El filósofo e intelectual español Fernando Savater sostiene que el separatismo en Cataluña “es un ataque al sistema democrático y a los derechos de la ciudadanía”. Diferencia a España de la situación en Serbia y Argentina, aunque advierte sobre conflictos territoriales en el país si los reclamos no se resuelven a tiempo.
—¿Cuál es el principal foco de ese libro que tiene 11 capítulos pero que pueden leerse como 11 estocadas?
—El eje fundamental del libro es la teoría del capítulo que tiene el mismo nombre del libro, Contra el separatismo, donde expongo principios de por qué el separatismo es un ataque al sistema democrático y a los derechos de la ciudadanía. Y los demás giran en torno a ese foco central. Y en el capítulo “La invención de Cataluña” también hay una fuerte argumentación sobre eso.
—En esos términos, ¿el toro son los dogmatismos separatistas?
—De eso trata el libro.
—¿Quién sería el torero?
—Las estocadas entre dos luchadores que están combatiendo con espadas. No es necesario que sea en la plaza de toros la estocada. Las estocadas, como todo panfleto, quieren exponer un planteo crítico, con argumentaciones para sostener una postura que considera necesario desautorizar. El panfleto como género literario, ofrece una extensión breve y expresiones coloridas que ayuden a ilustrar el tema, con más fuerza para movilizar al lector. A diferencia de un tratado de teoría política con un lenguaje académico, más severo y que no se utiliza habitualmente. Hay una denuncia sobre un problema y se le pide al lector que se incorpore a luchar políticamente contra eso. Busco ser claro.
—En el texto señala la declaración de Naciones Unidas en 1970 sobre la “autodeterminación unilateral”. ¿Cuál es la diferencia entre una colonia y una población discriminada?
—Colonia es un territorio separado de la metrópoli. La definición habitual señala, “agua de por medio”; el océano de por medio. Las colonias están en otro continente que la metrópolis y, por lo tanto, no tiene los mismos derechos que el resto de la ciudadanía. La metropólis cuenta con beneficios y una situación de buena calidad, y la colonia tiene una realidad subrogada de un grado muy inferior. Esas colonias son las que se han ido emancipando a lo largo de los siglos, especialmente los siglos XIX y XX. Las naciones unidas establecen un principio de sentido para esos casos y que puedan emanciparse unilateralmente. Ese no es el caso de Cataluña, donde no hay discriminación; al contrario, es una parte importante del país y no hay indicios por los que pueda ser considerada una colonia por fuera del resto. La situación es más bien al revés. Buscan deconstruir lo que se logró en el país, agrediendo, además, a otros ciudadanos, a los que se les quita también parte de su país.
—¿Cuál es el punto distintivo entre Cataluña y Kosovo?
—Históricamente, la situación en Kosovo es diferente. Es un país sometido, con matanzas y atrocidades que no tienen nada que ver con la situación pacífica en Cataluña, sino todo lo contrario. El día del referéndum tuvieron que inventar una especie de violencia, que no existió, para justificar algo parecido.
—¿Qué diferencia hay con la situación en Argentina por Malvinas?
—Es una disputa territorial entre dos países, que por no llegar a un acuerdo tuvieron un enfrentamiento bélico. No hay colonia ni separatismo, sino que es una tierra en disputa porque dos países diferentes reclaman.
—¿Cuando hay violencia en la represión de reclamos de un grupo, queda reivindicado el reclamo?
—Naciones Unidas dice que en casos de extremas violaciones a los derechos humanos, la declaración estaría justificada aunque no sea una colonia en el sentido estricto del término. Cuando hay una minoría maltratada, pisoteada, con sus derechos vulnerados, se justificaría la autodeclaración unilateral, según ONU. Eso es lo que han intentado defender los catalanes.
—¿Qué piensa de las expresiones callejeras que validan una posición política?
—La violencia en la democracia no cabe. Las protestas son parte de la movilización social y es un derecho. Eso no se puede prohibir. Otra cosa son las agresiones. En democracia hay otras herramientas, otras vías.
—¿Cómo diferencia la política emocional frente a la razón?
—En general, las políticas emocionales apelan a sentimientos, deseos, sueños. Se validan por un sentir, como es el caso del “yo me siento catalán”. Alguien se siente napoleón y uno puede intentar decir que Napoleón fue otra persona, de otro tiempo, pero no mucho más. El sentimiento es indiscutible, es propiedad de cada cual. Si alguien siente rechazo por otro, si siente que no puede soportar la convivencia con otros o siente que hay una raza inferior, bueno, ante eso se puede explicar que las razas no implican cualidades morales ni intelectuales. Y si aun así dice que lo siente así, entonces no cabe otra argumentación porque no utiliza un razonamiento claro y objetivo. Hay que pasar a otro tipo de acción.
—¿Cuál?
