ELOBSERVADOR
de la guerra fria a los vinculos tibios

Divididos y tutelados

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Lideres. Lula, Néstor Kirchner y Hugo Chávez representan una generación de políticos con poder. | cedoc

“Pienso yo que el año 2000 nos va a sorprender o unidos o dominados”. Este pensamiento fue enunciado, por el entonces presidente Juan Domingo Perón, en su discurso del 11 de noviembre de 1953 en la Escuela Nacional de Guerra. Era el contexto de la llamada Guerra Fría, el de un mundo bipolar cuyas hegemonías netas eran las de los EE.UU. y de la U.R.S.S. No es claramente el mundo de hoy, en el que la bipolaridad, si la hay, se establece entre naciones desarrolladas y subdesarrolladas. También corresponde enfatizar la intensificación de la integración de ese mundo a través de los intensos y masivos dispositivos de la globalización, en el orden de los flujos de capital, las complejas alianzas entre estos flujos y las soberanías nacionales, las zonas de influencia regional dentro de las cuales dichas soberanías se hallan en tensión permanente, el impacto del llamado terrorismo internacional y los procesos migratorios que sacuden de modo extremo el frágil estatuto de las estabilidades comunitarias. En este cambiante estado de cosas cabe interrogar si el célebre dictum de Perón seguía vigente en los 2000, pero mejor aún, si lo está en nuestros días, más de sesenta años después.

Contexto. De las transformaciones reseñadas, conviene focalizar en las discernibles como principales en el contexto latinoamericano. Perón apostaba entonces a lo que se conoció cifrado en una sigla: ABC, que planteaba un proceso de integración económica entre Argentina, Brasil y Chile. La apuesta se sustentaba en las afinidades personales entre los liderazgos de entonces, el de Perón incluido, y claramente en las proximidades geográficas, históricas y culturales de nuestros pueblos, así como en sus posibles complementaciones económicas.

Había en ello una visión, condición del líder, pero también un exceso de voluntarismo. Fácil es confirmar esto último cuando se piensa en el suicidio del presidente de Brasil de entonces, Getúlio Vargas, al año siguiente del discurso de Perón, aunque su legado en la orientación de la política brasileña lo sobreviviera por un tiempo. En cuanto al general chileno Carlos Ibáñez, cuyo segundo gobierno que se desarrollaba por entonces –tan próximo al del peronismo que ambos países lograron celebrar el Tratado de la Unión Económica argentino-chilena– ya había perdido gran parte de su predicamento para el final de su mandato en 1958, falleciendo dos años después.

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Pero claro, mayor prueba aun del componente voluntarista del eje ABC es la propia caída de Perón, depuesto por el Golpe de Estado del 55. Todavía faltarían muchos años para que bajo las presidencias de Raúl Alfonsín y José Sarney, Argentina y Brasil comenzaran a sembrar las semillas del Mercosur –el que igualmente poco tiene que ver con las grandes aspiraciones del Perón de 1953– y algunos más años aún, hasta que surgiera, y en escaso tiempo se debilitara, la Unasur, de la que varios países se retiraron recientemente, Argentina inclusive. (Por otra parte, Chile profundizaba en todos estos años su apertura hacia el Pacífico, mucho más que su apuesta atlántica).

Interpretación. Más allá de la configuración de los grandes hechos, de la que hemos trazado un bosquejo esquemático y superficial, para comprender el persistente fracaso de la unión latinoamericana contra el dominio de los EE.UU. –porque ese era el texto y el subtexto de la frase de Perón– conviene desentrañar el funcionamiento mismo de la disyunción excluyente que allí se planteaba. En efecto, no se trata de caer en la rápida y equivocada respuesta: “En el 2020 como en el 2000 también, la historia nos encuentra dominados”. El supuesto fundamental de la disyunción sostenía que si no estábamos unidos, era por la insidia del imperio; si la unión fuera alcanzada, no podríamos ser dominados.

La historia nos enseña que en efecto sobraban razones para el planteo de este vínculo entre los términos de la disyunción. Sin embargo, precisamente por ello pudieron permanecer en un segundo plano los factores internos de la desunión, no ya tan solo entre las naciones latinoamericanas, sino de los pueblos dentro de cada una de ellas.

Asimismo, el modo de dominio del imperio fue virando hacia un condicionamiento multinacional creciente, que lleva a hablar de tutela antes que de dominio. Por ello cabría contraponer a aquella disyunción esta conjunción: “divididos y tutelados”.

