Pocos temas de la realidad argentina han sido y son materia de análisis y debate constante como la relación entre sindicalismo y peronismo. El interés y, ¿por qué no?, la preocupación al respecto, se justifican sobradamente por tratarse de dos protagonistas centrales, ineludibles, de la vida nacional, cuya vinculación ha marcado la historia de nuestro país de las últimas siete décadas.
Desde ya que esa relación, duradera sin dejar de ser por momentos “conflictiva” (como apuntaba Torcuato S. Di Tella en uno de sus libros), ha pasado por situaciones muy diferentes, porque todo lo que es vivo no es ajeno a las transformaciones de la realidad a lo largo del tiempo.
Está claro que hoy la presencia del movimiento obrero organizado en las instancias políticas partidarias dista bastante de los tiempos en que, un tercio de las listas de diputados del peronismo estaban integradas por compañeros surgidos de los gremios. Esta comprobación ha llevado a que algunos analistas hablen del ocaso de los sindicatos en el peronismo, desde el año 2001 se viene planteando esta problemática, que interpretan como iniciada en la década de 1980, y se llega a afirmar que es un proceso que “no tiene vuelta atrás”.
Un “diagnóstico” de este tipo, en mi interpretación, como dirigente sindical peronista, merece algunas reflexiones. ¿Hay ocaso de los sindicatos en el peronismo? ¿Es un hecho irreversible?
Un fenómeno globalizado. No sólo entre nosotros, sino en la mayoría de los países del mundo, la relación entre el movimiento sindical y los partidos con fuerte identificación y respaldo de los trabajadores viene atravesando crisis y replanteos en las últimas décadas. No resulta casual que este fenómeno se produzca a partir de las transformaciones tecnológicas, económicas, sociales e incluso culturales vinculadas con la globalización, los “ajustes estructurales”, los embates sistemáticos contra los derechos de los trabajadores y, en general, contra la seguridad social o las funciones y responsabilidades del Estado han provocado enormes distorsiones.
Su expresión ideológica no sólo está dada por el neoliberalismo sino también por muy diversas formas de desvalorización del trabajo al punto de que expresiones como “clase obrera” sean puestas en cuestión o sustituidas por otros términos, como ser “sectores subalternos”, que dan cuenta de una fragmentación social asumida como si fuese un simple “dato de la realidad”, y no la consecuencia de políticas cuyo sentido expresa el Papa Francisco, como la “cultura del descarte”.
Un correlato de todo ello se ve en el debilitamiento o, incluso, la fractura de los vínculos entre los movimientos sindicales y las dirigencias políticas de los partidos que tradicionalmente contaban con su respaldo. Es el caso de muchos gobiernos socialdemócratas europeos que han implementado planes de ajuste de corte neoliberal; inclusive en países como Suecia, Dinamarca y en algunos momentos la propia Alemania. Al deterioro de la alianza entre demócratas y sindicalistas estadounidenses que, pese a sus intentos no logró revertir el gobierno de Obama, no fue ajeno la experiencia de Tony Blair, que buscó anular el papel del movimiento gremial en el laborismo británico Estas son algunas expresiones de este proceso global cuya deriva nos lleva a una crisis de esos partidos razón por la cual inevitablemente se traducen en situaciones conflictivas con el sindicalismo.
Distintos modelos. En mi opinión, pese al carácter global del fenómeno, hay que tomar en cuenta las diferencias existentes, que surgen de las características que han tenido esas relaciones en cada caso. Sin pretender un análisis exhaustivo ni mucho menos una historia al respecto, me parece útil distinguir entre algunos tipos representativos o “modelos” de esos vínculos.
Un modelo es el del laborismo británico que, desde su creación, cuenta con sindicatos afiliados como tales al partido, que constituyen su estructura orgánica más sólida y designan a 12 de los 32 integrantes del Comité Ejecutivo Nacional partidario. Si bien la relación entre dirigencia política y movimiento gremial no siempre resulta armónica, institucionalmente el Partido Laborista es, en buena medida, una organización política basada en los gremios, aunque sin llegar a ser un “partido sindical”.
En el resto de Europa, en cambio, el vínculo está planteado casi a la inversa. Fueron las corrientes políticas las que organizaron los sindicatos y las distintas centrales que los agrupan, en mayor o menor medida orientadas por los distintos partidos: socialdemócratas, socialcristianos, comunistas o de otras tendencias. Esos partidos cuentan con comités, organismos de conducción y coordinación sindical, en algunos casos, por ejemplo en la socialdemocracia alemana, integrados por los dirigentes gremiales, pero sin la incidencia que tienen en el laborismo inglés.
Una situación muy distinta es la alianza entre la central estadounidense AFL-CIO y el Partido Demócrata, que desde mucho antes existían como entidades independientes una de otra y, en más de una ocasión, enfrentadas. La vinculación se estableció en tiempos del “New Deal” del presidente Roosevelt, para acordar soluciones ante la Gran Depresión. Con idas y vueltas según las circunstancias históricas, esa alianza se prolongó luego en el tiempo, aunque tuvo un fuerte deterioro a partir de la presidencia de Clinton. Aquí los vínculos se establecen mediante negociaciones, apoyos a candidaturas o mecanismos de lobby tradicionales de la política norteamericana.
En América Latina podemos destacar, por los alcances que tuvieron, dos grandes modelos. Uno corresponde a los casos del Partido Revolucionario Institucional (PRI) de México y el del movimiento “trabalhista” de Getulio Vargas en Brasil, en los que el partido de gobierno organizó y dirigió los sindicatos, que hasta entonces tenían muy poco peso en la realidad de esos países.
