Faltaba más de un año para las elecciones, pero el deporte ya parecía tener muy claro que la vuelta a la democracia era un hecho consumado: en octubre de 1982, posguerra de Malvinas, unas 15 mil personas vibraron con el tercer puesto de la selección argentina de vóleibol en el Mundial y el Luna Park estalló con un único canto: “¡Se va a acabar, se va a acabar la dictadura militar!”. “Calentábamos debajo de las tribunas y escuchábamos todo, y algunos hacíamos saltitos siguiendo a la gente”, me contó hace unos meses Waldo Kantor. El y Hugo Conte fueron figuras míticas de aquella selección. Integran la selecta lista de los principales campeones que ha tenido nuestro deporte en estos treinta años de democracia. La nómina, acaso inevitable, ubica en lo más alto a Diego Maradona. Y cierra con Lionel Messi, su sucesor.
Raúl Alfonsín, apenas elegido presidente de la renacida democracia, desalentó pedidos para que, como parte del nuevo proceso, provocara la salida de su correligionario Julio Grondona de la AFA, que es una entidad autárquica pero siempre estuvo históricamente vinculada al poder de turno. Treinta años más tarde, Grondona sigue allí. Se vinculó con todos los poderes, especialmente con el poder del fútbol. Al igual que Grondona, también se mantuvo en su cargo –y siguió hasta 2005, dos años antes de su muerte– el coronel Antonio Rodríguez, a quien los militares habían impuesto como presidente del Comité Olímpico Argentino (COA) después del golpe de 1976. En su primer Juego Olímpico, el ciclista Juan Curuchet, que en Pekín 2008 ganaría oro en la prueba Madison junto con Walter Pérez, sufrió la mezcla de cuartel y deporte de aquellos tiempos. Lo “bailaron” en un regimiento. El colimba debió hacer saltos de rana y duchas de agua fría a las cinco de la mañana. Se lo hicieron a días de viajar a Los Angeles para los Juegos de 1984, el primero de sus seis Juegos Olímpicos, récord para cualquier deportista argentino. Curuchet, por supuesto, también integra la galería de los grandes campeones de la democracia.
El Puma Rodolfo “Michingo” O’Reilly asumió como secretario de Deportes con un discurso de apoyo al deporte social. La democracia buscó primero reparar lo más dañado, y la política inicial relegó al alto rendimiento. El debut olímpico no pudo haber terminado peor: Argentina no ganó siquiera una medalla en los Juegos de Los Angeles ‘84. Ese año, sin embargo, marcó una alegría. Independiente, justamente el equipo de Alfonsín, se coronó otra vez campeón de la Copa Libertadores y en diciembre ganó también la Intercontinental al vencer 1-0 al Liverpool de Inglaterra.
Es el mismo Independiente que hoy, tres décadas después, sufre el primer descenso en 108 años de historia. El año siguiente, 1985, nos deja el nombre de un campeonato en lugar del de un campeón. Fue el debut de la Liga Nacional de Basquetbol, un campeonato federal y democrático nacido ante todo gracias al impulso del entrenador León Najnudel. Un campeonato que es cuna de campeones. Lo confirma Emanuel Ginóbili, líder de la maravillosa Generación Dorada del basquetbol que ganó oro en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 y brilló como campeón de la NBA con los San Antonio Spurs. El fútbol, claro, es nuestro deporte rey, pero Manu se para al lado de Maradona en esa galería de los principales campeones de la era democrática. Tomó la posta del gran Guillermo Vilas, que se retiró definitivamente en 1984, después de ganar 62 títulos.
