“Todos los problemas son problemas de educación”, dijo alguna vez Sarmiento. Entre la cadena de oportunidades perdidas y pensadores malogrados que signan la historia argentina, la visión de Sarmiento sobre la educación no sólo cimentó lo que ésta tuvo de valioso en el arranque de una historia nacional que pudo haber sido venturosa antes de perder el rumbo durante largas décadas (incluida la presente) de malas praxis políticas, económicas y morales, sino que dejó alta la valla para quienes alguna vez entiendan de qué hablaba el sanjuanino.
Gregorio Weinberg (1919-2006), otro de esos milagros intelectuales que el país no deja de producir periódicamente, gigante como historiador, como educador y como editor, recordó en su momento cómo en Sarmiento la educación y una visión trascendente del país marchaban juntas. Este consideraba a la primera como herramienta esencial en el pasaje del modelo ganadero a uno agropecuario, que veía como germen de una nación que se desarrollaría en el mundo, no al margen de él. En esa transformación las corrientes inmigratorias jugarían un papel esencial y la educación sería fundamental para la integración de la diversidad que conforma desde el vamos a la población argentina. La educación para Sarmiento “permitiría la formación de hombres que pudieran ser productores y, simultáneamente, partícipes de ese proceso de cambio”, decía Weinberg. Tenía por tanto la educación una función tanto política como económica y social.
La educación argentina actual viene de dos flamantes papelones internacionales. Uno, los puestos que descendieron los estudiantes de primaria y secundaria de escuelas públicas y privadas de la ciudad de Buenos Aires en el Estudio de Tendencias Internacionales en Matemática y Ciencia de la Asociación Internacional (Timss), al figurar en los puestos 46 entre 55 y 39 entre 46 respectivamente. Dos, la impresentable truchada de las pruebas PISA, al manipular colegios y alumnos en el afán de mejorar posiciones que empeoran cada tres años. Si esto hubiese sido deporte, Argentina no pasaba el control antidoping. Aquí es difícil hablar de “pesadas herencias”. El actual gobierno y el anterior (el de la década perdida en cada olla que se destapa, desde la economía a la moral) tienen responsabilidades específicas a la hora del lúgubre diagnóstico educativo. Uno (sin escapar a la pátina de corrupción que cubrió toda su gestión) confundió educación con adoctrinamiento y clientelismo (chau a los aplazos, nadie repite, libros en los que poco faltó para leer “Cristina me ama” y un ministro apoyando la toma de colegios por parte de estudiantes y padres estancados en una adolescencia perenne). El otro, fiel a su tecnoadicción y a lo que el investigador, crítico social y ensayista Evgeny Morozov llama “la locura del solucionismo tecnológico”, más preocupado por expandir el uso de computadoras y celulares en las aulas que por los contenidos educativos y los propósitos del proceso formador. Ambos obsesionados por presentar estadísticas favorables a cualquier precio.
Pero no son sólo ellos. Hace tiempo que la formación de docentes no es prioridad de ningún gobernante, y esa preparación decae en relación inversamente proporcional al aumento de las necesidades y exigencias de la educación. Y, algo decisivo, no hay la menor preocupación en la sociedad en su conjunto (padres a la cabeza) por la calidad de la educación. Más bien una tendencia a ver la escuela (pública o privada) como un estacionamiento en el cual depositar buena parte de la propia responsabilidad educativa. Los padres viraron a la condición de clientes, en la escuela privada pagan con dinero, en la pública con votos. Lo que en una potente síntesis Guillermo Jaim Etcheverry llama pacto educativo entre padres y escuela, sociedad y escuela, está roto. Y por esa fisura entra, y mucho, la decadencia de una sociedad. Ante la indiferencia de los que deberían ser los primeros interesados, ¿qué esperar de quienes, aferrados al poder, sólo miran a cuatro años de distancia? Mientras la economía no arranca y la política se degrada, una voz en off grita: “¡Es la educación, estúpidos!”.
*Escritor y periodista.