Y un día todos los maestros y profesores se volcaron a la tecnología educativa. Así podría empezar un cuento o un sueño de muchos de los que trabajamos en estos temas. Pero no es cuento ni sueño. De pronto, docentes que se negaban por miedo, por inercia, por lo que fuere, están hoy descubriendo un mundo nuevo: la cantidad y calidad de los recursos para enseñar y aprender que ofrece la educación a distancia.
Cristóbal Suárez-Guerrero, pedagogo de la Universidad de Valencia, define la educación en línea no como reemplazo de la clase presencial, sino como otra experiencia de enseñanza y aprendizaje. Esto significa que no es cuestión de atiborrarse de actividades y recursos —y lo que es peor, atiborrar a los estudiantes— sino de seleccionar para qué y cómo la vamos a emplear en cada contexto. (De paso, recomiendo su blog Educación y Virtualidad en Blogspot: http://educacion-virtualidad.blogspot.com/).
Flexibilidad y personalización. Las claves de este tipo de educación son: la flexibilidad, el no temer a equivocarse, la personalización, la claridad en las consignas y la retroalimentación constante. ¿Qué quiero decir con esto? Algo que venimos haciendo hace años en la Universidad Austral. Flexibilidad: es dar y darnos las prórrogas posibles; entender que si no llegamos a dar un tema, lo seguimos en otra clase o lo subimos al aula virtual; saber que los alumnos entenderán que estamos en una crisis inédita y que damos lo mejor de nosotros.
No temer a equivocarse: supone que todo tiene solución. Hemos de preguntar a colegas referentes en estos temas (destaco la labor de la Cátedra Datos de la UBA con Alejandro Piscitelli y Julio Alonso, ambos en Twitter en @DatosUBA) y, si hace falta, a los hijos e hijas, sobrinas y sobrinos, que están dispuestos a enseñarnos lo que debemos aprender con mucha humildad y alegría. Asimismo, ofrecer ayuda a los colegas, siempre.
Personalización: consiste en mantener la relación “persona a persona” con el alumno, con los colegas, con los directivos, con el personal en general de la institución educativa. Usar, para eso, todos los caminos digitales con que contamos hoy.
La claridad en las consignas: debemos más que nunca revisar los enunciados, compartirlos con otros para controlar que se comprendan fácilmente y, así, que no lluevan dudas.
Presencia real y virtual. Retroalimentación constante: nuestros niños, niñas y jóvenes deben saber que estamos allí. Que pueden contar con nosotros. Incluso para una palabra de aliento. Para eso, las aulas virtuales tienen canales de comunicación, y para los que no tienen conectividad pero seguramente tienen celulares, WhatsApp y otras mensajerías funcionan muy bien.
Hace unos días, Mariana Maggio, directora de la Maestría de Tecnología Educativa de la UBA, dio un webinar para la Universidad Nacional de Quilmes. La UNQ fue la pionera en la enseñanza en campus virtuales. Maggio comenzó refiriéndose al imprescindible libro de Alessandro Baricco The Game, que muchos disfrutamos el año pasado, especialmente, a la parte donde el autor señala que lo que vivimos en estos tiempos (2019) no es una revolución tecnológica sino mental. Los docentes debemos tomar conciencia de esa nueva realidad. La realidad es que estamos concientizándonos por la rapidez que nos exige la pandemia. Estamos repensando los tiempos de enseñanza y aprendizaje y revisando las formas de diseñar las clases. Hasta aprendimos a usar plataformas de streaming y lo hicimos muy rápido y muy bien.
Concuerdo con Maggio en que esta situación particular que padecemos hoy encontró mejor preparadas a las universidades públicas que a varias privadas. Sin embargo, esta carrera para ponernos al día no debe ser estresante, debe ser activa y constante pero realizada con entusiasmo y por nuestros estudiantes. También, es impresionante la solidaridad entre miles de docentes que se ayudan y se comunican entre sí para pasarse consejos, recursos, que comparten sus aciertos y sus errores. Para eso, las redes sociales resultan invalorables. Recuerdo ahora el artículo del catedrático José Luis Orihuela, de la Universidad de Navarra, en el que expresaba su asombro porque docentes de Comunicación Social no frecuentaban las redes.
