Un tema pendiente, y antiguo como la humanidad, debe ser considerado. Las mujeres dedican el doble de horas diarias a las tareas de cuidado que los hombres. Mientras el grupo femenino dedica entre cuatro y seis horas por día, los hombres ocupan tres. Las tareas de cuidado son fundamentales para mantener el bienestar de niños, adolescentes, personas mayores y personas con discapacidad, según lo necesiten. El cuidado es un derecho universal, imposible de ser eliminado, y requerido sin lugar a dudas. Cuatro de cada diez mujeres realizan alguna de estas tareas. Frente a una tarea sin remuneración, que pone en jaque la vida profesional y personal de las mujeres, es urgente el cambio.
Los datos del Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA), y de Unicef evidencian la disparidad. Si se suma el tiempo de trabajo remunerado, el formal, el de la oficina, el pago, más el no remunerado, o sea las tareas de cuidado, las mujeres trabajan, semanalmente, siete horas más que los varones. Este registro, que muestra que las mujeres trabajan, prácticamente, una jornada laboral más que los hombres, empeora cuando se miran los salarios. En el sector privado, el salario de ingreso promedio para las mujeres es de $ 57 mil, mientras que para los hombres es de $ 92 mil. La conclusión: las mujeres trabajan mucho más, y por mucho menos dinero. Si hablamos, en cambio, de una trabajadora doméstica, su salario de referencia promedio es de $ 22 mil. El 98,4% de las trabajadoras de casas particulares son mujeres, y presentan una tasa de informalidad del 78%. Para los hombres, ni siquiera hay registro. Una vez más: tareas de cuidado mal pagas, y que solamente corresponden a mujeres.
“La frase ‘lo hace por amor’, aunque sea cierta, no implica que no sea necesario reconocer la importancia de remunerar el valor de las tareas de cuidado”, afirma la diplomática y ministra de Relaciones Exteriores y Culto durante el gobierno de Mauricio Macri, Susana Malcorra, miembro fundadora del grupo Global Woman Leaders (GWL), Voices for Change and Inclusion, en español, Mujeres Líderes Globales, Voces por el Cambio y la Inclusión, el cual es formado por 62 líderes femeninas de todo el mundo. Malcorra cuenta, además, con una larga trayectoria diplomática y diferentes direcciones en la Organización de las Naciones Unidas. “Es una historia recurrente, aunque cada vez menos habitual. Quien se ocupa de ir a la reunión del colegio es la madre. Quien lleva a los chicos al médico es la madre. Las tareas escolares en la casa, la madre. Y lo mismo con el cuidado de los mayores. La mujer es la que, generalmente, toma la responsabilidad de los cuidados. Son cosas que se naturalizan pero que no deben suceder”, sostiene.
Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la implementación de un Sistema Integral Nacional de Cuidados en Argentina generaría 2 millones de puestos de trabajo para 2030, y 25 millones si se habla de Latinoamérica y el Caribe. El impacto resultaría en un incremento de entre el 3,3% y el 8,2% de la tasa de empleo de las mujeres. En América Latina, si las mujeres y varones tuvieran la misma participación económica, el PBI regional anual tendría un aumento del 34%.
De acuerdo con datos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), la incorporación de las mujeres al mercado laboral, entre 2000 y 2010, en América Latina y el Caribe contribuyó a reducir la pobreza en un 30%. La implementación de un nuevo régimen que salde las necesidades vigentes equivaldría a un incremento del presupuesto del 0,1% del Producto Bruto Interno respecto al sistema actual: un esfuerzo alcanzable para el sector público y totalmente redituable si se tienen en cuenta los beneficios posibles.
“Uno de los mayores problemas que tenemos las mujeres en la sociedad es la falta de tiempo. Es importante profesionalizar los cuidados dentro de la economía, pensar el cuidado como un dinamizador”, dice María Fernanda Espinosa, quien fue presidenta de la Asamblea General 73° de las Naciones Unidas, ministra de Relaciones Exteriores de Ecuador, así como ministra de Defensa Nacional del mismo país y actual directora ejecutiva de GWL Voices.