El otro modelo es el de la Argentina a partir del peronismo, que si se quiere, tiene algunos aspectos similares a todos los anteriores, y sin embargo presenta una gran originalidad, lo cual posiblemente explique su perduración. En nuestro país, el movimiento obrero contaba con una larga tradición de luchas y organización gremial, con sindicatos que respondían a distintos modelos y tendencias, unas opuestas a toda vinculación política, otras ligadas u orientadas por distintos partidos. La creación de la CGT en 1930 respondió a la vocación de unidad de varias de esas corrientes ideológicas, aunque no faltaron las divisiones y fracturas.
La aparición de Juan D. Perón en la escena política nacional, el 17 de Octubre y la construcción del justicialismo, permitieron armar una estructura sindical extendida a todos los asalariados y de alcance nacional, superior a la preexistente. Sin duda, tuvo un fuerte componente político, a tal punto que se convirtió en la columna vertebral del movimiento peronista, que no la creó, sino al cual se incorporó por decisión mayoritaria de los propios trabajadores. Esa relación, muy diferente a las mencionadas antes, perduró sobre la base de una identificación doctrinaria, identidad que resistió y supo sobreponerse a todos los intentos emprendidos por quebrarla, desde el derrocamiento de Perón en 1955 hasta la dictadura genocida instaurada en 1976; además de aguantar los embates que, incluso desde sectores del Partido Justicialista, ha venido sufriendo a partir de la recuperación de la democracia.
¿Ocaso del sindicalismo? Con la vuelta a la democracia, distintos análisis plantean que el peronismo estaría atravesando una “desindicalización”. La expresión, además de ser difícil de pronunciar, supone que el peronismo alguna vez fue un “partido sindical” o laborista, lo que como todos sabemos, no es cierto. En cambio, si lo que se quiere decir es que en sus estructuras partidarias se fue debilitando la presencia del movimiento obrero como su rama sindical, debemos enmarcar este fenómeno en la crisis de conducción del peronismo, una situación más que evidente.
Quienes opinan que habría una división política del sindicalismo como producto de que la dirigencia y la militancia gremial estarían adoptando una actitud “corporativa”, fragmentada en la defensa de los intereses parciales de cada sindicato, y donde los gremios en mejor situación relativa se estarían “cortando solos” y estableciendo acuerdos políticos por separado, deberían recordar que la historia muestra que suelen ser los sindicatos mejor pagos los que encabezan las grandes luchas, los ejemplos de Mecánicos y Luz y Fuerza en la década de los ´70 como así también las estructuras gremiales que fueron las más firmes cuestionadoras de las políticas antipopulares. La experiencia argentina no se limita a los casos citados y lo atestigua de sobra, tanto en los tiempos de los Rosariazos, Cordobazo y Viborazo, como en jornadas de lucha más recientes del presente, aún con las dificultades que plantea la tremenda realidad nacional.
La unidad que construimos en la CGT, la incorporación a ella de los movimientos sociales, los reclamos y las acciones que hemos venido desarrollando muestran un rumbo que impulsa políticas en defensa del conjunto de la clase trabajadora y del pueblo argentino.
En todo caso, los alineamientos políticos observables en el sindicalismo, obedecen también a la crisis de conducción del peronismo.
No me cabe duda que, como ha ocurrido a lo largo de toda la historia de nuestro movimiento, hay sectores dentro de la dirigencia que tienen un marcado sesgo antisindical. En los últimos 30 años, y específicamente en los períodos cuando gobernó nuestro partido, una importante fracción del Movimiento Justicialista apostó a gobernar con otra alianza distinta a la que constituyó la base histórica del peronismo.
Las agrupaciones peronistas o paraperonistas, con más énfasis o a veces con disimulo, fueron cercenando espacios al movimiento obrero organizado, desconociendo el mandato histórico del General Perón para quien las organizaciones sindicales y sus dirigentes constituían la columna vertebral de su estrategia política. Inclusive, esto lo reafirmó en actos masivos que se hicieron pocos días antes de su muerte y que toda la ciudadanía, y especialmente los trabajadores, recordamos. También es posible que otros dirigentes políticos, como parte del fenómeno global que ya mencionaba antes, apuesten a eso.
Pero insisto, no creo que el peronismo, en su conjunto, esté sufriendo este proceso, sino que atraviesa una profunda crisis de conducción que es necesario resolver.
El peronismo en su laberinto. Aquí es donde está el centro del problema y donde a los dirigentes y militantes gremiales peronistas nos toca un papel y, a la vez, una responsabilidad ineludible. Hay que asumir un rol de conducción capaz de revertir la crisis dirigencial y la fragmentación política del peronismo.
Como lo reconoció el General Perón a su regreso a la Patria tras años de exilio, “la prudencia y la sabiduría” de los dirigentes gremiales fue la que garantizó la continuidad y vitalidad del movimiento en los peores momentos de proscripción. No estoy comparando a los actuales dirigentes sindicales, ni mucho menos a mi persona, con los de aquella época, que además es muy distinta de los tiempos que vivimos. En todo caso, al futuro le tocará decir si fuimos capaces de demostrar esa prudencia y esa sabiduría que elogiaba nuestro conductor, en el contexto en que nos toca actuar.
Sin creernos los dueños de la verdad, formulando responsablemente todas las autocríticas que correspondan por nuestros errores y trabajando con todos los compañeros dispuestos a asumir la tarea, debemos cumplir ese papel histórico para superar la crisis de conducción del peronismo y ponerlo al servicio de los intereses superiores de la Nación.
Salir del laberinto implica recuperar un genuino y moderno pensamiento nacional y popular basado en las pautas doctrinarias históricas, capaz de brindar una respuesta a las demandas de las mayorías, que sueñan esa patria justa, libre y soberana para todos aquellos que quieran habitar el suelo argentino.
*Secretario General de la CGT