Conocí a Raquel Ariza a principios de 2019, en el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), cuando dirigía el Centro de Diseño Industrial que ella creó. Ya entonces era llamativo cómo ella comprendía la industria 4.0, es decir la posibilidad de usar las tecnologías como inteligencia artificial, big data, gemelos digitales, internet de las cosas (IoT), realidad aumentada y virtual, para facilitar la innovación en procesos de fabricación en serie.
En la primera charla desplegó con asombrosa sencillez eso que investiga, desde hace tiempo, en la Facultad de Diseño, Arquitectura y Urbanismo de la UBA: cómo incorporar la creatividad –lo que ella denomina “cultura del diseño”, que suele denominarse design thinking– para que fluya como el combustible fundamental de la industria argentina y latinoamericana, enhebrando tecnologías que ella agrupa en dos anillos estratégicos cuyo gráfico lleva su firma.
Al volver a encontrarme con ella, corroboro que mirar el mundo con los ojos de una diseñadora industrial tan singular no es nada fácil, dado que, por empezar, en el caso de Ariza, irradian unos suaves rayos de luz verde, que en contadas ocasiones se dejan ver.
Pero, además, seguirle el ritmo impone el reto que enfrentó Picasso: al pintor malagueño dibujar como un niño le llevó toda una vida, porque no es sencillo volver a descubrir el mundo tal como aparece ante nosotros.
Ariza lo explica así: “En diseño partimos del problema o la necesidad concreta. Por ejemplo, señala la mesa del bar en el que conversamos, un objeto de apoyo. Si es para comer, acá usamos una mesa, pero en Ecuador, donde estuve hace poco, al mediodía tendían una manta en el suelo y comíamos igual. La clave es ver qué solución le das al problema, sin aferrarte a las cosas que ya se inventaron o a los preceptos culturales”.
Para Raquel, la innovación tecnológica debe analizarse en un contexto histórico y antropológico que sirva como marco de interpretación. “Tenemos que repensar el modelo de producción y consumo actuales (…) si no, no hay mucho futuro, está claro”. Por lo mismo, toma una saludable distancia del discurso que festeja la tecnología como si fuera buena o, acaso, inocua, y señala: “Cuando se innova con criterio puramente mercantil, lo que se ofrece no perdura ni agrega valor que se sostenga en el tiempo”.
De las diversas iniciativas que llevan su sello, hoy está entusiasmada impulsando la fase de digitalización de una idea que lleva adelante junto a especialistas del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).
“Innovar, en las pymes, requiere plantear un prototipo y eso las obliga a parar la planta productiva, lo que en sí mismo ya les resulta muy caro. Entonces, nosotros recorrimos pequeñas empresas de todo el país ofreciéndoles trabajar con manufactura aditiva, impresión 3D e incluso gemelos digitales, porque así se podía testear y verificar que la innovación funcionara e ir al mercado con un producto maduro”.
El flamante desarrollo de Ariza y su cátedra de FADU en alianza con el INTA consiste en el rediseño del proceso de pasteurización de la leche, pensándolo con criterio de economía sostenible y descentralizada. Es la pasteurizadora 4.0.
“Veníamos investigando sobre la pasteurización de la leche, pero en plena pandemia el proyecto pegó un salto. Obviamente, está prohibido consumir leche sin pasteurizar, pero resulta que hay pocos centros donde se realiza ese proceso; la centralización encarece el producto y hace poco sostenible la industria porque se desperdicia mucho de lo que se ordeña. La leche tiene que recorrer demasiados kilómetros, y durante la crisis sanitaria incluso eso era doblemente problemático”.
Entonces Raquel y equipo le dieron vueltas al asunto hasta que prototiparon una máquina que pasteuriza y envasa la leche en sachets, invirtiendo el orden en que se realiza ese procedimiento habitualmente, porque así se evita la contaminación que puede darse al envasar. Primero llenan las bolsas, luego pasteurizan y finalmente enfrían.
Ariza sostiene que su diferencial consiste en detectar una necesidad latente. Que con la máquina que crearon se envasan cien litros de leche por día, así que esto no debería resultar competencia para las grandes jugadoras del mercado; los tambos que implementan el procedimiento UBA-INTA abastecen el consumo local de baja escala.
Pero resulta que, vendiendo a cinco kilómetros a la redonda, el litro de ese alimento fundamental en la dieta argentina se abarata y tiene mejor sabor. Se revaloriza el trabajo comunitario y genera una apropiación tecnológica y cultural vinculada con lo local. Hoy funcionan 23 de estas pasteurizadoras 4.0 en todo el país.
Ariza se concentra, ahora, en la trazabilidad de la leche procesada según su modelo. Para eso, Siemens aporta infraestructura digital que permite tener certeza de la inocuidad y pasteurización, siguiendo el proceso desde el celular. Al mismo tiempo, los censores de IoT brindan datos con los que se prevé el desgaste de las máquinas.
Es el triunfo de un lema que Raquel sostiene como bandera: la tecnología al servicio de las personas y como verdadera solución a necesidades reales. Cultura de diseño para que no perdamos foco en que, si innovamos, lo nuevo tiene que ser útil y superador.
Cae la tarde y mi interlocutora no ahorra sonrisas. La charla deriva en un jardín de senderos creativos que se bifurcan para gusto de quien compone este retrato.
Cuando nos vamos del café, siento que llevo un cubo de Rubik en las manos; avanzo en la medida en que giro sus partes. Algo así como lo que hace Raquel Ariza con la realidad: buscarle una y mil veces la vuelta.