El 24 de febrero de 1946, contra todos los pronósticos, la formula Perón-Quijano obtuvo 1.527.231 votos (55%) contra 1.207.155 de Tamborini-Mosca de la coalición Unión Democrática. El Braden o Perón derrotaba al slogan “Derrotar al naziperonismo”. Nacía el hecho maldito del país burgués, como John William Cooke definiría al peronismo.
Entre 1939 y 1945, el mundo se vio envuelto en la Segunda Guerra Mundial. En Argentina, con un alto porcentaje de inmigración europea, la guerra se vivenciaba con gran intensidad. Las primeras planas de los diarios estaban ocupadas por grandes fotografías y titulares de la guerra. Y también las simpatías estaban divididas entre aliadófilos y germanófilos.
En 1939 (plena década infame) gobernaba el conservador Marcelino Ortiz con inocultables lazos con el imperio inglés. Sin embargo, su gobierno decidió mantener la neutralidad en la guerra. Cuando en 1943 el golpe militar del GOU termina con la década infame, esta neutralidad será tomada (en especial por Estados Unidos) como un signo de apoyo de nuestro país a las potencias del eje. Finalmente poco antes de terminar la guerra en enero de 1944, el gobierno declaró la guerra a Alemania y Japón.
Euforia. Ese hábito tan argentino de sumarse a la euforia de los ganadores, hizo que muchos partidos políticos, entre ellos los radicales, socialistas y comunistas, reprodujeran la contienda europea en la política local y que muchos soñaran con ver, igual que en la liberación de París, jeeps y tanques americanos desfilando por la avenida de Mayo. Al naciente peronismo le colgaron rápido el rótulo de nazifascismo al que había que derrotar.
Pero, para las clases acomodadas (parte de ellas de origen alemán) la real preocupación, no eran los nazis, sino las políticas sociales que Perón impulsaba desde la Secretaría de Trabajo y Previsión.
El 8 de octubre de 1944, cuando establece el Estatuto del Peón Rural, la Sociedad Rural indignada, expresa que: “El Estatuto sembrará el germen del desorden social, al inculcar en gente de limitada cultura, aspiraciones irrealizables, las que en muchos casos pretenden colocar al jornalero sobre el mismo patrón”. Incluso el Partido Comunista se suma a las críticas pues el Estatuto, bajo la apariencia de proteger al peón es, en suma, un estatuto contra los campesinos.
A su vez, trescientas asociaciones patronales lanzan el Manifiesto de la Industria y el Comercio donde denuncian el ambiente de agitación social y “clima de descontento” que es “instigado desde las esferas oficiales”, generando “reclamos permanentes”. Señalan que dicho clima se ha instaurado desde la creación de la Secretaría de Trabajo, y sostienen que durante 25 años, desde la Semana Trágica de enero de 1919, el país ha vivido dentro de una casi perfecta tranquilidad social.
Perón les contesta. “Parecerían reclamar una nueva Semana Trágica, para asegurarse otros 25 años de tranquilidad. Este gobierno no lo hará. No asegurará ni 25 años, ni 25 días de tranquilidad a los capitalistas siguiendo el ejemplo doloroso de la semana de enero de 1919”.
Elecciones. El gobierno convoca a elecciones libres, que dan fin al fraude patriótico de la década infame. Perón comienza a organizar, desde cero, un movimiento político que pueda competir con éxito contra la alianza de los partidos tradicionales. Su base principal serán las organizaciones obreras que proceden de diferentes orígenes –comunistas, socialistas, anarquistas– que ahora encuentran en Perón el hacedor de todos sus viejos reclamos laborales y sociales.
Se suman también sectores de la naciente burguesía industrial, que requieren la protección del Estado para seguir creciendo. Muchos radicales como los nucleados en Forja, socialistas e incluso conservadores. La Iglesia a través del Episcopado se manifiesta a favor de votar al peronismo. Y por supuesto amplios sectores del Ejército, identificados con las políticas nacionales.
