Una frase de Antonio Gramsci y dos preguntas motivan el cuestionario de PERFIL a un psicólogo, una semióloga y un sociólogo experto en medir el vínculo entre la opinión pública y la política. Concédanos el lector la paciencia de demorarnos en llegar a la frase del filósofo italiano y detengámonos en las preguntas.
La primera es: ¿cómo puede ser que el discurso de las extremas derechas –en Estados Unidos y en Europa– haya dejado de ser algo marginal, y de marginales, y pase a ganar elecciones? No sólo es cuestión de Donald Trump y mucho menos de los republicanos. Es un fenómeno que llega a Inglaterra, Francia, que ganó en Hungría, casi en Austria, muy, muy fuerte en Grecia y con expresiones importantes en Italia y en España. Los fachos de hoy no son personajes más parecidos a una caricatura, no: saben usar las redes (“soy el Hemingway de los 140 caracteres”, dijo de sí Donald Trump), algunos parecen músicos de rock (o de hecho lo son, como el italiano Gianlucca Iannone, de Casa Pound), hay muchas mujeres, como la alemana Frauke Petry, homosexuales confesos (lo que hubiera horrorizado a Mussolini), como el asesinado holandés Pim Fortuyn. Quedémonos en la pregunta y veamos la respuesta de Silvia Ramírez Gelbes, directora de la Maestría en Periodismo y directora de la orientación en Comunicación de la Universidad San Andrés: “Este tipo de discurso –explica– encuentra adeptos cuando hay momentos de mucho desempleo. Creo que es un factor crucial para que funcionen estos discursos xenófobos, discriminatorios, que marcan que hay un adentro con un nosotros y un afuera que quienes son interpelados por este tipo de mensajes se sienten adentro del sistema”.
La economía y los estúpidos. Carlos De Angelis, sociólogo, señala que “desde mediados de los 90 (ya pasaron casi 25 años) se viene hablando en todas partes del mundo sobre la globalización sin entender exactamente a qué se refería, ni sobre sus posibles consecuencias. La globalización se planteó con dos premisas: a) como inevitable e irreversible, y b) de carácter intrínsecamente positivo bajo el paraguas de la integración, el mayor intercambio económico y cultural. Con esta lógica se fundaron bloques comerciales en todas partes del mundo. Debajo de la globalización se produjo la reorganización casi invisible de la estructura económica mundial con una nueva distribución del trabajo, en donde el valor de las mercancías se traslada a los aspectos intangibles, como marca y diseño, pero también al control de los flujos financieros internacionales. Estos elementos quedan bajo el control de algunos países centrales, EE.UU., Alemania, Japón, y la producción para el planeta se pasa a realizar en lugares de bajos salarios, mucha mano de obra disponible, bajas o nulas reglamentaciones ambientales y bajos impuestos”. Esto sería, a su juicio, un nuevo huevo de la serpiente .
Carlos Gelormini Lezama, psicólogo, con un posdoctorado en Psicología del Lenguaje y docente también de la San Andrés, propone una lectura que incluye a las anteriores: “Freud habla de la tendencia a acentuar las pequeñas diferencias que nos distinguen de los otros. A esto lo llamó ‘el narcisismo de las pequeñas diferencias’. Me diferencio del vecino porque destaco alguna diferencia nimia. Los antagonismos y las rivalidades aparecen más entre los que nos conocemos que entre los extraños. Por otra parte, no habría por qué asumir que los latinos tienen que votar como latinos. Al revés, un latino puede también querer ‘patear la escalera’, es decir, ‘yo ya subí, el que viene después que se arregle’. Podemos pensar en el mecanismo de la identificación mediante el cual puedo tomar prestado un rasgo del otro, para parecerme a él. Este rasgo bien podría ser votar como un estadounidense blanco. De todas maneras, conviene ser cuidadoso con las interpretaciones, dado que la mayoría de los latinos votaron a Trump”, señala.
Incorrección política. Ramírez Gelbes ve que las redes y los medios sociales ocuparon un lugar en la irrupción de esta nueva forma de la derecha: el espacio en el que entra la incorrección política. Lo que durante años fue casi un tabú, esa forma de incorrección despectiva con el otro (la que usa palabras como “moishe”, o “mogólico”), casi no aparecía en el discurso público. Eso con las redes varió exponencialmente. Gelormini Lezama ve, además, una inconsistencia que resulta flexible, específicamente en el discurso de Trump: “El discurso de Trump es simple, directo, contradictorio, mentiroso, inconsistente, poco sofisticado. Es un discurso que se compromete a muy poco. Si mañana le conviniera pelearse con Canadá y decir que los mexicanos son sus hermanos, lo haría con total tranquilidad y acomodaría su discurso sin problemas. Como su discurso carece de una estructura lógica y es incoherente, se le puede añadir cualquier elemento y nada lo perturba. Es paradójico pero en su inconsistencia radica su efectividad. Nada lo conmueve”. De Angelis aporta un elemento más: “El discurso se vuelve seductor y potente en la medida en que logra establecer una simplificación de-lo-que-pasa-en-el-mundo. Cuando los alemanes culpaban a los judíos de todos sus males, los ciudadanos alemanes que vivaban al Führer no se tomaban el trabajo de analiza el rol de la caída del Imperio Astrohúngaro, ni la actuación en la Primera Guerra Mundial, sino que lograban canalizar su odio en alguien visible y pasible de ser castigado”.