Volviendo al mensaje de la doctora Maggio (síganla, colegas, en Twitter en @marianamaggio), coincido plenamente en que los docentes tenemos una responsabilidad social. No podemos dejar de enseñar. Hoy más que nunca, en circunstancias adversas, conscientes de la desigualdad educativa pero sabiendo que el Estado está brindando recursos a los que no tienen conexión, mediante la Televisión Pública, Radio Nacional y la radio de la Agencia Télam. Estos primeros medios de la era del broadcasting han vuelto a ponerse al servicio de la educación a distancia: ellos que fueron los pioneros en este tema. El Estado está trabajando con el portal Educ.ar, con el sitio Seguimos Educando, con el canal Encuentro y con muchas otras opciones.
Polémica. Todo esto se opone rotundamente a la posición de algunos académicos que creen que perder un cuatrimestre no importa, porque las condiciones no son las ideales para trabajar. Obviamente, haber publicado, en un periódico digital, una frase semejante significa una opinión sorprendente, como mínimo.
Sí, nuestras casas no están preparadas para dar clase virtual desde un escritorio cerrado, con aislantes para el ruido, sin niños y mascotas que molesten. Estamos en cuarentena pero no será infinita. Esta desgracia es la gran oportunidad para la educación argentina. No podemos volver atrás. Retomaremos las clases presenciales pero renovados, porque ahora todos sabemos que existe otro modo de conectarse y de enseñar a los estudiantes, en el que ellos son el centro del proceso de enseñanza- aprendizaje (y no nosotros).
Consejo para escuelas primarias y secundarias. A las escuelas secundarias y primarias: no abrumen en este momento a padres y abuelos, a niños y niñas, a jóvenes, con tareas eternas que a nadie le interesan. Es la hora donde menos es más. Como propone Maggio, necesitamos una educación minimalista. Menos contenidos pero más profundidad para la reflexión y la actividad crítica. Que el momento de realizar las tareas no se vuelva un momento de horror para toda la familia.
A las universidades, no caigamos en lo que la especialista en Comunicación y Educación de la UBA Mariana Ferrarelli llama con humor “activitis” (en Twitter, @FerrarelliM). Tranquilos, sembrando las semillas que dormían en nuestras pc o en nuestros celulares, aprendiendo con los estudiantes, pasándola bien y ayudando a otros. No temamos mostrar nuestra condición humana perfectible y abrir todas las vías de comunicación con nuestros chicos y chicas, en horarios y con reglas, por supuesto, pero dispuestos como todos los servidores públicos a seguir en la lucha.
Es cierto que generar todo esto lleva tiempo. Podremos lograrlo mejor en el futuro. Ahora es la urgencia, pero luego será la permanencia activa de estos modos alternativos de enseñar y aprender. Compartir entre colegas, no solo de la sala de profesores, sino con colegas del mundo entero, es el gran aporte de las redes a la educación.
Deseamos que la educación digital que vino de golpe a la Argentina se quede. Que todos disfrutemos los desafíos. Con la ayuda estatal y privada, es prioridad llegar a los que no tienen conexión (tal vez es tiempo de brindar wi-fi gratuito), colaborar y apoyarnos entre nosotros, ayudar a las familias, especialmente a las familias de docentes, verdaderos superhéroes. También debemos desalentar a los que querrán volver atrás. Mostrarles lo importante de su esfuerzo y felicitarnos todos. Tenemos una responsabilidad política ineludible (aquí parafraseo a Mariana Maggio, otra vez). Insisto: es tiempo de que la transformación digital educativa haya llegado para quedarse.
*Coordinadora de Educación a Distancia, Escuela de Posgrado de Comunicación de la Universidad Austral.