Si seguimos algún orden cronológico nos toca citar a México 86, el Mundial ganado en democracia y fuera del país. Una respuesta a quienes aún hoy argumentan que Argentina ganó su primera Copa, la del ‘78, sólo porque se jugó de local y en tiempos del dictador Videla. El fútbol argentino, en rigor, se creyó casi siempre el mejor del mundo, aunque jamás lo demostraba. México 86 sepultó las dudas porque, además, Maradona se coronó rey. Sucesor de Pelé. “La mano de Dios”, con su trampa incluida, es un relato en sí mismo. Pero sería un relato incompleto si no incluyera lo que sucedió apenas cinco minutos después en el gigantesco Estadio Azteca. Porque si el deporte de la nueva democracia tuviera que elegir un monumento, sería el final de la carrera de 52 metros que Diego corrió en 10,6 segundos. Fueron 44 pasos y 12 toques de zurda a la pelota. Esquivando golpes, gambeteando y balanceando el cuerpo para burlarse de medio equipo inglés. “La jugada de todos los tiempos”, según el relato mítico de Víctor Hugo. “El mejor gol en la historia de los mundiales”, dictaminó la FIFA. Para nosotros, como escribió Eduardo Sacheri, esos dos goles ante Inglaterra elevaron a Diego al altar eterno.
Hace unos años, en un programa de TV, Maradona perdió una votación ante Juan Manuel Fangio sobre quién representaba mejor “el gen argentino”. Se votó al Chueco rey de la Fórmula 1, ejemplar y austero, un caballero dentro y fuera de las pistas. Así lo cuenta un relato histórico, de tiempos en los que las virtudes eran públicas y los vicios privados. “Maradona es lo que somos, pero Fangio es lo que quisiéramos ser”, dijo un analista. Como sea, Maradona compone como nadie una sucesión de imágenes que dominan la era democrática, sin contar el Cebollita y el Mundial Sub 20 de Tokio 79, que, como muchas otras, pertenecen a tiempos de dictadura. Pero sí las de México 86, la gloria napolitana, el eterno retorno, “me cortaron las piernas”, “la pelota no se mancha”, “la tenés adentro”. Y, hay que decirlo, también ciertas imágenes de estos últimos tiempos, cruzando golpes e insultos con cronistas de una TV patética, que vende con la autodestrucción eterna. Como escribió el gran periodista español Santiago Segurola: “No se sabe si la Argentina es la metáfora de Maradona o Maradona es la metáfora de la Argentina”.
El reinado de Diego, hay que decirlo, creció porque, especialmente en los primeros años de la vuelta a la democracia, dejamos de ganar carreras de F1 como lo hacía Carlos Reutemann, de ganar en Roland Garros como Vilas y de fabricar campeones de boxeo como Carlos Monzón o Nicolino Locche. El tenis, eso sí, retomó primeros planos en los 2000 con la Legión Argentina. Imposible olvidar la final de Roland Garros de 2004, un tango bien argentino, dramático, más sufrido que jugado, que Gastón Gaudio ganó a Guillermo Coria. Al año siguiente David Nalbandian se coronó en el Masters de Shanghai y en 2009 Juan Martín del Potro conquistó el Abierto de Estados Unidos, todos igualando hazañas del gran Vilas. Eso sí, también igual que en los tiempos en los que Vilas se peleaba con José Luis Clerc, el equipo de Copa Davis mantuvo disputas internas y no pudo ser equipo. La ensaladera de plata sigue en el debe, algo imposible de creer acaso para cualquier analista extranjero, habiendo tanta calidad y cantidad de buenos jugadores. Imposible de creer para ellos, no para nosotros. El boxeo, acaso devaluado con tantos campeones, organizaciones mundiales y nuevas categorías, también salió de su ostracismo. Sergio “Maravilla” Martínez, que este año cumplió el sueño de pelear en una cancha de fútbol y entendió el marketing mejor que nadie, lideró una última y nueva camada de figuras, junto con Omar Narváez, más silencioso pero también él campeón como pocos.