Muy viejo o muy nuevo. La pregunta sobre el estilo nos lleva a si cambió el discurso de la derecha. Trump, además de usar las redes con audacia, tiene experiencia televisiva, por ejemplo. El discurso de Marinne Le Pen es diferente del de su padre. Ramírez Gelbes señala que “a pesar de esto, hay límites que la sociedad no se anima a pasar fácilmente. Cuando La Nación hizo un editorial pidiendo olvidar el pasado, fueron los mismos periodistas los que se plantaron y lo dijeron. Lo mismo sucede con las sociedades. Tienen todavía algunos resguardos. Por supuesto que los descubren los resquisios de esos resguardos, pueden transitar más seductoramente por ellos”. Carlos Gelormini Lezama ve en esta proliferación cierta mirada sobre la pobreza: “Creo que interpretar la xenofobia como un derivado de las crisis económicas es un reduccionismo. Es innegable que se trata de un factor, pero no es el único. Alemania es una de las economías más poderosas del mundo y los discursos en contra de los refugiados que vienen a suplir la falta de nacimientos alemanes son muy pregnantes”.
Lanata y Pichetto. Llegó el momento de pensar la segunda cuestión. Cuánto de esta tendencia mundial encuentra sus frutos en la Argentina. Dos manifestaciones que entraron en la consideración pública últimamente fueron el programa de Jorge Lanata en el que se señaló el gasto que implicaba la presencia de extranjeros en las universidades públicas, que bien puede inscribirse en la lógica del “vuelvan a su país” y los comentados juicios del senador Miguel Angel Pichetto (ver nota en la página siguiente). ¿Es posible que estas ideas encuentren eco en la Argentina? Ramírez Gelbes dice que “los discursos superradicalizados suelen dejar mucha gente afuera. Pero los radicalizados pueden encontrar más eco. Es un tema que estudió Eliseo Verón. Me parece interesante estudiar cuál es la relación entre lo que se dice y lo que realmente se hace”. De Angelis dice que “las lógicas productivas también fueron promovidas desde un ‘marketing’ de la economía cool, como la sociedad de la información o la sociedad del conocimiento. Esas modificaciones dieron como resultado el surgimiento de nuevas economías receptoras de las factorías que los países centrales exportaban (China, India, México, Brasil) y nuevos niveles de concentración del ingreso a escala mundial, con sociedades que quedaban completamente excluidas del nuevo modelo (estados fallidos). Como resultadon aparecen: 1) nuevos pobres en los países centrales y 2) marginalidad en los estados fallidos, que suelen caer en interminables guerras civiles (Africa y países árabes). Los nuevos marginales emprenden movimientos migratorios masivos a los países ‘ricos’, donde son rechazados, especialmente por los nuevos pobres de esos países pues compiten por los lugares de trabajo y también por el uso de los servicios sociales”.
Gelormini Lezama señala que “Pichetto fue muy claro. No señala a los becarios extranjeros del Conicet ni a los chinos dueños de supermercados. El habló de los ‘inmigrantes pobres’. Esto se vincula con la fobia, no
al extranjero sino al extranjero pobre, en situación de necesidad. Un peruano que estudia en la UBA significa una
carga económica mucho menor que un investigador europeo becado pero, sin embargo, molesta más”.
Para el final nos queda Gramsci: lo cita Miguel Urban, eurodiputado español: “Cuando lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer, en ese claroscuro nacen los monstruos
La khalessi, el comunista y el músico de rock
Conviene releer el magistral Limonov de Emmanuel Carrer, la historia real de un comunista que terminó convirtiéndose en nazi sin dejar de ser comunista, para entender casos como el de Melisa D. Ruiz, la líder el Hogar Social Español. ¿Qué es el hogar social? Una casa de recogida de gente pobre en Madrid, en una casa ocupada. Claro que, para recibir su ayuda, los indigentes no pueden ser extranjeros. “No nos ocupamos de ese tipo de gente”, dice Ruiz en YouTube.
La iconografía de su agrupación, los textos que leen, sus consignas son en gran parte los de la Falange. Pero los que no son iguales que los de su antecedente ultramontano bien podrían ser enunciados por Cambiemos. “Soñar el sueño imposible”, es una de sus frases. Cuando se le pregunta si es de derecha, esta joven de 27, platinada, de múltiples tatuajes, vegana, dice: “De mí dicen que soy de ultraderecha y me hace mucha gracia. No puedo serlo jamás porque la derecha es liberal y yo soy profundamente socialista. Yo soy socialpatriota”.
Algo similar sucede con Casa Pound de Roma, dirigida por el cantante Gianlucca Iannone. Parece un indignado. Quizás lo sea