Del otro lado y agitando como única propuesta “derrotar al naziperonismo”, se alinean radicales, conservadores, socialistas, comunistas, la Sociedad Rural, las grandes empresas, y la Embajada de Estados Unidos.
Braden. Para fortalecer a las fuerzas aliadófilas en mayo de 1945, desembarca (como en Normandía) el nuevo embajador norteamericano, Spruille Braden, un hombre de negocios vinculado a la minera Braden Cooper Company en Chile, y la petrolera Standard Oil; una especie de Donald Trump del siglo pasado.
Braden es recibido con algarabía por el antiperonismo. Como si fuera un candidato electoral, sale a recorrer el país. En Santa Fe, lo reciben en el Jockey Club y en la Universidad del Litoral con carteles que decían: “Democracia sí, nazis no”. Cuando regresa de su viaje, una muchedumbre lo aguarda en Retiro, lo agasaja y ovaciona. Su gran baño de multitud lo recibirá el 19 de septiembre en la marcha por la Constitución y la Libertad. Ese día, cerca de 200 mil porteños recorren las calles de Buenos Aires.
Según relata Félix Luna: (los estancieros) “Don Joaquín de Anchorena, y Antonio Santamarina contestaban los aplausos con elegantes galerazos; (los comunistas) Rodolfo Ghioldi, Pedro Chiaranti y Ernesto Giudice, con el puño izquierdo en alto; Alfredo Palacios, con vastos ademanes que no desacomodaban su chambergo”.
La vanguardia intelectual cantaba la Marsellesa en francés, en claro contraste con las marchas de obreros sudorosos donde se podía escuchar el: “¡Yo te daré Patria hermosa una cosa que empieza con P! ¡Perón!”.
En Plaza Francia, con el aplauso generalizado, Spruille Braden se suma a la cabeza de la marcha.
Por supuesto, Perón eligió como adversario electoral al embajador Braden. Y la Unión Democrática lejos de despegarse, agitó el Libro azul escrito por la embajada, donde se exponían los supuestos vínculos del gobierno militar y de Perón con los nazis. El clima político de la época fue muy tenso, a decir de Félix Luna: “Nunca se odió tanto en el país como en aquel año; nunca los argentinos vivieron de una manera tan físicamente palpable el odio de los unos contra los otros”.
La Duran Barba del general
Un párrafo aparte merece la autora de la consigna ganadora “Braden o Perón”. Muchos años antes que el establishment contratara a Jaime Duran Barba para ganarle elecciones al peronismo, Perón que apreciaba las herramientas modernas de la comunicación política, tuvo tal vez la primera asesora de marketing político de la Argentina, la poetisa uruguaya Blanca Luz Brum. Su figura da para varias notas, pero diremos solamente que fue militante, musa y poetisa de la izquierda latinoamericana (ver la película No viajaré escondida). Llegó al país con su pareja, el muralista mexicano David Siqueiros, quien inmortalizó su cuerpo en la obra Ejercicio plástico (actualmente en el Museo del Bicentenario detrás de la Casa Rosada). En Chile participó como asesora de campaña del presidente Juan Antonio Ríos y volvió al país para colaborar con Perón como asesora de prensa. El 19 de junio de 1945 un accidente en la mina El Teniente de Chile, propiedad de la Braden Cooper Company segó la vida de 355 obreros. Perón organizó un acto en el antiguo Teatro Casino e invitó a Blanca Luz que viaje desde Chile para hablar ante una platea de obreros, allí se escuchó por primera vez el grito “Braden o Perón”, que luego se convirtió en slogan electoral.
Un ex embajador peronista porteño admirador de Blanca Luz, suele decir: “Nos ganaron una elección, pero ellos nunca podrán tener a Duran Barba, como nosotros a Blanca Luz, inmortalizada de cuerpo entero en un mural”.
*Autor de La lealtad: los montoneros que se quedaron con Perón.