Tres mujeres unidas por su activismo se encuentran en Buenos Aires. El calor del asfalto ya empieza a emerger en las calles porteñas. En un mes termina el año y, también, cierra un ciclo para ellas. Están de paso, en un refugio temporario y planeando su nueva estrategia para continuar su camino y su lucha.
María Matienzo Puerto y Kirenia Yalit Núñez Pérez vienen de Cuba; María Teresa Blandón de Nicaragua. Allí están sus raíces, sus familias y sus hogares. Mientras tanto, la ciudad las abraza con sus redes de apoyo. Son referentes feministas y activistas por los derechos de las mujeres, la comunidad Lgbtiq+ y todas las personas afectadas por los regímenes totalitarios que acechan a sus países. Sus historias son distintas, pero las une la misma fuerza, convicción y lucha.
María Teresa. María Teresa Blandón es socióloga con un Máster en Género; directora del Programa Feminista La Corriente, organización ilegalizada recientemente; integrante de una plataforma ciudadana que lucha por la recuperación de libertades y derechos en Nicaragua. Actualmente, desterrada por el régimen Ortega Murillo.
—¿Cómo estás atravesando la violencia del destierro?
—Yo tengo cuatro meses de estar desterrada. El régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo me impidió entrar al país después de haber salido por un corto tiempo a una reunión de la Cepal, el 1° junio de este año en Chile. Hubo una grave violación de mis derechos ciudadanos y es durísimo dejar a tu familia y tus amigos. Y temo por ellos, porque sé que todo el mundo está en riesgo en Nicaragua. Sin embargo, mi situación no es de las peores.
—¿Cómo está el escenario político y social en Nicaragua en este momento?
—En mi país hay mujeres y hombres que han sufrido de manera más tremenda la represión por parte de la dictadura de Ortega y Murillo. Hay miles de nicaragüenses que se han tenido que ir al exilio para evitar que los maten, los torturen o los encarcelen. Y se han ido a países donde no conocen a nadie y no tienen redes de apoyo. Por eso, me siento afortunada de haber encontrado una importante red de apoyo en América Latina e incluso más allá. Tengo que destacar el respaldo de las redes feministas con las cuales veníamos trabajando hace muchísimo tiempo. He tenido que reorganizarme rápidamente para continuar con un activismo que he hecho durante los últimos 40 años de mi vida, que es defender los Derechos Humanos de las mujeres y ahora de la sociedad nicaragüense.
María y Kirenia. Por otro lado, las activistas cubanas también denuncian las represiones del régimen en su país. María Matienzo Puerto es escritora y periodista. Colaboró en diferentes medios de comunicación y es autora de los libros Elizabeth aún juega a las muñecas y Orquesta Hermanos Castro: la escuelita. Kirenia Yalit Núñez Pérez es psicóloga, integrante del movimiento de la generación de la juventud opositora al régimen en Cuba, coordinadora de la Mesa de Diálogo de la Juventud Cubana, y el proyecto Exprésate.
—¿Cómo se desarrolló su activismo durante estos últimos años hasta hoy?
MARÍA: Soy una escritora que rompió el modo de ver la realidad cubana y, por supuesto, en ese momento tuve que renunciar a todos los privilegios que podía tener como escritora dentro de un país donde hay que estar bien alineado ideológicamente para poder ser publicado. Antes de entrar a esa posición yo trabajaba en una editorial importante en Cuba y tenía una vida no digna, porque es muy difícil tener una vida digna, pero tenía una vida integrada al sistema. Para nosotras ahora mismo es importante visibilizar el caso de las presas y los presos políticos en Cuba. Hay más de 1.700 personas presas.
KIRENIA: En el caso nuestro durante estos diez años trabajando, pero particularmente en los últimos dos años, la represión fue mucho más fuerte, ya no solo contra nosotras. Como consecuencia de eso nos empezamos a enfermar, a somatizar todo el estrés que veníamos acumulando. Finalmente, en diciembre, después de un análisis, la conciencia de ambas cambió. Necesitábamos tiempo y atendernos desde el punto de vista médico, cosa que en Cuba no podemos. Primero por ser activistas y estar vulnerables a que en cualquier institución pueda haber algún tipo de falseamiento de diagnóstico, como ha pasado con otra activista. Pues decidimos entonces pedir ayuda y tomarnos al menos un tiempo de recuperación.
—¿Cuál es la situación de los movimientos feministas y las presas políticas en sus países?
MT: En Nicaragua hay más de 150 activistas feministas que están en el exilio y al menos 16 en una situación de destierro como mi caso. Hay más de 270 organizaciones feministas que han sido clausuradas. Sin embargo, seguimos manteniendo redes. Y claro que una de nuestras demandas, más urgente en este momento, es la liberación de las presas y de los presos políticos. Hay por lo menos 26 presas políticas. Algunas de ellas están presas porque son feministas y venían denunciando la impunidad y la violencia ejercida por el régimen. Otras, porque aspiraban a ser candidatas a algún cargo de elección popular. Están presas porque participaron en una marcha cívica, por ejemplo, o porque denunciaron violaciones a derechos humanos o porque defendieron a un preso político. Hoy cumplimos ochenta días de no saber nada de las presas políticas que están en la cárcel El Chipote y no sabemos nada de la huelga de hambre que iniciaron, incluyendo a una emblemática guerrillera que luchó contra la dictadura de Somoza. Y por el otro lado, estamos colocando los temas que históricamente hemos trabajado las feministas en el país, que tiene que ver con la violencia machista que en este suelo en este año se ha cobrado, por ejemplo, la vida de 55 mujeres.
