Manuel Rodríguez Muñoz, el fundador y director de Instituto de Estudios Interculturales de la Pontificia Universidad Javeriana de Cali, estuvo la semana que terminó en el encuentro Diálogos Globales, que organizó en la Casa de Gobierno el Ministerio de Cultura. Comenzó su presentación, su discurso, agradeciéndoles a los argentinos la “posilidad de hacer catarsis” acerca del resultado del plebiscito sobre la paz en el que triunfó el No.
Escucharlo no sólo fue compartir la catarsis sobre la decepción que produjo el resultado en la comunidad internacional. Fue comenzar a comprender que el No, decepcionante o no, tiene explicación, explicaciones. Hay algo del vínculo con las distintas minorías que puede explicar algunos sentimientos y cómo el No triunfa en lugares donde las FARC no tenían tanta fuerza y el Sí había ganado en una proporción de 90% a 10% en donde había muchas víctimas. Una sociedad con desigualdades e inequidades en la que la paz es un concepto que no sólo tiene que ver con la lucha contra la guerrilla, sino con una impronta cultural en la que pobreza, educación, y esencialmente derechos humanos son conceptos que se proyectan para atrás y hacia delante. Lograr la paz es consolidar los derechos humanos: o sea, justicia, verdad, tolerancia. Sí, palabras que hacen eco fuera de Colombia, que replican en la Argentina.
Joshua Mitrotti Ventura es el director general de la agencia que trabajó en la reinserción de los antiguos guerrilleros. Desde 2009 trabaja en el proceso de paz y prefiere hablar del futuro. Para él, los próximos tres meses son claves: “Por escaso margen –explica–, pero mayoritariamente, los colombianos votaron en contra de ratificar el acuerdo. Eso hizo que el presidente Santos inmediatamente haya llamado a la oposición a comenzar conversaciones, conversaciones de las que participan el ex presidente Pastrana y el ex presidente Uribe. Espero que con responsabilidad, la clase dirigente colombiana pueda encontrar una salida a la situación”.
—¿Hay salida en este
proceso?
—Es un momento histórico que nos va a llevar hacia la paz. Es fundamental que todos los partidos, que todo el espectro político, esté de acuerdo. Históricamente, los acuerdos se han hecho entre partes. Ahora, es necesario que sea toda la sociedad la que protagonice la situación, que hay un acuerdo integral. Es preciso encontrar alternativas para que muy rápidamente podamos salir de este laberinto.
—¿Qué opinión le merece el Nobel de la Paz a Juan Manuel Santos?
—Es el reconomiento a una larga lucha por la construcción de la paz. Santos apostó todo su capital político para lograr un acuerdo coin la guerrilla más antigua del continente. Y nos reafirma a los colombianos la necesidad de construir soluciones juntos.
Escenarios. Las alternativas que se abren son múltiples. Sin embargo, Mitrotti ve caminos posibles de negociación a partir de ahora. “Especular sobre cómo sigue es adelantarnos a lo que haga la clase política. Creo que lo más fácil es encontrar primero un acuerdo entre los dirigentes y a partir de allí conversar con las FARC, con las propuestas de convergencia a las que podamos llegar”.
—¿Qué son las FARC hoy? Desde afuera de Colombia suele señalarse que han perdido la impronta revolucionaria y han caído en el narcotráfico y otras formas del delito.
—Las FARC son una organización armada que surgió en los años 60, producto de diferentes persecuciones políticas que tuvimos aquí en Colombia. Sin dudas, fue una organización que fue mutando con la desaparición del bloque socialista. Cambió hacia otras perspectivas, pero hoy sigue siendo una organización armada polìtica, que tiene un ideario. que ha demostrado a lo largo de los años que tiene una organización jerarquizada, que tienen mandos, Y que además, debo decir, que tienen un compromiso de paz, que son conscientes de que hoy en el mundo actual los paradgimas han cambiado y que si no es dentro de la democracia, difícilmente se puede conseguir el objetivo del poder.
Resocializar, educar, cambiar. La tarea del entrevistado de PERFIL es diferente de la de un político. Su labor consiste en dar un lugar en la sociedad a quienes hayan abandonado las armas.
—¿Cómo es el militante típico de las FARC? ¿Se parece al Che Guevara o es un político en un sentido más capitalista, más moderno?
—Yo atiendo a personas que han abandonado las armas. Entre ellos hay mayoritariamente mandos medios. Si bien es muy difícil generalizar, debo decir que me he encontrado con antiguos ex combatientes muy formados, muy preparados, pero también me he encontrado con gente que es analfabeta, víctima de una situación de pobreza, de violencia y exclusión, y de la falta de presencia activa del Estado y la sociedad.
—¿Cuáles eran esos niveles de analfabetismo entre los ex guerrilleros desmovilizados?