Pero además, se requiere separar las dos partes de la conjunción y reponerlas a cada una en su sentido por sí misma. En ese caso, si en nuestros países nos encontramos en una división exasperada entre mitades enfrentadas por un lazo de violencia irredenta, no se debe a las acciones directas de una política imperial, sino a conflictos inveterados propios de nuestras sociedades. Somos nosotros mismos quienes nos sostenemos en esa división, que al debilitarnos, facilita y promueve la tutela que los poderes globalizados ejercen por su propio peso en nuestras economías y dinámicas políticas. (Martín Fierro: “Si los hermanos se pelean, los devoran los de afuera”).

Ahora bien, si hubo importantes líderes comprometidos con una política de liberación contra la dependencia –para usar un slogan posterior al contexto de los 50– y si estos liderazgos conquistaron un considerable grado de hegemonía en sus respectivos países, ¿cómo se explica el crecimiento de la división interna y la permanencia del tutelaje? Justamente, en gran medida en razón de que esos liderazgos no supieron, pudieron o quisieron trabajar por la unidad de sus pueblos, sino por el contrario, se afanaron en la consolidación exclusiva de su parte dentro del todo, con pretensiones de ser el todo mismo. Y cuanto más unilaterales y hasta facciosas se perciban esas conformaciones políticas, menos nos acercarán a la anhelada “Patria Grande”…

Deberíamos hacer el esfuerzo de aprender definitivamente la lección de la historia, buscando una mayor consistencia sistémica de nuestros cuerpos políticos nacionales, lo que requiere a su vez, que la representación política, empresarial y sindical de los diversos sectores e intereses, se encuentren en una unidad superior que los abarque y contenga, nacional en cuanto a su concreción histórica y universal en cuanto a sus proyecciones civilizatorias.

Oportunidad. La actual situación de muchas de las naciones latinoamericanas, en plena agitación y convulsión, puede ser una repetición del fracaso, pero también una nueva oportunidad. Por citar algunos ejemplos ilustrativos: Chile, después de días de furia y represión, se apresta a ingresar en una transformación de su Carta Magna; Bolivia se encamina a un nuevo proceso electoral; en Uruguay la gestión política cambió de signo de un modo singularmente pacífico; en Brasil, con sus oscuridades, asistimos a un proceso dentro del orden institucional; finalmente, en nuestro país, por primera vez desde que existe el peronismo, un gobierno no peronista concluye su mandato y le entrega la responsabilidad de la gestión del Ejecutivo nacional a una conformación política justicialista. En este contexto verificamos que ni estamos unidos ni dominados, sino internamente divididos e internacionalmente tutelados.

¿Qué debemos hacer para superar el fracaso de tantos años en consolidar democracias prósperas con justicia social en nuestras naciones? ¿Cómo hemos de ponernos realmente de pie para hablar con igualdad de dignidad en el concierto de las naciones de la Tierra?

En cualquier caso, y ya mirándonos con exclusividad a nosotros mismos los argentinos, el primero e irrenunciable paso es que cada parte se asuma solo como una parte, que no renuncie a prevalecer en la competencia democrática, pero sin aspirar a hegemonías excluyentes y distorsiones institucionales que lesionen el ordenamiento republicano. Básicamente, haríamos bien en renunciar a hacer como si hubiéramos hecho una revolución que no hicimos, lo que implica, entre otras cosas, que no se trata de conquistar el poder y reducir al adversario, sino de celebrar grandes acuerdos básicos multisectoriales cuya prioridad sea alcanzar un mucho mayor nivel de inclusión de todos los sectores en la economía nacional, para lo cual ésta debe abrirse a una extensión e intensidad mucho mayores.

Pero no es asunto solo de economía sino también de metafísica, por así decir. En este sentido, la hora de la historia, para ser una nueva oportunidad debe interpelar a cada uno en esa singularidad que nos hace, paradójicamente, un ser en comunidad, en horizonte nacional tanto como universal. Aquí el compromiso es el de siempre: delegar una parte de sí mismo en el otro, sabiendo que tener una buena vida no debe ser posible sin que, por eso mismo, también pueda tenerla el prójimo. Por lo pronto, este prójimo es el compatriota, lo hagamos en el horizonte de la patria chica, o bien en el de la patria grande.

A esta unión cabe aspirar; si la hacemos realidad ningún tutelaje habremos de temer. Ese año, –el que fuera, pero esperemos más pronto que tarde– nos sorprenderá bastante mejores como sociedad, quizás realmente unidos, y seguramente todo lo libres que la contemporaneidad de nuestra humana condición admita.

*Ex senador. Filósofo.