El efecto sobre tal disparidad entre la cantidad de horas dedicadas por las mujeres a las tareas de cuidado en comparación con el tiempo dedicado por los hombres resulta en una disminución del tiempo que las mujeres pueden dedicar a su vida privada así como a su vida profesional; de hecho, la ocupación de las mujeres en el área profesional es un 5% menor, lo que deriva en, por ejemplo, la imposibilidad de acceder a puestos de alto rango. “Esta menor participación de las mujeres en el empleo remunerado impacta en su autonomía económica”, dice el informe de Unicef. En Argentina, uno de cada cinco hogares es monomarental, y el 52% de esas familias son pobres. Se observa un incremento del porcentaje de casas monoparentales en las últimas décadas: mientras que en 1986 era del 12%, para 2018 se registró un 19%.
Por otro lado, la licencia por paternidad en el sector privado es de tan solo dos días, como dicta la Ley de Contrato de Trabajo.“Si los padres accedieran a la misma licencia que las madres, se lograría que no se discriminara a las mujeres en la empresa porque se toman más días, mientras el hombre va a trabajar. Además, se aceleraría la corresponsabilidad, y que esa responsabilidad compartida sea facilitada por el Estado”, sostiene Malcorra. “El trabajo doméstico no es considerado trabajo, y en el liderazgo, las mujeres deberíamos ser representadas, deberíamos ser la mitad. Como somos en el mundo: mitad hombres y mitad mujeres. Esta diferencia hace que las decisiones se tomen con sesgos”, agrega.
En la Unión Europea, solo uno de cada tres jefes es mujer, lo que demuestra que la cuestión no es solo regional. Además, las jefas cobran un 23,4% menos que sus compañeros de dirección. El famoso “techo de cristal”, concepto que indica un límite para el desarrollo profesional femenino, se hace evidente cuando se conoce que entre el 0,5% y el 4,6% de las empleadas son jefas, en comparación con entre el 2,2% y el 8,9% de los hombres, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos.
“Las mujeres estamos subrepresentadas en el liderazgo. Las jefas de empresa son minoritarias. En el sistema de salud, por ejemplo, más del 70% de la fuerza de trabajo es de mujeres, pero en los comités de salud por el covid, el 17% eran mujeres; algo pasa en el medio que no llegamos a las decisiones de poder”, indica Espinosa. Algo similar ocurre en el sistema de justicia, donde la representación en las cortes supremas es mínima o nula.
Si hablamos de parlamentos, algunos no cuentan con mujeres, aunque en Argentina, por la Ley de Paridad en el Congreso, el porcentaje es alto si se compara con, por ejemplo, Brasil o Paraguay, en donde la cantidad de legisladoras no llega al 20%. Las diplomáticas aseguran que la representación legislativa de mujeres es necesaria para la implementación de políticas con perspectiva de género.
Problema personal. La falta de un sistema integral y nacional hace del cuidado un “problema personal” y no una cuestión de Estado. Si se habla de los niños, solo el 19% de los bebés de entre 0 y 3 años accede a servicios públicos de cuidado. En cuanto a los mayores, en el 43% de los departamentos del país no hay residencias de larga estadía, ni públicas ni privadas. El 77% del cuidado recae en las familiares mujeres. La demanda aumenta con el correr de los años por el envejecimiento poblacional. Por último, las denuncias de malos tratos en geriátricos están presentes en la mayoría de provincias. Estas deficiencias impactan directamente en la calidad de los cuidados.
En mayo de este año inició su camino legislativo un proyecto de ley para crear un sistema integral nacional de cuidados, pero aún no ha sido tratado en comisiones. El proyecto define las tareas de cuidado como las actividades del hogar, desde lavar la ropa hasta hacer las compras, así como las acciones de bienestar físico y emocional, además de las tareas de gestión, como es la supervisión de personas contratadas para brindar cuidados y la planificación de turnos médicos. El proyecto reconoce el cuidado como un derecho y un trabajo, apoyado por tantos tratados internacionales, como son la Convención Interamericana sobre la Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores (2007), y muchos otros locales, como el Consenso de Quito, el Consenso de Brasilia, el Compromiso de Santiago o la propia Constitución argentina.
