Estas son algunas de las preguntas que planteo en El desafío digital. Informarse, pensar y decidir libremente en la era cibernética, publicado por Granica Editores, un libro en el que ofrezco algunas herramientas para el desarrollo de nuestra inteligencia digital e informativa, y evitar de tal modo que nuestro comportamiento se defina por la forma en que nos vinculamos con la tecnología.
Mi intención no es tanto explicar las características técnicas de las distintas tecnologías que han surgido en las últimas décadas, sino las consecuencias que el uso de estas tiene sobre nosotros. Hoy en día no le damos la importancia que debemos a la forma en que consumimos la información y nos movemos en el mundo digital. Estamos poco preparados para desarrollar una mirada crítica sobre la manera en que nos informamos y el contenido informativo que consumimos, compartimos e incorporamos. En muchos casos, el impacto de las tecnologías en nuestro pensamiento y en nuestra manera de relacionarnos se ve acentuado por el desconocimiento que existe sobre su funcionamiento y respecto a la lógica o modelo de negocio que está detrás del desarrollo de muchas de estas tecnologías.
Cambios radicales. En los últimos veinte años, con la expansión de Internet, el surgimiento de las redes sociales y la explosión de la inteligencia artificial, el ecosistema informativo cambió de manera radical. Hoy el modelo de negocios de la mayor parte de las plataformas digitales radica en capturar nuestra atención, y para eso se utilizan todo tipo de técnicas algorítmicas, algunas de las cuales las cuento en el libro. Cada día escuchamos nuevas palabras y conceptos vinculados a la información y al mundo digital sin tener muy claro su significado, como por ejemplo las noticias falsas o ultrafalsas, los sesgos algorítmicos, el estrés informativo o la necesidad de un detox digital. Durante la pandemia en particular, un concepto que se puso muy de moda fue el de la infodemia, que se refiere a la sobreabundancia de noticias en circulación, muchas de ellas sin un sustento real. La infodemia condujo al surgimiento de otra pandemia, la de la desinformación, que si bien es igual o aún más peligrosa que la del covid –ya que no solo afecta nuestra salud mental, sino que también conduce, en última instancia, a la erosión de nuestras democracias– aún no recibe la atención que merece.
Todos estos fenómenos son hoy en mayor o menor medida parte de nuestras vidas, y sin embargo muchos no somos conscientes, o bien no sabemos qué hacer ni cómo comportarnos frente a ellos. ¿Quién no se sintió sobrepasado por la cantidad de noticias, muchas de ellas en directa contradicción, sin saber en qué fuente confiar? ¿A quién no le sucedió estar navegando en un sitio web o una red social y que le apareciera una publicidad de aquello en lo que estaba pensando justamente esa mañana? Esto no sucede por casualidad o de manera aislada, sino que es parte de una profunda transformación que nos afecta a todos por igual y que, por eso, todos deberíamos comprender un poco mejor. Una correcta alfabetización digital e informativa nos permite ser más conscientes a la hora de elegir una fuente informativa, comprender mejor cómo funcionan las tecnologías que atraviesan nuestras vidas hoy en día, y tener una mayor autonomía sobre nuestras elecciones y decisiones.
Habilidades. No se trata únicamente de saber utilizar el celular, las redes sociales u otras plataformas online. La alfabetización digital e informativa implica mucho más que aprender a usar las herramientas tecnológicas; comprende el desarrollo de una serie de habilidades que, en última instancia, nos preparan para convertirnos en ciudadanos conscientemente informados, capaces de informarnos, pensar y decidir libremente en la era digital. Entre ellas, el desarrollo de nuestro pensamiento crítico, la capacidad de diferenciar distintos tipos de fuentes y de noticias, la protección de la privacidad (de la propia y de la ajena), y la gestión de nuestra huella digital. Si pensamos en la información como el alimento que nutre nuestro pensamiento, deberíamos poder desarrollar etiquetas nutricionales, aunque sean imaginarias, también para las noticias. Así como nuestro médico nos suele aconsejar tener una dieta balanceada, con frutas, verduras y proteínas, podríamos imaginar una dieta informativa que contenga diversidad de medios, credibilidad de las fuentes, y un buen balance entre artículos con los que estamos y no estamos de acuerdo (ver extracto libro).
Las grandes transformaciones culturales ocurren porque se derriban barreras que modifican los contextos y los escenarios. Cuando esto sucede, lo que se requiere son nuevas reglas de juego acordes a las nuevas realidades y desafíos. Yo creo que, en muchos casos, aún seguimos moviéndonos dentro del ecosistema informativo y el espacio digital como si nada hubiera cambiado, como si el mundo analógico no se hubiera visto radicalmente alterado. Por eso escribí este libro; para contribuir de algún modo al desarrollo de nuestra alfabetización digital e informativa, y que esta nos permita avanzar hacia sociedades más democráticas, en donde nuestro pensamiento se nutra de opiniones diversas y compartamos más espacios con aquel que piensa distinto. En tiempos en los que todos nos preguntamos si la inteligencia artificial es realmente inteligente y en si deberíamos prohibir o no el ChatGPT, la clave para poder transitar de la mejor manera posible un ecosistema informativo en constante disrupción radica en nuestra capacidad de fomentar una mayor y mejor inteligencia digital e informativa.