Gabriela Sabatini sigue siendo la gran figura entre las mujeres. Cuando Del Potro ganó el Abierto de Estados Unidos en 2009, buena parte de la prensa citó sólo el antecedente de Vilas en 1977. El mundo, aunque hoy menos, sigue siendo un espacio difícil para las mujeres. Gaby, pese a las omisiones de algunos medios, ganó también en Estados Unidos en 1990. Conquistó además una medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Seúl 88, fue número 3 del mundo y logró un total de 27 títulos, hasta que a los 26 años dijo basta. Las Leonas del hockey sobre césped fueron la fuerza colectiva. Argentina había sido subcampeona mundial en 1972 y ’74, y también en 1994, un dato a veces omitido por muchos. Pero Las Leonas entraron como nunca antes en el cariño popular con su medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Sydney 2000, para sumar luego medallas de bronce en Atenas 2004 y Pekín 2008 y la plata de Londres 2012, además del oro en las Copas del Mundo 2002 y 2010 y el bronce en 2006. Lideradas siempre por Luciana Aymar, siete veces elegida mejor jugadora del mundo entre 2001 y 2010. “La Maradona del hockey”, la más expuesta y la más requerida de un grupo de jugadoras que han construido una mística por esfuerzo, continuidad y trabajo en equipo. Las Leonas, podría decirse, son algo así como la versión femenina de Los Pumas. El seleccionado argentino de rugby también tenía gloriosos antecedentes, con victorias ante grandes potencias y, ya en democracia, con un formidable empate 21-21 contra los poderosos All Blacks con 21 puntos del notable Hugo Porta, otro nombre mítico de la galería. Pero la hora cumbre llegó con el tercer puesto en el Mundial de Francia 2007, ya en plena era profesional. El capitán Agustín Pichot fue líder de un equipo que hizo emocionar no sólo por su fuerza cantando el himno sino ante todo porque luego dejaba todo en la cancha. Así fue en una tarde del Mundial 2007 contra Escocia, cuando nada menos que un River-Boca retrasó su inicio por el rugby y la multitud, que siguió la hazaña por pantallas gigantes en el Monumental, gritaba “gol” cuando había un try. También un día todos nos convertimos en especialistas de golf. Fue cuando el “Pato” Angel Cabrera ganó primero en 2007 el Abierto de Estados Unidos y luego en 2009 el Masters de Augusta.
Fuera del fútbol y de México 86, si el deporte de la era democrática tuviese que elegir un día, no habría dudas: 28 de agosto de 2004. Lugar: Atenas. A primera hora, acaso previsible, se corona campeona una selección de fútbol dirigida por el DT Marcelo Bielsa y liderada en la cancha por Carlitos Tevez. Unas horas después, la selección de basquetbol encabezada por Ginóbili y Luis Scola, que en 2002 había dado un campanazo al superar al Dream Team de Estados Unidos, gana su final ante Italia. El deporte olímpico argentino llevaba 52 años sin oros. Esa tarde ganó dos. El básquet midió 36 puntos de rating en la TV, seis más que el fútbol. Ambas conquistas, además, fueron también una respuesta a quienes todos los años repiten que los argentinos no sabemos funcionar en equipo. Nuestra historia olímpica también tiene por supuesto un puñado de grandes héroes individuales en la era democrática, una lista que podría encabezar el regatista Carlos Espínola, el primero en ganar cuatro medallas en distintos Juegos. Pero, en el país del fútbol, la notoriedad de los medallistas olímpicos, como sucedió con el taekwondista Sebastián Crismanich, único oro de Londres 2012, suele durar poco.
Sucede, tal vez, que el fútbol sigue ocupando todo. El Boca cuya columna vertebral reconoce al trío Carlos Bianchi-Juan Román Riquelme-Martín Palermo, ganador de todo, fue el equipo de la democracia a nivel de clubes. No lucía, pero igual parecía imbatible. A nivel de selecciones, las alegrías fueron los títulos Sub 20 de la era del DT José Pekerman. Porque a nivel de mayores, Argentina, después de México 86, sigue llegando a cada Copa entre los favoritos pero lleva cinco Mundiales sin poder entrar al menos al lote de los cuatro mejores. Apareció estos últimos años un nombre que ilusiona igualando o incluso superando hazañas que se creían patrimonio exclusivo de Maradona. Se llama Lionel Messi, y comanda la gran esperanza argentina para el Mundial de Brasil 2014. Primer futbolista de la historia ganador cuatro veces seguidas del Balón de Oro como mejor jugador del año, su crecimiento parece imparable. Tal vez silencie a aquellos que insisten en comparaciones con Maradona y hasta dudan de su entrega por la Selección. Leo podrá liderar a la selección de Alejandro Sabella y ganar en Brasil. Y muchos seguirán quejándose igual. Como ironizó un blog porteño: “el día que Leo nos devuelva las Malvinas, lo criticarán porque se olvidó de ponerse la escarapela”.