M: No hay ningún tipo de voluntad política para aprobar una ley integral contra la violencia contra las mujeres. Y bajo esa ley, están las activistas políticas, las activistas por los derechos humanos y todas las feministas. Y eso lo probamos bien en 2019, cuando se propuso la Ley Integral contra las Mujeres y niñas de Estados Unidos. Y luego resultó que ese poder a la que muchas de ese grupo estaban alineadas, las terminó acosando en las redes, en los medios oficiales. En ese grupo también estamos nosotras, mujeres lesbianas, pero también están las mujeres trans. Y no se habla de los crímenes de odio, no se habla de las discriminaciones que hay.
—¿Qué pasa con los cuerpos disidentes en el marco de los regímenes totalitarios?
M: Una de nuestras presas políticas es una mujer trans. Brenda está encarcelada en una prisión de hombres y fue rapada en cuanto entró. Ha sido usada para humillarlos. Tenemos otro caso, el de Joan de la Cruz, un muchacho de la comunidad Lgbtiq+ que va preso porque es la primera persona en filmar las manifestaciones del 11 de julio. Y fue condenado a seis años de privación de libertad y en el juicio para más humillación lo llevaron vestido de rosado y todo el tiempo estaban destacando su condición de VIH positivo. Todo el tiempo estaban marcando algún tipo de discriminación, alguna manera diferente de humillarlo.
MT: El tema de la transfobia es un rasgo de esta cultura machista, sexista y autoritaria. Venimos de países que no han avanzado en el terreno de la sexualidad y de la identidad. Nicaragua es un país muy conservador, donde hay una moral sexual muy restrictiva y donde el Estado se ha hecho eco de esa moral. No tenemos leyes que reconozcan los derechos de las personas Lgbtiq+ y de los cuerpos disidentes. Tenemos un código de familia que no reconoce el derecho a formar familia a las parejas del mismo sexo. No tenemos ninguna legislación que reconozca la libertad de las personas de elegir su género. Y lo que hay son medidas muy pequeñas. Entonces los avances son minúsculos.
—¿Qué acciones han tomado al respecto?
MT: Mi organización tiene un observatorio para documentar los crímenes de odio en contra de las personas de la diversidad. Y si vieras lo difícil que es lograr que la gente denuncie. Es un observatorio que llevamos nosotras en nuestra organización. Pero la gente tiene miedo. Las mujeres y los grupos de la diversidad sexual tienen mucho miedo de denunciar agresiones, porque en muchos de los casos esta violación de derechos viene de instituciones públicas. La Policía Nacional es una de las instituciones que con mayor frecuencia se señala por cometer este tipo de delitos. Hay mujeres trans que han sido violadas en las estaciones policiales.
M: Muchas de las organizaciones de la comunidad Lgbtiq+ han logrado entender que no se puede pedir solamente libertades o pedir derechos sexuales. Nos decimos ciudadanos, pero no tenemos los derechos legítimos que tienen el resto de los ciudadanos.
—¿Cómo continúan sus caminos?
MT: Yo tengo cuatro meses de estar en esta situación de destierro. Vine a Buenos Aires para participar en XV Conferencia Regional sobre la Mujer de América Latina y el Caribe, y aprovechar este escenario para denunciar lo que está pasando en Nicaragua y particularmente para tratar de concitar el apoyo de los gobiernos de América Latina y el Caribe para la liberación de las presas y los presos políticos. Yo regreso a Centroamérica, no puedo regresar a mi país, pero evidentemente regresaré a Centroamérica para continuar desarrollando el activismo feminista y por la defensa de los derechos humanos en Nicaragua. Ahora tendré que hacerlo desde el exilio, con otras limitaciones, pero también con otras posibilidades, junto a otras activistas y defensoras de mi país.
K: La idea es recuperarnos y regresar a Cuba, allí podemos encontrar obstáculos, pero de todos modos la idea es regresar.
M: Regresar sabiendo que podemos encontrar muchísima más represión. Pero creo que ésta es una decisión personal. Es importante para nosotras seguir trabajando en lo que hacemos, porque además hay mucha gente que confía en nosotras, que depende de nosotras. Y allá vamos.
—¿Cuál es el horizonte para que América Latina pueda avanzar?
MT: Esta crisis que está viviendo Nicaragua, Cuba, y Venezuela también es un llamado de atención muy importante para toda América Latina, que tiene todavía muy fresca en su memoria el peso de las dictaduras. Argentina es uno de esos países que sabe el daño irreversible que las dictaduras provocan a nuestras sociedades. No podemos permitirnos regresar a ese momento oscuro de la historia de América Latina y el Caribe. No podemos permitir que haya un país donde hablar de Derechos Humanos sea un anatema y que eso signifique correr el riesgo de sufrir cárcel, torturas, tratos crueles o de tener que abandonar tu país. Eso es una ofensa, un peligro y un obstáculo para que América Latina pueda avanzar hacia la consolidación de estados democráticos que sean capaces de enfrentar problemas tan graves que tenemos como el de la violencia, la pobreza, el impacto del cambio climático. Si no tenemos democracia sólida, no vamos a poder avanzar ninguna de las agendas que hemos ido construyendo.
*Periodista, productora audiovisual y programadora de cine.