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Retratos digitales

Gaby quiere que la gente vea el mundo a través de sus fotos

Fotógrafa consagrada, expone tres series de sus obras en la galería Black Tower de Miami. Baraja un proyecto para incorporar tecnología a sus imágenes.

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Muestra. Uno de los trabajos de Gaby Herbstein que se exponen en la galería de Miami. | cedoc

Gaby se dobla de risa remedando a quienes se toman fotos delante de monumentos históricos o vestigios de acontecimientos trascendentes que, torpemente, quedan detrás (y a lo lejos) de una papada o una oreja que, a lo mejor, no constituyen icono alguno en la historia de la humanidad.

El reino del autorretrato (lo bautizaron selfie) fruto de la entronización de los dispositivos móviles, las redes sociales “me cuestan mucho las redes, entro y salgo, publico pero resguardo completamente mi intimidad, me generan ansiedad, a mí me gusta escribir y entonces no es poner buen día, viste” – y el contenido ausente, no son lo suyo.

Gaby es Herbstein. Parada en uno de los costados de la galería The Black Tower, en Miami, donde presenta tres series de su obra: La diablada, Aves del paraíso y Estados de conciencia; botitas de tela, babuchas, el pelo a medio atar, y con su rostro al natural, resulta todavía más encantadora. 

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Sus ojos recorren los cuadros (sus propias creaciones, que responden a distintas épocas, momentos de su vida, partes de su recorrido personal y profesional) mientras conversa animadamente. Vamos de lo espiritual a la composición escénica de cada toma, y de allí a lo inevitable de que sea ella la fotógrafa de la familia, la encargada de sacar las fotos de los cumpleaños.

“No tuve opción, me rendí, era entrar a la casa de alguien y que me digan “ay, nos sacás una foto”. De nuevo las carcajadas retumban en el silencio del Art District, antes de las doce, cuando el barrio todavía duerme y solo Lucía Cruz, curadora de la muestra, nos escucha envuelta en un hermetismo casi inexplicable. “Tengo un amigo ingeniero al que cada vez que va a una casa le piden que revise el termotanque”, remata Gaby y se consustancia con él. 

Definitivamente, mi interlocutora está cómoda conversando sobre ribetes absurdos de la vida, pero volviendo una y otra vez a profundizar. 

El hilo es más o menos el siguiente: yo advierto que es un disparate que en el cumpleaños de fulano, le pidan a Gaby Herbstein, fotógrafa consagrada, cuyo éxito y reconocimiento son internacionales, que saque fotos. Luego de la risa, ella frena, me mira y me pregunta: “Bueno, ¿pero qué es ser consagrado?”. Y entonces nos adentramos en el modo en que funciona la industria cultural, el mercado del entretenimiento y la comunicación masiva.

Traducido: Gaby es siempre, en todo momento, Gaby. No más que eso. No hay en ella un atisbo de glamour o divismo. No le interesa, no le hace falta. 

Las tres series exhibidas, gracias al apoyo del centro de promoción cultural argentino y The Bright Foundation, llevan un tiempo dando vueltas al mundo. Algunas estuvieron en Rusia, otras en México, Brasil, Chile, Perú, Estados Unidos, China y Japón.

Pero “nunca se habían montado tres series juntas –analiza ella, revoleando los ojos en derredor, sin mirarme– y si bien al principio me pareció superextraño, ahora lo ves y te das cuenta de que queda espectacular”, reconoce.

Reconoce, sí. Pero le da el crédito a la galerista. Sus expresiones pasan todo lo lejos que se puede pasar de la jactancia. Es asombroso eso en una artista que fue elegida por Gustavo Cerati y Charly García, además de filmar con National Geographic (Creer para ver), dejar atrás la moda completamente, y volverse una antropóloga que toma fotografías de aquello que encuentra al profundizar en culturas, idiosincrasias, espiritualidades y credos de lo más diversos.

Aun con ese carácter sólidamente internacional, su obra no había pisado Miami hasta el reciente Art Basel –­feria de arte del mayor nivel en el mundo–, ocasión en la que Lucía Cruz y Nubia Abaij, representante de la fundación antedicha, vieron la fuerza de lo que transmite Gaby en cada cuadro.

Por más de una hora, la charla es tan privada que no hay fotos. Así que luego llega el momento de ilustrar el encuentro y Gaby se reconoce incómoda en ese rol. No posa, le cuesta tomarse en serio el protagonismo en la imagen “me gusta que vean a través de mis ojos, no ser yo la fotografiada” – y entonces baja los brazos y se toma las manos adelante, en pose de acto escolar.

Viene barajando un proyecto en el que va a incorporar tecnología a sus fotos, pero prefiere no adelantar nada. Está pensando en el avión de regreso, en su Hasselblad (es la cámara con la que trabaja en su estudio de Paternal, la nombra unas cinco veces en la charla, es evidente que está enamorada) y en su casa de Tigre. 

Igual, “en los viajes, saco con el celular. Porque la idea es exprimir cada herramienta que tenés. Obviamente, a la cámara del teléfono no le vas a pedir la calidad de la Hasselblad”, pero en exteriores y cuando hace tomas cercanas al fotoperiodismo, “es muy poco práctico y para nada espontáneo armar el trípode para poner una cámara pesada”. 

Miramos la hora, y parece que el tiempo corrió demasiado rápido. Gaby Herbstein tiene otro compromiso, yo me quedo un rato conversando con Lucía Cruz y Nubia Abaij, que destacan el trabajo de Juliana Hecker, promotora cultural del consulado argentino.

Hubiera sido extraño que Gaby sacara alguna foto de la muestra de sus propias fotos. Sin embargo, estoy seguro de que en su mente se lleva unos cuantos clics. 

Porque ya reveló que la mejor foto es una que no sacó, pero que le quedó grabada en su cabeza. 

Y porque al salir de la Black Tower me queda la sensación de que el verdadero obturador de Gaby Herbstein no está en la Hasselblad, ni en el celular, sino en sus ojos.