En general observamos, reclamamos y hasta hacemos responsables de las consecuencias no deseadas del uso de la tecnología a los reguladores o a las empresas y si bien ellos hacen parte, nosotros como consumidores tenemos también la capacidad de modificar nuestra conducta cambiando la forma en que nos informamos a través del conocimiento y preparando a las nuevas generaciones para que la tecnología sea una herramienta que nos potencie, sin que afecte nuestro comportamiento.
*Periodista y empresaria, autora de El desafío digital, informarse, pensar y decidir libremente en la era cibernética.
Autómatas que no piensan
M.L.G.
Uno de los mayores problemas de este nuevo escenario es que hoy consumimos información sin control de calidad. Esto nos está afectando seriamente: creando confusión, pero también dando lugar a dos fenómenos del pensamiento individual y colectivo que son la radicalización y la polarización, como profundizaremos en los próximos capítulos.
Pero también, de algún modo, nos vuelve autómatas o automatons, reduciéndonos a seres que reaccionan en forma automática a los estímulos externos sin que medie análisis o pensamiento previo a cualquier acción. Compartimos contenidos hábilmente, en forma cotidiana, movidos por un impulso automático e irrefrenable por reenviar sin pensar ni considerar la veracidad o intencionalidad del contenido que hacemos propio por un instante. Sin comprender tampoco que, por acción u omisión, somos parte del problema.
Es por eso que resulta fundamental que todos entendamos cuáles son las principales características del nuevo mundo digital e informativo, quiénes son los actores más importantes, cómo influyen sobre nosotros, cuáles son sus oportunidades y sus desafíos, y por sobre todas las cosas, qué podemos hacer para enfrentar, de la mejor manera posible, este nuevo escenario en constante evolución. Este libro se propone realizar un pequeño aporte en cada uno de estos puntos, con el objetivo de compartir con el lector las principales herramientas que le permitirán convertirse en un ciudadano conscientemente informado y tener una mayor autonomía sobre sus elecciones y decisiones (…).
Todos tenemos un repertorio de noticias al que podemos definir como nuestro menú o dieta informativa. Nadie lee todos los diarios, mira todos los canales de noticias, escucha todas las emisoras de radio o sigue todo lo que se publica en las redes sociales. Es importante detenernos un momento a pensar en cómo nos informamos y ser conscientes de ello, especialmente hoy, cuando existe tanta oferta de contenidos y de espacios donde encontrarlos. Porque, según ya comentamos, así como nos nutrimos con alimentos, nuestro pensamiento, nuestras opiniones, sesgos y hasta nuestra visión del mundo, se nutren de la información que consumimos. La forma en que consumimos la información crea y tiene consecuencias sobre nuestro comportamiento. Pero, si la desinformación o la mala información nos hacen vulnerables, nos permiten ser manipulados y nos enferman, la información, cuando es correcta, nos empodera y nos permite tomar mejores decisiones.
Las dietas informativas se componen de contenidos, canales de comunicación y fuentes. Los contenidos pueden ser datos, hechos, conceptos, comentarios u opiniones. Los canales de comunicación son los diferentes soportes que transmiten el contenido. Las fuentes son el origen de dicho contenido, que implícitamente nos da a conocer la metodología con la que se lo trabajó. Las fuentes pueden ser también canales, por ejemplo, si leo o miro noticias de un medio accediendo directamente a su versión digital. Resulta clave distinguir estos conceptos y, a la vez, entender qué tipo de contenido estamos consumiendo. ¿Se trata de hechos u opiniones? Y si son hechos, ¿qué tipo de hechos? ¿Hemos confundido fuentes con canales? ¿Son las fuentes en tal caso reales medios de comunicación? ¿Pensamos racionalmente qué información consumimos?
En su libro The information diet, a case of conscious consumption, Clay A. Johnson describe cómo nos afecta la dieta informativa actual haciendo una clara comparación con la evolución de la nutrición desde el siglo pasado y asegura: “Cuando comenzamos a mirar el consumo de información a través de la lente de una dieta y asumimos la responsabilidad de la información que estamos consumiendo, las cosas comienzan a ponerse realmente aterradoras. Las dietas de información deficiente y los filtros deficientes son responsables de cosas realmente atroces y tienen efectos sociales horribles que son, como la historia sugiere, tan mortales como la peor de nuestras enfermedades”.
Según Johnson, una dieta informativa saludable implica consumir menos información sobre-procesada, para evitar lo que él considera como obesidad informativa (…) “Todos y cada uno de nosotros tenemos que crear y organizar nuestro menú informativo. La base de un buen menú informativo está en la variedad, en la capacidad de ampliar nuestra mirada, de sorprendernos y de poder cuestionar nuestra propia manera de ver las cosas. De esta forma, nos aseguramos de estar bien informados, nos tornamos más tolerantes e inclusivos, y reducimos la posibilidad de convertirnos en lectores o consumidores radicalizados”.
* Fragmentos de El desafío digital.
Informarse, pensar y decidir libremente en la era cibernética.