“Cuando se habla de profesionalización del cuidado, no se habla de pagar un salario a las amas de casa, aunque sí hay debates al respecto, sino se refiere a, por una parte, reconocer que el cuidado en la familia es un trabajo, y la idea es redistribuirlo con cambios en las licencias. Y, por otro lado, la profesionalización habla de la capacitación, la certificación de habilidades y una remuneración más acorde para los cuidadores. Pero también se puede liberar el tiempo de cuidados con mayor disponibilidad de servicios. Solo las mujeres más ricas pueden pagar y disponer de parte de su tiempo; son pocas las escuelas públicas de doble escolaridad, por ejemplo. El tema no ha tenido tanta centralidad en la agenda pública porque se ha naturalizado. La vida funciona, el mundo sigue, y el cuidado se naturaliza en el interior de las familias. Hay personas para las que el cuidado es parte de su proyecto de vida, pero tiene que ser una elección”, explica Natalia Gherardi, directora ejecutiva del Equipo Latinoamericano de Justicia y Género.
La ley propone implementar una reforma en el esquema de licencias de cuidados. Para las licencias gestantes, pasar de 90 a 126 días. Actualmente no existe licencia para adoptantes, y se propone implementarla a 90 días. Para la licencia por paternidad, se propone elevarla a, al menos, 15 días.
“Nosotras hemos sufrido y vivido todo el impacto que la economía del cuidado tiene en nuestras vidas personales. He tenido suerte: mi marido siempre sintió la responsabilidad de la familia, pero en términos generales, en los ámbitos en los que me muevo, hay que estar haciendo un arbitraje entre lo laboral y lo familiar. Buscando un hueco en el tiempo que no existe”, sostiene Susana Malcorra. “En mi casa, no del siglo XIX, sino del XX, el trabajo de cuidado le correspondía casi al 100% a mi madre. Ella me decía que no había que reproducirlo. Yo soy el producto de esa rebeldía”, finaliza Espinosa.
Giorgia. Un ejemplo del balance entre la vida profesional, privada, y el cuidado es lo que sucedió con la premier de Italia, Giorgia Meloni, quien debió enfrentarse a las críticas recibidas tras su decisión de llevar consigo a su hija a la cumbre del G20, en Bali, Indonesia. La niña, Ginevra, de 6 años, viajó, además de con su madre, junto a una niñera. Meloni no solo se distinguió por ser la única jefa de Gobierno en Bali, sentada en una mesa llena de hombres, sino que respondió a las opiniones ajenas, fiel a su estilo: “Tengo el derecho a ser madre como me parezca. La pregunta que tengo para los animadores de este apasionante debate es: ¿ustedes creen que cómo debo criar mi hija es un asunto que les preocupa? Les doy una noticia: no lo es. Tengo derecho a hacer todo lo que pueda por esta nación sin privar a Ginevra de una madre”.
Al respecto, Gherardi, del ELA, opina: “El caso de lo que sucedió con Meloni es un ejemplo interesante, pero excepcional; no todas las mujeres pueden llevar a su hija al trabajo. Imaginate, para la cajera del supermercado no es una opción. Pero esta situación ocurre, lo hemos visto. La primera ministra de Nueva Zelanda, con su hija recién nacida, también. Pero incluso en estos casos son mujeres en lugares de poder, que pueden tomar esa decisión sin recibir una sanción. Sin embargo, se abre un debate sobre las formas de vivir el cuidado. Sin dudas Meloni puede pagar un servicio, o dejar a la nena en su casa, pero ella eligió tener consigo a su hija en esos días de su viaje. El punto es ese, poder elegir”.
El debate
Las mujeres entrevistadas en este artículo participaron de la XV Conferencia Regional de la Mujer de América Latina y el Caribe en Buenos Aires. Dicho encuentro, de formato foro, se realiza cada tres años desde hace más de cuatro décadas. Se reúnen delegaciones y autoridades de la región para intercambiar ideas y promover el avance de las mujeres.
La organiza la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), junto a ONU Mujeres.