Tan criminales son las narrativas de persecución y exterminio como las que roban nuestra identidad. De allí que, ante el incremento de las distancias físicas por la pandemia, sea más que aconsejable concentrarnos en recuperar proximidades y parentescos culturales escamoteados por las narrativas de confrontación con que nos educaron quienes percibían y aún perciben la propia diversidad como amenaza a la “cohesión social”.
“Cuentos” que alimentan declaraciones periodísticas como las de un argentino doctorado en Historia por la Universidad de California que asevera que en el siglo XIV “no se sabía de dónde venía” la cuarentena que imponían los puertos a los barcos arribados por temor a la peste negra (bubónica), o la de otro investigador español que asegura que el médico leridano Jacme d’Agramont, al publicar en la primavera de 1348 su epístola Regiment de preservació de la pestilencia “fue el primero que compuso un tratado de prevención de la peste” mediante confinamiento, desinfección, limpieza y ventilación de calles y casas.
Lo cierto es que no solo sabemos por el estudio de 1998 de los editores del facsímil de ese tratado, sino por la información disponible online, que para ello el médico leridano está “calcando” en catalán las recomendaciones del Canon de Medicina, escritas allí por Avicena en árabe al establecer por primera vez la cuarentena como forma de evitar la propagación de enfermedades infecto-contagiosas en 1020. Enciclopedia a la que accede gracias a las traducciones latinas y romances que ordena, paga o compra Jaime II de Aragón el Justo, para fundar en 1300 la Escuela de Medicina en Lérida, donde enseña y escribe D’Agramont, y precisamente para aprovechar el acervo de obras en árabe de cuando esa ciudad fue capital de la Cataluña árabe, política intercultural iniciada por su bisabuelo Federico II Hohenstaufen, quien además de dominar el árabe fue el principal impulsor de la Escuela de Medicina de Salerno, a cuya imagen y semejanza se fundarán las de Padua, Bolonia y Montpellier.
Medicina del diálogo intercultural. Hablamos del “diálogo intercultural aplicado a la medicina”, cuyos retratos figurativos se emplean para prestigiar y promocionar escuelas y libros médicos. Estos últimos solían estamparse con la imagen de un Avicena con corona flanqueado por Galeno e Hipócrates, mientras que las traducciones latinas o romances de sus obras eran ilustradas con la imagen edilicia de escuelas de medicina como la de Salerno.
Autoridades y profesionales buscan transmitir y promover una política de protección institucional de los derechos del enfermo como la indicada en el derecho islámico, mediante la adopción de la institución árabe que habilita la práctica profesional de la medicina solo a través de enseñanza formal estructurada según examen final de carrera tras cinco años de estudios médicos y un año de prácticas, tendientes a implantar una cultura de la prevención a partir de la profilaxis. Sus contenidos deberían surgir de la comparación y síntesis de distintas experiencias y observaciones sistemáticas (método empírico), así como de traducciones árabes de textos griegos y obras árabes provistas y traducidas al latín o al romance por judíos y mudéjares. Lo cual, por ejemplo, daría lugar a la leyenda que atribuye la fundación de la escuela salernitana a cuatro maestros: el hebreo Helinus, el griego Pontus, el árabe Adela y el latino Salernus.
La mayoría de los especialistas españoles en el tema practican un diálogo intercultural semejante: no escamotean mencionar el opúsculo de D’Agramont al estudiar los tres tratados hispanos que, antes y después del leridano, fueron escritos en árabe sobre la peste y la profilaxis e higiene para evitar su contagio, 700 km al sur de Lérida. Algo que días atrás me señalaba mi sabio amigo y colega José Miguel Puerta Vilchez, traductor de todos los poemas inscriptos en los muros de la Alhambra de Granada, al comentarle el contraste local entre las múltiples menciones a la peste medieval y el silencio sobre “Los tres inventos árabes que los chinos usaron contra el coronavirus” (Clarín, 27/3/20).
Poetas pioneros. Uno de los autores que con sus versos murales convierte el edificio granadino en el único palacio del mundo que le habla como mujer a su habitante, el poeta, médico y visir Ibn al-Jatib, también fue autor de uno de esos tres tratados sobre la peste, en el que además hace uso didáctico de la poesía para transmitir su contenido.
Publicó su preventivo opúsculo Para convencer a quien pregunta sobre la terrible enfermedad en el invierno boreal de 1348, después de El buen consejo del murciano Muhammad Al Shaquri y un año antes que la Descripción de la peste y los medios para evitarla en lo sucesivo, que su amigo y también médico y poeta almeriense Ibn Játima terminó de escribir en Almería, puerto de entrada de la peste a la Península Ibérica.
Mientras que Al Shaquri reconoce el carácter pulmonar de la peste y da útiles indicaciones sobre purificación del aire y señala el peligro de los retretes públicos, Ibn al-Jatib advirtió que aquellos individuos que sobrevivían a la enfermedad parecían haber desarrollado una suerte de resistencia o inmunidad a ella, e Ibn Jatima llega a la conclusión de que, tal como el resto de enfermedades infecciosas, la peste era causada por “cuerpos diminutos” que al entrar en el organismo humano desarrollaban la enfermedad en un momento de la historia en la que se desconoce por completo la existencia de virus, por lo que merece el título de “padre” de la epidemiología.
Dado que la teoría del contagio no se aceptó hasta el siglo XIX, cabe calificar de pionero el trabajo de los dos últimos, en el que su condición poética no fue obstáculo sino acicate racionalista para que coincidieran en que el contagio se producía por contacto personal o con las pertenencias del contagiado, que aquellos que se mantenían aislados no se apestaban y que debía rechazarse la superstición de atribuir la peste a la voluntad divina en lugar de al contagio o a causas que no surgieran de la observación y la experimentación, y que si los textos sagrados las contradecían, estos deberían interpretarse de forma alegórica.
Narrativas razonables. Este principio propició que la población andalusí adoptara en alguna medida las normas profilácticas que proponían, pero sobre todo evitó que se buscara un chivo expiatorio humano causante del castigo divino, como sí sucedió en el caso de Cataluña, donde se culpó de la peste a la población judía, lo que acabó desatando en mayo de 1348, días después de aparecida en Barcelona, la quema de su barrio judío y el asesinato en masa de sus habitantes, masacre que se extendió a Gerona, Lérida, Perpiñán, Huesca, Monzón, Cervera y Tárrega.
Pensar el nuevo mundo pospandemia requiere retratos y relatos en los que entremos todos. Para eso es útil recordar, como nos decía Juan Vernet, que “la Edad Media no es que fuese una Dark Ages, una Edad Oscura, es que estaba escrita en árabe”. Lo cual, agrego, no la hace menos nuestra, pero sí nos plantea el desafío de aceptar de una vez para siempre que alguna vez también fuimos árabes, porque la “arabidad”, como decía el profeta, no depende del linaje sino del lenguaje.
*Director del Doctorado y la cátedra Unesco en Diversidad Cultural (Untref).