas que nos resonaban, el curiosear nos llevó a la canción de Laurie Anderson El lenguaje es un virus. Y eso, a su vez, nos llevó a William Burroughs. Y, por último, Burroughs terminó “apareciendo” en la obra de una manera insólita…
—Aunque es humorística, se mete con algunas cuestiones de orden académico al tiempo que juega con cosas muy simples como juegos de palabras o referencias a la cultura popular. ¿Cómo fuiste graduando esos componentes?
—Utilizamos lo académico porque nos servía al concepto de este personaje, que se encuentra en la noche previa a enviar a la universidad su tesis sobre el lenguaje. Entonces, teniendo ese perfil de universitario, pudimos ironizar sobre la paradoja o la metáfora, o el oxímoron, o los neologismos, entre otros términos que nos ayudaron a jugar con el lenguaje, pensando en que toda la obra es como un gran juego sobre lo ingenioso de nuestro idioma y sus ramificaciones. Después, viene lo que le iba sirviendo a la obra en sí misma, según lo que iba escribiendo Diego. Yo iba corrigiendo, y luego nos quedaba ver cómo y dónde meter ritmos, silencios, velocidades, juegos corporales, desplazamientos en el espacio, etc. Pero siempre tratando de no corrernos de la premisa: la palabra, la lengua y el lenguaje. Pensemos que nuestro personaje quiere graduarse como filólogo u hombre de letras.
—Hay un momento completamente vinculado a la coyuntura, que es cuando se habla de las modas que van y vienen en el decir cotidiano. Frases que hasta hace no mucho no sonaban tanto o no sonaban nada como “salí de tu zona de confort” o “soltá” son cotejadas con otras formas de decir lo mismo, y hasta refutadas. ¿Cómo las seleccionaste? ¿En tu vida personal las usás?
—Tengo casi una militancia personal contra todo tipo de frases que comienzan a jugar como novedosas y sesudas, pero que son huevadas pseudoacadémicas que se posicionan en los medios de comunicación. Y que uno nunca sabe cuándo ni cómo fue que fueron ganando terreno, hasta convertirlas en algo metido en el habla cotidiana de la “gente”, de un gran “público”. “Estamos en el horno”, “zona de confort”, “chapeu”, “remarla en dulce de leche”, y tantas otras que llegan, se instalan un tiempito, y luego desaparecen, como debe ser. Claramente, podemos vincular eso (lenguaje en este caso) con las modas, que puede ser un jean roto con diferentes tipos y tamaños de agujeros, como también las casas de cerveza artesanal, entre otras modas o modismos. Y este asunto de la moda en general y en el lenguaje, en particular, atenta contra el criterio propio y busca la homogeneización, y nos hace perder riqueza en lo genuino o auténtico de cada quien.
—El protagonista se queja en un momento diciendo algo así como: “Ahora no te podés reír de nada”, debido a la hipersensibilidad de esta época; sin embargo, la misma obra prueba que sí nos podemos seguir riendo... ¿Una paradoja, diría tu filólogo?
—Creo que la frase de nuestro filólogo hay que verla desde dónde y cómo está dicha. En teatro, no solo juega el texto, sino también el cómo se lo emite (uso de gestualidad, lo corporal, el tono, etc.). Y, por otro lado, está planteado como algo desafiante. Desde ese punto, lo paradójico sí tiene claramente su peso específico, porque juega o dialoga con la premisa general de la obra y con la tesis que este hombre está llevando a cabo desde hace 24 años, y que a medida que avanza le hace descubrir figuras retóricas que abonan su idea. Respecto a la hipersensibilidad de la época, veo una trampa: pareciera que lo antedicho o el prejuicio sobre “lo que sea” –en este caso, la risa o el humor– no es tal cuando uno se sienta en un teatro y se va dejando llevar por lo que va sucediendo, donde uno es uno y no está atado a lo que se baja como línea prejuiciosa. Al dejarte llevar, se produce un efecto que, por suerte, casi siempre choca contra prejuicios como “de aquello que no te podés reír”.
—Al empezar esta entrevista hablabas del humor como un lugar que permite correrse de lo aceptado. ¿Encontrás otros lugares que tengan la misma cualidad?
—En algún momento pudo haber sido la cultura rock. O aquel arte que se cuestiona el statu quo. Hoy, esa mirada es mínima o está muy devaluada. Quizá todo lo que tenga que ver con corrimientos del punto de vista establecido ya sea revolucionario. Como pequeñas revoluciones, pero individuales. Si lo bombardeado como aceptado o que habría que aceptar (y sin masticar) es una cadena perpetua, por ejemplo, o si alguna persona elige no aplicarse la vacuna contra el covid (por las razones que fuesen), entonces, bueno, leer o escuchar o darles lugar a quienes opinan otra cosa, atender a otra argumentación, es un gesto que se corre de lo establecido. Y pararse, aunque sea por un minuto, a escuchar otros argumentos que no sean los propios, en un contexto como el nuestro, ya es revolucionario. Cuestionar el estado de cosas: esa es la cuestión.
*Periodista, docente y guionista.