—Educación. Educación racional pero para que los sentimientos no se desborden y uno se acostumbre a manejar mejor sus emociones, considerando razones que sean compartibles con otros. De lo contrario, se fracciona la vida en común. La verdad objetiva es compartible con otros. Ahí está la libertad. Una persona sometida a sus pasiones, a sus sentimientos, a movimientos irracionales o arbitrarios, no es libre.
—¿Hay diferencia entre política emocional y populismo?
—El populismo se alimenta de emociones, de indignación o desesperación, sin una argumentación racional, por eso utiliza políticas emocionales. Se trata de un líder populista que expone a la población ante situaciones de desastre con algún tipo de justicia flagrante. No pretende encontrar una solución, sino suscitar rebelión con una fuerza que es la que mueve al populismo.
—¿Cómo sería España?
—Uno de los problemas que explico en el libro, a partir del desarrollo de la democracia liberal moderna, es la idea de que hay algunos territorios, sobre todo en País Vasco o Cataluña, se han resistido a la modernidad, a integrarse a una ciudadanía basada en derechos y deberes. La ciudadanía no se alimenta de territorios solamente, y un país está basado en leyes, criterios de equidad y libertad. Al limitar al país a un territorio, están retrotrayendo el país a una fase predemocrática. En España, todavía, desgraciadamente, la gente se siente muy apegada a su tierra, como si su tierra fuera lo que le da la verdadera ciudadanía; mientras que a la ciudadanía general de su país no la comprende o la desecha.
—Según medios españoles, el 71% de los españoles no quiere que Cataluña sea un Estado independiente. ¿Qué opina de los resultados que pueda haber al cerrar los comicios?
—Son elecciones autónomas regulares en todas las regiones de España donde eligen a sus gobernantes regionales y renuevan su Parlamento regional. Definen una parte de la administración territorial dentro del Estado, para celebrar la vigencia del Estado mismo. Y no es un replanteamiento sobre cómo debe ser el país ni de independencias. Eso no está en discusión en esta instancia. Puede estar en la cabeza de algunos políticos, pero no está en la agenda política. De estas elecciones no puede salir un Estado autónomo en Cataluña porque ahora no se vota eso.
—¿Hay algo más que usted quiera señalar sobre su libro?
—Ver qué es lo que ocurre y cómo se desarrolla el tema en Cataluña. Entiendo que es un tema que no se va a resolver de un momento para otro, requiere tiempo. Y espero que esta situación también la puedan leer desde otros países, con problemas en cierto punto diferentes, pero que se pueden desarrollar en Argentina. Hay cosas que comienzan más modestamente pero que maduran con el tiempo si no se resuelven cuando comienzan. El error en España ha sido dejar este problema en Cataluña hasta que ha adquirido el tamaño que ha adoptado hasta el momento.
Fragmento. El carácter diabólico de los separatismos del mundo
Fernando Savater
El separatismo no es solamente un movimiento político como tantos otros. Hay en él algo especialmente maligno, incluso desde una perspectiva mítico-religiosa. El diablo es, etimológicamente, el separador, dia-bolum, el que desune y rompe los lazos establecidos. La tarea diabólica es la fechoría antihumanista por excelencia, separar a los que conviven juntos y obligarlos a detestarse unos a otros, a alejarse: sembrar la discordia, el desgarro de los corazones.
Desdicha. Es de lo más desdichado que tantos separatismos pequeños y grandes encuentren terreno abonado en España, hasta el punto de que cualquier símbolo regional –y si es posible excluyente– sea visto como algo liberador, progresista, por la izquierda lerda y sus asimilados: es prueba de que tenemos un país de todos los diablos...
Ventajas y desventajas. En cuanto al proyecto separatista catalán: desde luego, la legislación internacional no está del lado diabólico, y así lo demuestra la declaración de la ONU sobre autodeterminación unilateral (1970), la cual solo resulta comprensible en situaciones coloniales, pero nunca en casos en que el “pueblo” que quiere emanciparse forma parte de un espacio político “donde no se discrimina a nadie por su raza, credo o color”. O sea que más justificado estaría pedir la independencia de Alabama que la de Cataluña, región que ni los más distraídos confundirían con una colonia, tanto más cuanto que son los separatistas los que quieren introducir las discriminaciones que no existen y que ahora nadie padece salvo por su culpa (de lengua en la educación, por ejemplo).
Secesión. Pero hay un requisito que algunos juristas invocan como posible justificación de la secesión y al que se agarran hoy los separatistas catalanes: que se diera una represión brutal, criminal y exterminadora, que no respete los derechos humanos, como las que llevó a cabo el ejército serbio de Milosevic en Kosovo o el ejército chino en el Tíbet. En Kosovo funcionó el invento y los expertos vieron con buenos ojos una “secesión terapéutica”, que sería la única formulación mediante la cual una Cataluña independizada unilateralmente podría ganarse algún reconocimiento internacional. Pero en Cataluña no hay nada parecido a eso, de modo que no queda más remedio que inventarlo.