ELOBSERVADOR

Dos caras de una época frustrada

default
default | Cedoc

Pasaron muchas cosas en la Argentina posterior al primer gobierno de Perón, buenas y malas. No fueron años tranquilos ni pacíficos. En esos tiempos de la Revolución Libertadora, del gobierno de Frondizi y del de Illia, años signados por una inestabilidad política que los militares alimentaban permanentemente, con el peronismo proscripto pugnando siempre por abrirse camino en la vida electoral, donde nuevas generaciones emergían en una sociedad todavía abierta a la movilidad social, en esos tiempos turbulentos la universidad fue un espacio que trató de establecer una cultura diferente, con altos grados de autonomía. Ernesto Laclau y Eliseo Verón, dos científicos sociales que murieron hace pocos días, fueron productos de esa universidad.

Quienes nos formamos en la Universidad de Buenos Aires durante la década de 1955 a 1966, cuyos rectores memorables fueron José Luis Romero, Risieri Frondizi y Julio Olivera, y particularmente quienes pasamos por las aulas de Filosofía y Letras –donde se estudiaba Filosofía, Historia, Sociología, Psicología, Antropología– recibimos una marca, me animo a decir indeleble, que nos impregnó con el valor de las ideas y el pluralismo. Se discutía duramente, pero con respeto a las ideas distintas. El valor del debate era un consenso; era mejor no abrir la boca si uno no tenía algo distinto para agregar; lo valioso era discutir, tratar de refutar y seguir pensando. La complacencia no era buena, el debate sí lo era. (En París, donde pasé un año como estudiante de posgrado, encontré ese mismo espíritu. Mi profesor Alain Touraine nos despedía cada vez con mandatos como éste: “Salgan de acá y vayan al seminario de Raymond Aron, para exponerse a ideas distintas a las mías”).

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Política y ebullición. Aquella era una universidad politizada, en una sociedad muy politizada y surcada por diferentes conflictos. En la universidad nos oponíamos “cientificistas” a “profesionalistas” y a “ideológicos”, laicos a libres, reformistas a humanistas e independientes. Se discutían ásperamente temas de política universitaria, de régimen de las universidades, de política general y de ideas, simplemente ideas. Pero por encima de esas diferencias, el espíritu universitario encontró un terreno excepcionalmente fértil. El pluralismo ideológico fue uno de los rasgos de ese espíritu, que después se perdió en la cultura universitaria e intelectual de nuestro país.

Compartí mis años de universidad con una cantidad de personas que con el tiempo se destacaron en la vida profesional e intelectual, algunos de ellos compañeros, otros profesores, algunos jóvenes asistentes de cátedra, otros más veteranos que ya se iban haciendo un nombre fuera de las aulas, algunos que fueron desde entonces queridos amigos de toda la vida. En mi experiencia personal, siempre nos tratamos con respeto y, en general, con cordialidad –aunque discutíamos crudamente–. Eso puedo decirlo sin ambigüedad tanto de Ernesto Laclau como de Eliseo Verón, ambos enrolados en líneas universitarias y de ideas distintas, y distintas a las mías. Me jacto de haber pensado de maneras distintas a lo largo de mi vida, y creo no equivocarme si digo lo mismo de ellos. Y siempre, desde que fui estudiante hasta ahora, cada vez que tuve algún contacto con ellos sentí lo mismo. Creo que esa actitud fue un producto de la Universidad de Buenos Aires de aquellos años en la que fuimos plasmados –en mi caso, primero en Derecho y después en Filosofía y Letras–.

Laclau y Verón tienen poco en común, excepto el hecho fortuito de que nacieron y murieron casi al mismo tiempo y el hecho más fundamental de haberse formado en la UBA en aquella década de excepcional ebullición intelectual. Para la Argentina de hoy, Laclau fue un teórico y justificador del “populismo”, un intelectual que contribuyó a justificar al actual gobierno nacional –y a otros en Latinoamérica con vocación parecida. Su anclaje académico se desarrolló, desde poco después de los primeros años de universidad, no en la Argentina sino en Inglaterra, precisamente uno de los países con más arraigada tradición de pluralismo intelectual en el mundo. Eliseo Verón, en cambio, fue un semiólogo y sociólogo de la comunicación, crítico del actual gobierno. Quienes seguían sus columnas en las páginas de PERFIL habrán advertido con cuánta frecuencia hacía referencia a sus viajes a Francia y a Italia, donde se alimentaba y alimentaba intelectualmente a otros colegas. No sorprende, entonces, que los medios de prensa hayan transmitido el tono de pesar con que el kirchnerismo –y la misma presidenta Cristina de Kirchner– despidió a Laclau y el pesar y la admiración con la que se despidió a Verón desde los espacios opositores. Pocos de esos homenajes rescataron aquella herencia común de los primeros años de la vida universitaria de ambos que ahora estoy tratando de subrayar.

Los bastones largos. En 1966 se produjo la intervención de las universidades y rápidamente todo cambió. La sociedad, dividida y a veces desgarrada entre las propensiones a consolidar una democracia republicana estable y las propensiones a una “refundación” del país bajo signos diversos que a veces tratan de converger –nacionalismo, corporativismo, “izquierda nacional”–, se deslizó irremediablemente hacia una cultura política facciosa y belicosa. Se cayó en una pendiente que llevaba en ruta directa a la tragedia que sobrevino y marcó a fuego los rasgos dominantes de lo que siguió: intolerancia por todos lados, muerte y a la vez pobreza de pensamiento, subestimación del valor de la excelencia intelectual.

Hay algo que hoy llamamos “el espíritu de la Ilustración”, fuertemente opuesto al de la Revolución Francesa. El espíritu de la Ilustración puede ser resumido en la célebre expresión atribuida a Voltaire: “No estoy de acuerdo con lo que usted dice pero defenderé por todos los medios su derecho a decirlo”. El espíritu de la Revolución se expresa en los años del terror y la guillotina, idealizados desde entonces y hasta nuestros días por muchísimas personas como un camino aceptable para alcanzar fines políticos y para dirimir diferencias. La Universidad de Buenos Aires de aquellos años fue un proyecto para instalar en la cultura argentina algo parecido al espíritu de la Ilustración: sembrar el campo de ideas distintas, dejar que surjan y se cultiven, no temer sus consecuencias. Se impuso, finalmente, un espíritu emparentado con el de la Revolución: empuñar las armas como método, matar y morir por las ideas, o no matar ni morir por ellas pero no cultivarlas ni alentar el camino del debate. Aunque algunos pueden ubicar tanto a Laclau como a Verón en la tradición iluminista y otros, en cambio, los ven más bien como soldados enrolados en alguna causa de “todo o nada”, creo que estos dos intelectuales que siguieron caminos tan distintos son ante todo hijos de la universidad ilustrada, que es la expresión de un ideal de país al que todavía podemos aspirar.

*Sociólogo.