—Hay que contextualizar nuestro trabajo. La agencia tiene 13 años de historia, 13 años acompañando procesos de transformación de habilidades y competencias. Hay que imaginar lo que significa participar de un grupo armado. Lo que tú tienes que hacer, la manera de reaccionar y de actuar, son muy distintas a las reacciones de un ciudadano común en la comunidad. Lo que hacemos desde la agencia es acompañar a esos adultos, mayores de 18 años, que por voluntad propia, o de sus comandantes, entran a un proceso de paz o se desmovilizan individualmente. Deben recibir una atención del Estado para desmovilizarse, para recomponer un camino, para entrar realmente en la sociedad. Lo hacemos en cuatro componentes.
—¿Cuáles son?
—El primero de ellos es la atención psicosocial. El modelo para estabilizarse emcionalmente. No quiere decir que los ex guerrilleros estén locos, quiere decir que si no hay acompañamiento en el tránsito del hombre combatiente al hombre ciudadano, pueden aparecer problemas, factores de riesgo. Hay que decir que el 90% de la gente llega afectada psicológicamente. Lo más usual es el estrés postraumático. En un 93% logramos que la reinserción se dé plenamente. Es un modelo que dura treinta meses, en los que un psicólogo los acompaña individual, social y familiarmente. El segundo componente es la alfabetización. El 75% de gente que ingresó a la política de desmovilización voluntaria eran analfabetos.
—Algo que también describe la situación social.
—Hoy, el 82% de ellos ya no son analfabetos. Pueden leer una instrucción, 1.800 de ellos ya están en la educación superior. Y 500 de ellos ya son profesionales. El tercer componente es el de la formación para el trabajo. La cuestión de los oficios y artes. Quienes participan del programa de paz pueden entrar en un proceso de formación en este sentido.
Reconciliación. También hay un trabajo de pacificación social, político. “Es el trabajo con las comunidades –dice Mitrotti–. Hacemos un énfasis en el arte y la cultura, como garantía de no repetición de lo que ha sucedido. Intentamos que no se repitan entre los jóvenes los factores que son generadores de violencia. Tenemos en este sentido todo un trabajo de reintegración comunitaria. El trabajo con las comunidades es también clave para nosotros”.
—¿Cómo se consigue?
—Potenciando la labor local para asegurar que se rompen los ciclos de violencia. Además, están los temas de servicio social, que consisten en lograr que la gente haga un trabajo de horas donadas a la comunidad. Es algo que tienen que hacer todos los reinsertados. El concepto es que ellos también se transformen en promotores de cambios. Nuestra idea es también promover un cambio en las relaciones cotidianas entre los colombianos y las colombianas. Tenemos una taza de éxito de un 76%. Y nuestro sistema vale un tercio de lo que sale tener a una persona en la cárcel. Con el matiz de que el éxito en las cárceles en Colombia tiene una tasa de éxito del 30%. Es un ejercicio de dar oportunidades a partir de la dignidad a las personas que por múltiples razones han participado de una guerra, han tenido que empuñar un arma.El sistema carcelario no siempre es eficaz. Y aquí estamos frente a un modelo que puede solucionar otras situaciones violentas.
—¿La violencia juvenil es un fenómeno continental?
—Desde distintos niveles es que podemos reducir la violencia. Es un proceso en el que debe intervenir el Estado, sí, pero también la academia, el sector privado. Estoy convencido de que es un modelo que podemos llevar a otras situaciones del planeta.
—Su origen profesional es la academia.
—Llevo trabajando en temas de comunidad desde el año 99. Tengo una vocación profunda en este sentido. Me autodefino como un privilegiado colombiano. Yo elegí ser historiador y politólogo. Desde que me gradué en la universidad es que hago este trabajo de defensa de los derechos humanos. En 2008 pasé a trabajar en la academia, con los mal definidos victimarios. Sabemos que si queremos terminar con el conflicto, tenemos que trabajar con toda la sociedad, especialmente con la gente más vulnerable, que puede ser más propensa a generar violencia como forma de relacionarse.
—Argentina transita y transitó un proceso de enfrentamiento cultural fuerte. No es ni remotamente la violencia armada, pero es un antagonismo. La grieta es una división tajante...
—Creo que lo importante es el poder de la conversación. Poder pararse en los zapatos del otro y el poder revisar la paja en el ojo de uno y no en el ajeno. Creo que eso nos permite reducir la polarización, tener puntos de encuentro. Y también hay que apelar a la responsabilidad política. Lo digo con mucho respeto: estoy seguro de que el gobierno anterior tiene muchos elementos positivos, seguramente en el campo de la educación, de la salud, de la cultura. Yo no lo puedo decir, porque no soy argentino, pero ustedes seguramente lo saben. Sin dudas hay temas que podemos recoger de la experiencia anterior. Se trata de un cambio cultural, también político. n